Comienza febrero y quizá sea por su "f" inicial, por su horizonte sin una sola fiesta, con otra "f", o por esta necesidad que tengo de festejar, también por "f", la simple y necesaria rutina.
Comienza febrero y necesito un Faro, con esa "f" mayúscula, para que me ilumine, me ayude a disfrutar, indispensable "f" la del gozoso vocablo, disfrutar, decía, la derrota de los días.
"Derrota", qué palabra tan bella cuando nos detenemos en el significado que la Real Academia nos muestra:
Camino, vereda o senda de tierra.
O mucho más bello aún: Rumbo o dirección que llevan en su navegación las embarcaciones o aeronaves.
Por eso acudo al último faro que descubrí, que atrapé para mi colección, que me traje a Madrid: El faro de La Gomera. El hijo único de la Isla de las mil curvas.
Sé que los faros de las islas vecinas le habían ido con el cuento de que iría en su busca una loca de los faros que, de vez en cuando, se escapa de Madrid para atraparlos. Y lo sé porque sentí que me esperaba. Solitario, silencioso, posando en su lugar privilegiado.
Necesito que mi último faro alumbre la derrota de los días de este febrero que comienza.
Que no me deje perder el rumbo, que me indique la dirección y me devuelva el corto febrero lleno de palabras, de cariño, de vida.