No estabas loco, lo eras.
Y cada mes tu locura se resumía en algo distinto.
En el último se te antojaron las ventanas y balcones. Cuanto más decorado o recargado mejor, decías.
No te bastaba con descubrirlos, con contemplarlos, con fotografiarlos. No, tenías que estar, asomarte, respirar con los brazos extendidos y posar para mí. Ese era el reto.
Y un día eras el nuevo pintor de la fachada del edificio y otro el que revisaba las persianas, un día el que contralaba la salida de los humos y otro los riesgos estructurales.
Qué más daba, fuera con la excusa que fuera, lograbas colarte en la casa, convencer a quién te abriera la puerta y con una sonrisa triunfante asomarte para mí que, abajo en la acera, me contagiaba de tu sonrisa y con la cámara preparada, musitaba ¡será liante...! y te hacía la foto que querías.
No estabas loco, eras un encantador de quién te propusieras. En la última semana de octubre un encantador de vecinos. Mi encantador.
No estabas loco, sin duda era yo quién lo estaba, pero por ti.