Yo creo que son ellos los que me buscan a mí.
Tropiezan conmigo, se hacen los encontradizos, y terminan posando.
Pero todos jugamos al despiste, porque al final es eso: Un juego. Otro.
El juego de coleccionar murales, traer al presente colores nuevos, imágenes diferentes, otros personajes en otros paisajes que espantan a la rutina y la obligan, solo por un rato, a quedarse quietecita en un rincón, callada, sin opacarlo todo, cubriéndolo de ese velo invisible de falsa normalidad.
Esta vez me salieron al paso en El Hierro. Esa isla menuda e inmensa, ese descubrimiento para mis sentidos que ya se me quedó dentro.
Sus murales también se vinieron conmigo, no les convencí, salió de ellos. Pegaron un salto y se me colaron en la misma caja que sus iguales, los presenté y no hizo falta más invitación: se hicieron inseparables.
En las tardes de viernes están traviesos y les dejo que salgan por casa, que me animen, que me recuerden que a veces soy otra, una que viaja, que ríe, que vive. Otra, más real.
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