Me ha gustado mucho este artículo que ha publicado Antonio Muñoz Molina en El País hoy. Bueno viendo ya la hora que es, lo publicó ayer.
Leedlo despacio, no tiene desperdicio.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/04/11/actualidad/1334142105_573404.html
IDA Y VUELTA
Ese chispazo
"Una de las maravillas de vivir en estos tiempos es la posibilidad de asistir a la confluencia entre la poesía y el conocimiento"
De pronto hay algo donde antes no había nada. De un momento a otro la
desolación se ha convertido en fervor y la esterilidad en
deslumbramiento. En la conciencia vacía o en la hoja o en la pantalla en
blanco ahora hay una primera frase o un verso completo. En la
imaginación ha surgido una música llegada de no se sabe dónde. Las horas
o días de trabajo tedioso quedan cancelados por una súbita sensación de
ligereza. Lo imposible ahora se ha alcanzado sin apariencia de empeño.
Lo que era difícil se ha vuelto fácil o ha resultado ser difícil y fácil
a la vez. El esfuerzo consciente se ha revelado superfluo porque
alguien que no parece exactamente uno mismo ha susurrado una solución. A
partir de ahora el trabajo no será menos exigente, pero sí más fluido y
más grato.
La palabra susurrar es adecuada: la inspiración es un soplo. Las
imágenes que aluden a esa experiencia contienen el aliento y también la
luz: la claridad súbita que revela lo hasta entonces oculto. En el
querido vocabulario de los cómics la idea súbita es una bombilla que se
enciende en el cerebro o encima de él, quizás derivada de las lenguas de
fuego que señalaron la presencia del Espíritu Santo sobre las cabezas
de los apóstoles. Los símbolos evolucionan con la tecnología: la
inspiración es una llama cuando la noche se iluminaba con candelas de
aceite y una bombilla en la era de la electricidad.
Cualquiera que haga tareas que requieren algún tipo de invención
conoce tales momentos, pero elude mencionarlos, por miedo a los
malentendidos: a no ser tomado en serio, a ser tomado por un místico o
un romántico, a que se piense que si todo depende de una ocurrencia
súbita no hay mayor mérito en el logro, o cualquiera puede aspirar a él.
El problema se agrava en sociedades ásperas que desconfían de la
inteligencia y consideran parásitos o estafadores a quienes de un modo u
otro dedican sus vidas a trabajos relacionados con ella.
Para que los profesores lo miren con la adecuada seriedad y para que
sus paisanos no lo apedreen o al menos no lo miren como a un payaso el
escritor, el artista o el músico engolan la voz al hablar de sus
oficios, y resaltan con razón la parte que hay en ellos, siempre, de
entrega y disciplina, de tesón y control, de revisión permanente. Pero
rara vez hablan, hablamos, de aquello sin lo cual todo el esfuerzo y
toda la perseverancia no sirven para nada y no llevan a ninguna parte,
esa revelación súbita de la que nace muchas veces una canción, una
historia, un poema, el prodigio inexplicable de lo que no es el
resultado del pensamiento racional, ni del propósito consciente, sino
del más puro azar, lo que llega no cuando se lo busca y se lo espera,
sino precisamente cuando se ha dejado de buscar, cuando se estaba
buscando con obstinación otra cosa.
Un libro, en mi experiencia, no es la realización de un proyecto, un
edificio que deriva exactamente del trazado de los planos. Es algo que
llega de pronto y que uno sigue medio a tientas, guiado como máximo por
algo parecido a esa brújula de la que habla Javier Marías; una brújula,
en cualquier caso, de eficacia incierta, de movimientos caprichosos de
aguja: quizás una brújula que hay que consultar de noche a la luz de una
llama que en cualquier momento puede apagarse. Uno no escribe para
contar lo que sabe, sino para saber lo que cuenta. El plano, cuando
llega a existir, existe como un fogonazo, y lo que ilumina son casi
siempre conexiones inesperadas entre cosas que hasta ese mismo momento
parecían muy alejadas entre sí. Marcel Proust creyó que estaba
escribiendo un ensayo sobre el crítico Sainte-Beuve que a él mismo le
parecía tedioso y en el que había trabajado con desgana durante años: de
pronto, una tarde, instigado por el sabor más célebre de la literatura,
el tedio se convirtió en arrebato y la dificultad de inventar en un
casi delirio de imágenes y situaciones. En el duermevela del despertar
Richard Wagner escuchó el acorde del que derivaría todo el inmenso
edificio sonoro del Anillo del Nibelungo. El máximo desaliento había precedido a la mayor enajenación creadora.
Desde los griegos la inspiración inventiva se asoció a lo
sobrenatural: en la etimología de la palabra entusiasmo está la idea de
la posesión por un dios. Una de las maravillas de vivir en estos tiempos
es la posibilidad de asistir a la confluencia entre la poesía y el
conocimiento científico. Escáneres e imágenes magnéticas están
favoreciendo una precisión cada vez mayor en el estudio de los procesos
cerebrales, al mismo tiempo que la biología molecular permite conocer el
sustento físico de la imaginación y la memoria. Jonah Lehrer, un
divulgador de éxito especializado en la neurociencia, acaba de publicar Imagine: How Creativity Works,
un libro sobre los descubrimientos en ese campo que parecía el más
escurridizo y misterioso de todos: de dónde viene lo que parece surgido
instantáneamente de la nada; lo intuido, lo medio soñado, lo que se
escribe o se toca en un estado como de sonambulismo, la ocurrencia de un
poema o de una melodía y también la de una de esas modestas invenciones
que en seguida se vuelven obvias pero en las que nunca había pensado
nadie: la cinta adhesiva, por ejemplo, el post-it, la canción Like a Rolling Stone de Bob Dylan, la mopa desechable, un poema de Auden, el eslogan I Love New York
con el corazón rojo en el centro, el velcro, los primeros dramas
históricos de Shakespeare; tantas de las cosas que implican el que según
Lehrer es el más importante de nuestros talentos: la capacidad de
imaginar lo que nunca antes ha existido.
En todos estos hallazgos dispares hay un cierto número de elementos
comunes. Hay una mezcla de tozudez y capitulación: justo cuando se
abandona después de un largo esfuerzo que no ha tenido fruto es cuando
aparece lo que ya no se buscaba. Hay disciplina pero también hay
jubiloso abandono: después de haberse adiestrado durante muchos años en
el control absoluto de su instrumento un músico de jazz puede permitirse
improvisar en un estado en el que el flujo de la electricidad y de la
sangre en su cerebro se parece mucho al de la mente que sueña. Hay una
memoria operativa que puede trabajar al mismo tiempo con una rica
variedad de ideas e imágenes y hallar conexiones y similitudes
sorprendentes. El inventor del velcro pensó de pronto en esas semillas
pinchudas que se le quedaban adheridas en el lomo a su perro lanudo. El
del post-it, un hombre muy religioso, perdía siempre los papelitos con
los que separaba las páginas de su libro de himnos, y se acordó de un
pegamento muy débil del que había oído hablar distraídamente hacía algún
tiempo. Joyce conectó el mito de Ulises y el del Judío Errante con un
día en la vida de un pobre hombre cualquiera de Dublín.
Chispazos así llegan de tarde en tarde, si llegan. Uno trabaja a diario con la esperanza, con la superstición de merecerlos.
Corrección: la semana pasada escribí que no hay una buena biografía
de Luis Cernuda. Jordi Doce y otros lectores se han apresurado a
corregir mi inexcusable ignorancia: Tusquets ha publicado una gran
biografía de Cernuda escrita por Antonio Rivero Taravillo.
Imagine: How Creativity Works. Jonah Lehrer. Houghton Mifflin Harcourt, 2012. 279 páginas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios me enriquecen, anímate y déjame uno