En Madrid el sol ha vuelto también a su rutina, y ya no ha brillado hoy.
Quizá solo nos estaba dando una tregua por ser Navidad. O quizá es verdad que tiene que llover ya otra vez. Madrid vestía de nuevo esa boina de pueblerina que, a menudo, delata nuestros orígenes de más villa que corte.
O lo mismo, seguro que es eso, el sol también anda entretenido con sus juguetes. ¿Por qué no? El día 7 es lo que toca.
La ciudad también parece ensimismada, las calles del barrio están medio vacías, y bajó la temperatura, vaya sí bajó.
Fuera la Navidad anda despidiéndose, y a ti no te gustan las despedidas.
Dentro de casa tus juguetes te hacen un guiño para que dejes lo que estás haciendo y les dediques tu tiempo.
Están flamantes y huelen tan bien a libro nuevo, que te sientes tentada de acercarte a ellos y dedicarles tu tarde.
No se te escapa que el ebook los mira con suspicacia. "¿No creerán éstos que me van a arrinconar?" se dice entre párrafos, mascando las palabras, quitándose una pelusita de encima de una letra, con mayúscula suficiencia y chulería.
Y mientras ves por el rabillo del ojo como discuten, a la chita callando, por atraer tu atención, sientes el corazón como una mandarina.
Porque termina el espejismo de la Navidad, porque tienes tantos propósitos como gajos se van abriendo, porque la rutina amenaza con abrir su enorme bocaza y engullirte, porque... no te gustan las despedidas.
Será que toda la vida el 7 de enero se te antojó el día más apagado del año.
Te levantas del ordenador y te acercas a la mesa. Los nuevos libros y el ebook se ponen alerta, parecen estirar un dedo minúsculo e invisible, compiten a saltitos ya porque los tomes entre tus manos.
Sin embargo, al fondo, todavía quedan trufas con sabor a naranja.
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