...En ese momento hacía dos o tres meses que la juez Carolina Perea y yo no nos veíamos para hacerle la respiración asistida a la relación intermitente que manteníamos desde hacía años; una relación que había sido al principio plácida y sin compromiso, y que poco a poco había ido adensándose y cargándose con el peso de las deudas vencidas e insatisfechas. No habíamos llegado a pelearnos nunca: no había agravios, ella era una mujer comprensiva y de mundo y yo había aprendido, mucho tiempo atrás, a no reclamar ningún derecho sobre nadie. Y sin embargo, cada que vez que reincidíamos, recaíamos o como fuera más adecuado denominarlo, tenía más la impresión de prorrogar un error que acabaría por rasparnos el alma.
-Sabes que nunca me importa verte. Al revés -dije.
Carolina dejó que se instalara un espeso silencio en la línea.
-No acabo de averiguar si eso es un no o un sí -dijo.
-Es un lo que tú quieras. Estará bien. Así nos ponemos el día.
-O sea, un tampoco te creas que me muero de ganas.
-Nos morimos de otras cosas, señoría.
-De falta de fe, principalmente.
-Entre otras. Recuerda que hablas con un experto.
-Te dejo pensarlo. Si de aquí al viernes ves que puedes y te apetece, no tienes más que ponerme un mensaje. Yo ya me he retratado.
-Y te lo agradezco, perdóname.
-No hay nada que perdonar. Yo no perdono. Condeno siempre a alguien. Resuelvo pleitos que siempre pierde una de las partes.
-Por eso me impones tanto.
Carolina optó por reírse.
-Eres de lo que no hay -concluyó.
-No creas, yo siempre me tuve por un tipo vulgar.
-Pregúntate entonces por qué no puedo enfadarme contigo.
-Porque sientes piedad hacia los seres disfuncionales.
-Frío, frío. Anda, descansa. Te mando un beso.
-Y yo otro.
-Buenas noches.
-A sus órdenes, señoría.
Lejos del corazón
Lorenzo Silva
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