Muchos años después, todavía recordaríamos las paredes coloreadas del casco antiguo de aquel pueblo costero, que tenía un Peñón.
Un Peñón que nunca coronamos por más que pensáramos cómo se podría subir.
Era tan apetecible tenderse como lagartos bajo el sol.
Descubrir pueblos, alcanzar faros,
empaparse de luz y mar.
Atardecer en aquellas calles empedradas y en cuesta,
donde murales y trampantojos,
te tentaban
desde cualquier esquina tenuemente iluminada.
Serían las paredes coloreadas de aquel pueblo costero, que sí también tenía un Peñón, las que recordaríamos,
muchos, muchos años después.
Calpe. Junio 2019