Los finales de año son caóticos y te desbaratan un poco.
Que si los encuentros afectivos, que si las compras, al final vas espaciando los momentos de sentarte delante del ordenador, que siempre puede esperar.
El caso es que tú tenías algunas entradas para tu blog medio preparadas, que así pasaron de año, a medio vestir y despeinadas.
Ahora que ya todo el mundo tenía los pies en este 2018, con la barriguita más llena y el monedero más vacío, decidiste que poco a poco habría que ir poniendo remedio a lo que se quedó a medio hacer. Nunca te gustó dejar las cosas a medias.
Y la elegiste a ella. Ahí estaba, esperándote con su aire aniñado, una de esas entradas que tú quisiste reseñar aquí y se fue atrasando y atrasando... ¡Cuánto había crecido! pensaste al estirar tu mano invitándola a seguirte. Se despidió de las demás con un inocente ¡Amigas os ajuntaré siempre! tirándoles un beso virtual y con un pequeño salto, se bajó de su borrador y te cogió de la mano.
Entre todos los regalos que me hicieron en mi último cumpleaños, muy especiales todos, hay uno que me ha hecho mucha ilusión. Porque que a éstos años que tengo yo, que ya son unos cuántos, me regalen un cuento ¡qué ilusión me hizo...!
Por supuesto un cuento sobre palabras. Es más bonito... Tenía que enseñarlo a cámara.
Toda la vida se deberían regalar cuentos. Cuánta falta nos hacen.
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