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Toronto. 2016. |
Si la vida se detuviera, y nos pudiéramos bajar un rato para conversar, tomarnos un café, o lo que el rato nos deparara, te contaría que ayer, los compañeros de mi tertulia literaria, presentamos en público el libro titulado "Celebración" en el Centro Cultural Clara del Rey-Museo ABC.
Se trata de una antología de textos, poemas y relatos, que hemos escrito con el mismo tema del título: "Celebración".
El caso es que al final, de pronto, una compañera, Amelia Serraller, con el coordinador, Javier Díaz, hablaron de darnos una sorpresa. Consistía en que algunos de los textos se leerían en otros idiomas para que viéramos como sonaban en esas lenguas. Amelia es traductora de varios idiomas y profesora. Yo pensé, la verdad, que escogerían solo poemas, vamos, estaba convencida. Y escuchamos ruso, italiano... Y resulta que sale una chica, Nicole Katarzyna Hanas, y dice que ha escogido uno de mis textos y lo ha traducido al portugués.
Qué sorpresa... Qué ¡obrigada! me sentí.
Eso te contaría si nos viéramos. Porque estuvo chulo, porque fue toda una sorpresa que no me esperaba para nada.
Y cómo hace tanto que no dejo aquí uno de mis relatos, pues he pensado que comparto con vosotros éste que he publicado en nuestro libro. Son tres historias cortitas que están relacionadas.
Imaginaos por un momento un bloque de vecinos. En el primer piso está ocurriendo una historia, al mismo tiempo y, en el segundo piso, está ocurriendo otra... Y varios minutos después de ambas, ya en el portal surge la tercera.
Aquí os las dejo.
Celebración
Rocío Díaz
1. Celebración de la resta
En el primer piso de un edificio de vecinos, un
niño de seis años y su joven niñera se disponen a darse un festín. Delante del bol
rebosante de gusanitos, nubes y otras chuches al crío le brillan los ojos,
mientras la niñera no consigue retener una lágrima al fotografiarle radiante
abrazando su trofeo. Felicidad y tristeza ya siempre se darán la mano en
aquella foto.
La madre del niño les tiene “terminantemente prohibidas
las chuches, que luego los dientes…”. Sin embargo, el crío y su niñera se han
compinchado para saltarse la prohibición. La ocasión lo merece, es una
celebración de despedida. La joven, que se va de Erasmus fuera de España, ha
tenido buen cuidado de ir comprando solo las especiales para diabéticos.
El crío aún no sabe ni lo que es un Erasmus,
ni los diabéticos, ni cuánto echará de menos a esa niñera que lleva cuidándolo
desde que era un bebé. Sin embargo, ella sí sabe cuánto añorará su carita de
pillo aprendiendo a guiñar el ojo sobre las chuches, sus bracitos agarrándose
fuerte a ella cuando, con la tripa llena, le lleva medio dormido a la cama,
sabe de su respiración tranquila, inundándola de paz, cuando le arropa. Ella sabe,
claro que sabe cuánto pierde y sintiendo que le está fallando, se le parte el
corazón al despedirse.
Bajando las escaleras del bloque, una vez que
le deja con los padres castradores de chuches, piensa que ojalá seis años antes
se hubiera hecho paseadora de perros.
2. Celebración
de la suma
En el segundo piso del mismo edificio, un atractivo
veinteañero, recién duchado y oliendo de maravilla, va silbando por la casa
mientras cambia sabanas, airea habitaciones, y coloca flores aquí o allá. Necesita
que todo esté perfecto, porque es una celebración: suman un año juntos.
Ella está a punto de llegar y a él le puede
la impaciencia. Está deseando aspirar su perfume mientras va rozando con sus
labios su cuello; deseando apresar el lóbulo perfecto de su oreja antes de zambullir
su lengua en ella, esa caricia la enciende como pocas; está deseando desnudarla
lentamente, mientras de fondo suenan esas canciones tristes que, sin embargo, a
ella le alegran tanto. Un año ya. Tiempo de decir: “Quédate conmigo”.
Qué importa si ella es bastante mayor que él,
qué importa si trabajan juntos. Lo que, en un principio, fue el desparrame pasajero
de la cena de navidad de empresa, tras ese largo año, siente que es la unión perfecta.
Suena el timbre. ¡Por fin!
Al otro lado de la puerta, mientras espera
que él abra, ella, sin dejar de moverse, repasa en su mente una y otra vez cómo
le dirá que esta vez será la última. Está embarazada. Está tan feliz que
levitaría. Quiere este niño. Su marido y ella están de acuerdo. Un niño llega,
un niño nacerá en su hogar. Se acabaron las historias con terceros
salpimentando su matrimonio. Qué importa el apellido del espermatozoide. Borrón
y cuenta nueva.
3. Celebración
de la aritmética
En el portal de ese edificio de vecinos,
naufragan una noche una triste cuidadora y un veinteañero despechado. Con la
mirada húmeda y el alma espachurrada, abrochándose los abrigos, topan, frente a
los buzones, entonando a dúo el mismo desgarrado y profundo suspiro.
—Anda toma -dice ella ofreciéndole un pañuelo
de su paquete.
—Gracias. Algo se me metió en el ojo -Contesta
él sin apenas mirarla.
—A mí se me metió un hombre de 6 años -replica
ella valiente- y me ha partido el corazón.
—Vaya… Sí que vienen pisando fuerte las
nuevas generaciones -responde él sin pensar, ni delatar su pena. Sin embargo, al
ver que ella solo asiente, decide ser sincero: A mí me pisoteó el corazón una
de casi cuarenta. Números cantan. Salgo ganando…
—Viéndonos aquí más parece que los dos
salimos perdiendo. -Replica ella, sentándose en el primer escalón.
Él se sienta a su lado, sin ganas de nada y sus
miradas tristes se encuentran, se calibran. Durante unos minutos, siguen
compartiendo pena y pañuelos en silencio hasta que ella, palpándose un par de
chuches del bolsillo, saca una y pregunta:
—¿Quieres?
Y él, a modo de respuesta, piensa en voz alta:
—Mojadas en unos benjamines que tengo arriba podrían
estar buenas. Eran para una celebración ¿sabes? pero…”. Quiere explicarle.
Sin embargo, masticando ya una de las
chuches, ella no le deja continuar:
—Pues, venga. ¿A qué esperamos? ¿No eran para
una celebración? Y tomándole de la mano le anima a levantarse: ¿Dónde tienes
esos benjamines?
La foto de la portada es un mural que descubrí en Toronto, una noche. Septiembre de 2016.