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lunes, 24 de octubre de 2022

XII edición del Concurso Cartas de amor de Arucas. 2022.

 


El día de las escritoras, que fue el pasado 17 de octubre, la Biblioteca Municipal de Arucas (Gran Canaria) me alegró el día:

 

El coloquio con motivo del #DíaDeLasEscritoras propició un entusiasmado debate sobre el proceso creativo del libro, que va desde la escritura hasta la lectura. El público también intervino, interpelando a las invitadas con diversas cuestiones.
 
El acto se cerró con la lectura del acta de la XII edición del concurso de #cartasdeamor “En amor a dos”. El concejal de cultura, Carlos González Matos, leyó el fallo del jurado, que otorgó los siguientes premios:
MODALIDAD A. Arucas en el corazón: LORENA LÓPEZ MEDINA, por la carta titulada DIARIO DE UNA MUERTA.
MODALIDAD B. Por amor al arte. El premio fue para ROCÍO DÍAZ GÓMEZ, que concursaba desde Madrid, con la carta titulada ME LLAMÓ AFRODITA
Como broche del acto, Lorena López se emocionó y contagió su emoción al público con la lectura de su carta.
¡Enhorabuena a las premiadas! Y muchas gracias a Carmen Nieto (autora) y María Yuste (editora) por su participación.

 
Cuánto alegra sentir el reconocimiento en personas que solo te conocen por lo que escribes. Cuánto motivan estas noticias para seguir peleando con las historias. 
 
Muchísimas gracias desde aquí a la Biblioteca Municipal de Arucas, al Ayuntamiento de Arucas y por supuesto al Jurado por considerar que mi carta merecía este premio.
 
Me parecía que el Día Internacional de las Bibliotecas también era un día bien chulo para compartirlo ¿No creeis? 
 
Pues venga, antes de que se me olvide, cómo ya me ha pasado otras veces.

Va por vosotros.


Me llamó Afrodita 

Rocío Díaz Gómez

Me llamó Afrodita. Y yo que, como la mayoría, no conocía más Afrodita que la de los dibujos de Mazinger Z, una “robot” con proyectiles en sus generosos pechos, imagínese qué vergüenza. Éramos una pandilla de adolescentes bañándose en el río, y yo estaría agachada, con el agua por encima del pecho medio escondiéndome. Ya sabe lo que son esas edades y el pudor, el bañador mojado pegándose a un cuerpo que ya empieza a tener curvas, y una disimulando para que ellos no se fijen. Tanto disimulo para que venga el renacuajo de turno y te llame ¡Afrodita! Tenía usted que haberle visto, con esa edad le sacaba yo la cabeza. Como un semáforo, con el pelo chorreando, me tiré a él y le di una tunda de manotazos impresionante. Y mientras él, tan resabiado, bajo los palmetazos explicando que existía otra Afrodita, otra que no salía en la tele, otra que estaba en el Museo de nuestra ciudad, la Afrodita agachada del Museo Arqueológico de Córdoba. Varios cardenales después, por fin le escuché. Pobre muchacho, si resulta que me estaba echando un piropo. Así nos conocimos, imagínese.

Éramos aceite y agua. Él siempre con ansia de leer, de aprender, de saber. De pringarse de conocimiento ¿Sabe? Y yo solo preocupada por si íbamos a este río o al otro. Al principio me cansaba un poco su afán por enseñarme, pero al final terminé coladita por él, porque creció más tarde pero menuda planta cuando terminó de hacerlo. Eso, y que sopas con ondas les daba a todos cuando abría la boca. Él era el nieto de Santos Gener, habrá oído hablar de él, fue Director del Museo muchos años. En la guerra fue depurado pero en el 39 pudo volver y se ocupó de la mudanza a la calle que hoy lleva su nombre. Dicen que hizo mucho por esta Institución, se ocupó de la recuperación e instalación de muchas de las piezas. Parece ser que fue un hombre brillante. Y mi Samuel, su nieto, como él, a quién además de dejarle el nombre de pila, le contagió el amor por este lugar y el arte. Amor con el que quiso engatusarme a mí. Y vaya si lo hizo.

Nos colábamos cada noche ¿sabe? Cómo él conocía a todos los vigilantes de venir con su abuelo, les guiñaba un ojo, y hacían la vista gorda. Qué aventuras. Samuel me explicaba las obras: “Dirás en paños menores…” “Nooo, digo lo que he dicho: “Paños mojados”, así se llama la técnica con la que se acentúan las curvas del cuerpo” “Ah como en el río…” Qué paciencia tenía el pobre conmigo. “¿Te imaginas esas patas con forma de león en tu comedor?” “Pues no ¿Y de quién has dicho que es esa máscara?” “Del dios Pan” “Eso me había parecido, pues fíjate tú que con esas barbas hasta le veo parecido a Indalecio el de la tahona ¿A que sí?” Qué cosas le decía yo, y aun así, fíjese, nos íbamos enamorando. La magia de este lugar, seguro. Y pasearlo sin nadie y medio a oscuras, también Una de esas noches nos dimos nuestro primer beso. Y después vino otro y otro más, y ya sabe, una cosa lleva a la otra.

Siempre trabajó aquí ¿Dónde si no? Adoraba el arte. Y yo en casa, pero tan feliz ¿sabe? No quería más, porque lo tenía todo. Cuando Samuel murió, la casa se me caía encima. Entonces su compañero me habló del puesto de vigilante de sala. Jamás se me habría ocurrido, no le voy a engañar, pero nunca se lo agradeceré lo bastante. Estar aquí es estar con él, porque este Museo era su vida. Estas piezas me reconfortan, aún hay en ellas jirones de los adolescentes que fuimos. Él me llamó Afrodita y decidió mi vida. ¿Cómo iba yo a imaginar que cuarenta años después yo iba a pasar mis días con la otra Afrodita? Si me viera mi Samuel… Si hasta me atrevo a contestar a los visitantes cuando me preguntan sobre ésta o aquella pieza. Porque ahora sé que muchas cosas de las que me contaba, se me quedaron dentro sin darme ni cuenta. Y si no sé la respuesta, no se lo va a creer, pero en mi interior le pregunto, y Samuel, allá donde esté, me la sopla en un susurro. Porque yo siempre fui su Afrodita, su Afrodita agachada. Y lo seré siempre.