Hace unos días que conocí a María Candelaria.
Yo cuidaba en una clase donde había exámenes a los que ella se presentaba. Unos exámenes para unas plazas para discapacitados intelectuales para entrar de laborales en la Administración.
Maria Candelaria se quedó la última de mi clase repasando una y otra otra vez las preguntas de su examen. Las contestaba, las tachaba, las volvía a contestar, y después me llamaba para que me acercara. No quería preguntarme nada del éxamen, solo si se veía bien que ella quería decir en esa pregunta "la b", "Se tiene que ver que yo quería decir la "b", a ver si con tanta corrección no se iba a saber"...
Maria Candelaria era veinteañera y delgadita, tenía el pelo largo y muchas, muchas ganas de hacerlo bien, tantas que se le salían entre las palabras.
"Yo ya me he presentado cinco veces, en el Estado, en la Junta, otra vez en el Estado, en mi pueblo... ¡Pero yo no me rindo!"
Seguramente no volveré a ver nunca más a María Candelaria firmando con todo su nombre entero, y su letra menuda detrás de ningún sobre. Ojalá por fin apruebe, se lo merece.
Solo la vi una hora, y sin embargo cuánto me enseñó. Ella y todos los compañeros que se examinaban, todos discapacitados intelectuales; en unos la discapacidad más visible que en los otros. Pero todos tan deseosos de hacerlo bien. Qué lección nos dieron.
No hay que rendirse.