Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

jueves, 1 de octubre de 2009

"Mi padre decía que Dios era malabarista..." Un relato de Rocío Díaz




Allá por el año 2002 en un certamen literario que hacen en Motril premiaron uno de mis relatos: “Mi padre decía que Dios era malabarista…” Uno de los relatos más largos que he escrito.

Ocurrió al mismo tiempo que me premiaban otro en Cádiz con tan solo un día de diferencia. Son esas cosas buenas que de vez en cuando te trae la vida.

Era mayo. No puedo evitar sonreír al acordarme.

Una amiga y yo alquilamos un coche y aprovechamos para ir parando en todas las playas que había entre Cádiz y Motril. Un viaje redondo, como las bolas de los malabaristas.

Esos son los buenos recuerdos, los que vuelven colgando de una sonrisa.
Espero que os guste.





Mi padre decía que Dios era malabarista...


"Usted cree en un Dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente
especulativa, estoy tratando de comprender[...]"
Einstein


Stephen Hawking





Mi padre decía que Dios era malabarista.

“Un maldiiiiiiito malabariiiiista” decía con voz gangosa y arrastrando las letras con tanta determinación como a él le arrastraba la botella.

“Mira chaval, cada tarde Dios, ¿me oyes bien? Dios... acércame la botella que con tanto discurso se me queda seca la boca... ¡coooojonudo este vinito, coooojonudo! Cómo te iba diciendo, mocoso, Dios cada tarde se coge las bolas donde están todas las cosas buenas de este jooooodiiiido mundo y grita “Oye, tú Satanás, saca tus bolas que nos echamos un duelo” y entonces... La botella, pásame la botella chaval que me tiés sediento... ¿Te he dicho alguna vez que ésto está cojoooonudo? Si señor, cojoooonudo el tintito... ¿Y por dónde íííbamos...? Ah sí, pues Satanás que siempre está dispuesto a marcarse un tanto, saca sus bolas, esas bolas negras como el infierno donde tié metidas todas las miserias de este puñeeeeteeero mundo... y le acepta el reto... La botella, la botella desgraciaaao ¿No ves que tu padre se queda sin saliva?... Huuuummm esto es vida... si señor, lo mejor, lo mejor después de chingar... en fin chaval que pierdo el hilo, tira Dios sus bolas al aire, tira Satanás las suyas... ¿Y que crees que pasa? Pues que si “el de allá arriba” tiene el día inspirao nace gente como mi madre que en gloria esté, una santa... alcánzame otra botella que ya no meten na en ellas, otra botella, que tengo que brindar por la madre que me parió... Así me gusta, tu llegaaaarás lejos mocoso... mu, mu lejos, y venga, otro traguito por mi padre... Huuummm... pues eso como iba diciendo que tira Dios y nacen personas como tu abuela, pero cuando es Satanás el que tiene todas sus bolas en el aire, estamos jodíos chaval, jodíos, porque entonces es cuando nace gente como nosotros, unos pooooobres diaaaaaablos, ¿Me has oído? Unos poooobres diaaablos..., pasa, pásame la botella....que me está matando esta sed...”

Dios era un maldito malabarista y mi padre un jodido borracho que echaba al aire y hacía girar unas historias maravillosas... Un loco y genial malabarista de cuentos con los que disfrazaba ante mis ojos infantiles sus delirios de alcohol.

Mientras tanto mi madre, permanentemente embarazada, luchaba cada día por ganar el dinero que él iba empapando de tasca en tasca. Empapando tanto, como fueron mojando las lágrimas de mi madre la otra mitad de mi infancia; lágrimas desobedientes que luchaba por disimular mientras sus labios intentaban sonreírnos al negarnos de nuevo cualquier capricho.

Pero solo sonreían sus labios, sus ojos nunca vi sonreír.

Aquella niñez que a mi hermano le convirtió en un rebelde sin causa, a mí me volvió un niño tímido y retraído que se desdibujaba sentado en su pupitre. Y si la vida no era un paraíso en casa, tampoco lo era mucho más en la escuela.

Yo era aquel crío que lo intentaba una y otra vez, una y otra, pero no conseguía juntar con acierto las letras para que hilaran frases con algún sentido; aquellos dibujitos rebeldes y retorcidos que me miraban burlonamente desde el cuaderno, se me antojaban hormiguitas en procesión, jugaban conmigo al escondite y se ocultaban maliciosamente, en cuánto me descuidaba, amontonándose unos detrás de otros. Y las consonantes sueltas, las consonantes sin vocales no me susurraban ninguna idea que pareciera más coherente que cualquiera de los discursos etílicos de mi padre.

Tanta era mi angustia que las noches se poblaban de pesadillas en las que enormes ejércitos de letras y números armados hasta los dientes me perseguían sin descanso. Y después de tanta loca carrera literaria y nocturna, me levantaba tan agotado que a la mañana siguiente a la menor oportunidad me vencía el sueño sobre el pupitre.

Raro era el día en que mi hermano, tras una lamentable actuación más en el encerado, no tenía que pegarse con algún compañero para defenderme de sus risas e insultos.

“¿Qué pasa Richi que es mucho esfuerzo leer dos palabras seguidas, no? ¡Ah! ¿que no ha leído dos...?, ¡que ha sido una!!! ¡Una chicos, Richi ha conseguido leer una palabra, UNA PALABRA, chicos...! Que esfuerzo... Debes estar cansado ¿no?, ¿No te duele la cabeza, chaval? Te debe doler un montón... después de haber leído tanto... Richi no saaabeee leer, no saaaaabe, no saaaaabe, no tiene ni ideeeeeea.... Richi no saaaabe leeeeeer... Pero un momento chicos, cuidado, a lo mejor es que no entiende la palabra LEER, le-er, Richi ¿Tu sabes que quiere decir le-er? A ver Richi mira mis labios: le-er...le-er... Richi no saaaabe leeeeer., no sabe, no sabe, no saaaaabe....”

Ahora que lo pienso, quizás lo único dulce de mi infancia fueron los momentos que pasábamos con la nariz aplastada contra el escaparate de la pastelería de enfrente. Aquellos breves momentos en que disfrutábamos con los colores y las formas de todos esos caramelos y bombones... solo mirando y mirando, solo imaginando cual sería su sabor.

Mi madre dejó de estar embarazada cuando nació el octavo de mis hermanos, ese día mi padre se marchó a celebrar el nuevo niño... y ya no volvió más.

Mi madre lejos de echarle de menos, transcurrido el tiempo prudencial en que las autoridades pudieron formalmente darle por desaparecido, nos limpió los mocos, se arregló el pelo y con un profundo suspiro, respiró aliviada. Fue precisamente en ese momento cuando se prometió con determinación que sí se le ocurría volver, ella misma se encargaría de hacerlo desaparecer de una vez por todas, y durante un breve segundo sonrieron algo más que sus labios.

“Bueno niños decididamente vuestro padre, “Vuestro gran y cuentista padre”, ¡gracias a Dios! se ha ido. Venga Richi cariño, no pongas esa cara, si él estará bien, andará por ahí contando sus historias a cuántas orejas quieran perder el tiempo escuchándole. Ojalá que sean muchas y durante mucho tiempo... No le necesitamos ¿me habéis oído bien? No le necesitamos... ya no. Mejor dicho, lo que vamos a estar es infinitamente mejor sin él. Por fin... Lo único que siento es todos los años ingratos que no os puedo devolver... Pero nosotros estamos juntos y somos fuertes... vamos a tener que trabajar mucho, vosotros dos que sois los mayorcitos tendréis que ayudarme con vuestros hermanos... os prometo que solo son unos pocos años, enseguida ellos crecerán también... pero el dinero que tengamos nos va a lucir ¿sabéis? Nos va a lucir... Nos los vamos a comer, nos va a vestir, nos va a ayudar a seguir adelante, desde luego que vamos a salir adelante... no vamos a ir tirándolo por ahí de bar en bar... No, eso nunca más, juro solemnemente que nunca mas...”

Como consecuencia de una mágica y extraña asociación que nació en mi mente, aquel día también desaparecieron las pesadillas, cada vez que en ellas surgían aquellos ejércitos de letras y números armados hasta los dientes, las enormes y negras bolas de Satanás caían sobre ellas, aniquilándolas también de una vez por todas.

Y la nieve de todos aquellos duros inviernos fue cayendo suavemente sobre nuestros hombros.

De la escuela a casa, de la casa a la escuela, mi hermano y yo teníamos que ocuparnos de los pequeños mientras mi madre salía a trabajar. Y estábamos todos tan atareados que sin darnos cuenta a aquel niño tímido y retraído que yo era se le fueron quedando cortos pantalones tras pantalones, y un buen día descubrí al lavarme la cara que el niño tímido se había ocultado para siempre y sin despedirse en el interior del adolescente imberbe y desgarbado que terminé siendo.

El tiempo dicen que cura las heridas pero mi alma había decidido mantener su actitud sufridora a pesar de los años. Y aunque en mi infancia hubo poco de especial, hábilmente me empeñé en volver la vista atrás viendo solo los escasos momentos felices que tuvo, y esa no, esa no es la mejor manera de echar a andar.

Pero aún no lo sabía.

Como le ocurre a cualquier adolescente el otro sexo empezó a causarme problemas. Las chicas no se fijaban en mí, mi timidez dificultaba mucho las relaciones con ellas que disfrutaban infinitamente más con las risas y el descaro de mi hermano mayor. Y a pesar de que éste, mi fiel ángel de la guarda, procuraba siempre citarse con aquellas que tuvieran una amiga, una prima o una hermana menor que pudiera acompañarme, yo siempre con mis escasas habilidades sociales terminaba espantándolas.

“Pero chaval si es que te lo montas mal... Tú que te tragaste todos los sermones del viejo, cuéntales alguna de sus historias –me decía mi hermano- estoy seguro que te las sabes todas, eres el único pobrecillo que le soportaba, el único que le oía siempre. Y me refiero a escucharle, porque oírle todos disimulábamos que le oíamos... ¡joder, cualquiera no lo hacía...! Te las has tragado más de un millón de veces, cuéntaselas tío, fliparán... no seas tonto que de esto entiendo más que tú, a ellas les van esos rollos, sorpréndelas..., pero macho si es que lo sé, lo sé, haz caso a tu hermano mayor si algo tenía de bueno aquel borracho eran sus cuentos...”

Pero no, yo no le hacía caso.

Aquellas historias mágicas decoradas de tacos e insultos donde las palabras se estiraban y estiraban hasta alcanzar la justa medida con que escapaban de la boca pastosa de mi padre, eran mías y solo mías. Eran la única herencia que me habían dejado todos aquellos paseos acarreando botellas y botellas desde la bodega hasta el sillón desde donde mi padre me hablaba. Eran mi particular forma de acabar con las pesadillas, eran mi defensa ante el mundo.

Se me habían olvidado los insultos, los malos días de mi madre, la pobreza, los vómitos con que ponía mi padre el fin a cada uno de sus cuentos.

Había olvidado todo lo malo disfrazándolo de lo único bueno que tuvieron aquellos días, el sabor imaginario de los dulces que había tras aquel cristal.

Y aquello fue lo que me pareció encontrar cuando me besaron por primera vez, aquella sensación húmeda y cosquilleante de aquella lengua entrelazándose con la mía, aquella sensación de intimidad tan agradable, ese tacto tan suave en mi boca... como un dulce deshaciéndose... aquello tenía que ser el sabor que yo siempre había imaginado ante la visión de todos aquellos colores y formas que tenían los bombones y pasteles del escaparate de mi infancia.

- Hummmmm sabes a chocolate...

- ¿Si?
- Hummm si... de verdad, a chocolate negro deshaciéndose en la boca...
- Anda tonto ¡¿Qué cosas me dices?! ¿pero... lo dices de verdad?
- De verdad... anda acércate mas...

Buscando, dejándome llevar por el único recuerdo que mereció la pena de aquellos lejanos días, no acaricié el presente que se me ofrecía. Una relación es mucho más que unos cuántos besos. Y aquella persona maravillosa con quién aprendí a saborearlos no estaba dispuesta a tenerme solo para aquellos dulces momentos.

- Hummm sabes a chocolate...
- ¡Ya estás con lo del chocolate..! ¿sabes? Yo no vengo solo para esto...
- ¿No?
- No, yo quiero estar contigo...
- ¿Y no estamos?
- Si estamos, ¿pero qué hacemos? Solo esto, y tu siempre a vueltas con la tontería del chocolate... No hablamos de nada, no me cuentas nada, no se nada de ti...
- ¿Y qué quieres saber? Cualquier cosa que te cuente te va a parecer peor que esto que tenemos...
- ¿Esto? ¿Y qué es esto? Unas caricias, unos besos... ¿Y luego qué...? ¿Toda la vida hablando de chocolates...?
- Hombre... hablando, hablando... casi mejor ... ¡comiendo chocolate...!
- Bah, no te enteras de nada...
- Pero yo no te entiendo ¿de qué no me entero...?
- De nada... esta visto que de nada...

Y nos fuimos separando y separando hasta que terminé por romper lo mejor que me había pasado en la vida.

Me habían enseñado a estirar y estirar las palabras al hablar y aprendí bien a hacerlo; lo hice tan bien que creí que las historias reales eran como las contadas. Probé una y otra vez, a pesar de lo que decía ella, mi hermano, los amigos... a pesar de lo que decían todos a mi alrededor, probé a pegar los fragmentos de esa relación. No me contenté con estropearla sino que además probé una y otra vez, a estirar aquella historia a pesar de que para todos era evidente que aquel barco hacía agua mucho tiempo atrás.

¿Qué me pasaba...?

No hacía más que equivocarme, me olvidé del presente disfrazando el pasado de un brillo que nunca tuvo. Me atormenté intentando reanudar mil veces algo que ya no tenía remedio. Cuando al fin me convencía de que hay historias que tienen final, entonces me entregaba a otras nuevas en las que volvía a cometer una y otra vez los mismos errores.

Pero además, si finalmente parecía que ya “sin remedio” aquello iba a salir bien, entonces me decía a mí mismo muchas veces que seguro que saldría mal, saldría mal, saldría mal... hasta que salía mal. Y no contento con eso... si después de terminar, la interesada por alguna rara, alguna inexplicable razón, intentaba volver a verme, entonces yo dignamente contestaba:

“Ya no, ya es demasiado tarde”.

Y más de lo mismo. Siempre más de lo mismo.

¿Pero que me pasaba...?

Llegué a sentirme tan mal conmigo, que creí de veras que Satanás estaba en racha, que cada vez que Dios le retaba, él conseguía tener sus bolas en el aire, girando y girando todas a la vez, girando y girando: “Un poooooobre diaaaaablo, Un pooooobre diaaaaaablo.... eso es lo que yo era...”

Ahora que recuerdo aquellos días aún no sé muy bien por qué lo hice. Supongo que me sentía tan perdido que necesitaba encontrar una salida, y aquella en principio no estaba tan mal. Aspiraba a encontrar la tranquilidad que mi alma necesitaba, y al mismo tiempo era la posibilidad de alcanzar un modo de ganarme la vida. Los días pasaban y poco a poco mi juventud iba perdiéndome de vista.

Comuniqué mi decisión a mi madre, a mis hermanos, a mi familia, a todos los que me querían, pero la verdad es que he de reconocer que a ellos no les pareció tan buena idea como a mí.

- Que tu ¿queee?
- Que me voy a meter a sacerdote
- ¿A sa...? ¿A SACERDOTE has dicho?
- Sí eso he dicho...
- Pero tío tú estás muy mal... ¡Tú...! ¡¡un cura!!
- Pero... ¿Por qué...?¿Por qué te parece tan raro?
- ¿Que por qué...? ¿Pero cuando has demostrado tu vocación, macho? ¿Vocación..., se dice así no? ¿Cuándo has demostrado tu eso...?
- Bueno... a veces me han dicho que pasa esto, que de repente uno se da cuenta...
- ¿Qué se da cuenta de qué...?
- Pues de que este es el camino...
- ¿Pero que camino ni que pollas...?
- El de la Iglesia...
- Pero tío tu estás para que te encierren... pero vamos a ver ¿qué te pasa? ¿Tienes algún problema...? no sé... de verdad macho si yo soy tu hermano puedes contármelo... ¿Qué pasa, joder? Coño que a mí me lo puedes decir... Vamos a ver... se trata de eso ¿no?
- ¿De eso...?
- Sí joder ¡de eso...! Es eso ¿no? Pero hombre, que por una vez no pasa nada, si a todos alguna vez que otra..., joder no nos gusta admitirlo... pero a todo el mundo le ha pasado... ¿es eso? ¿es eso no?¿No se te levanta...?...

Mi hermano siempre fue un ser transparente que pensaba que si un pastel estaba detrás de un escaparate era para saborearlo, para saborearlo muy muy lentamente... Y era de tontos no hacerlo, fuera del gusto que fuera, estuviera comprometido o no. A su manera él también seguía con la nariz aplastada contra el cristal, aunque ahora los dulces llevaran faldas y la nariz, bueno la nariz estuviera unos centímetros más abajo... Mi hermano era un ser maravilloso que aunque ya rozáramos los treinta iba a seguir toda la vida sintiendo ese deber fraternal aunque ya un poco absurdo de defenderme.

Es muy, muy difícil defender a alguien de sí mismo...

Aquel mundo con olor a incienso y silencio, la oración y la abstinencia, la vida solitaria eran cualidades que se ajustaban perfectamente a las medidas de mi carácter sufridor. Solamente tuve que dejarme llevar...

Debo admitir que aquel tiempo de sotanas y cirios dejó en mi un poso mágico, dejó en mis manos la receta con la que el mundo cocina sus vidas, el ligero atisbo de cómo cada cual y a su manera intenta ser feliz.

Hasta la íntima oscuridad de mi confesionario llegaban los sonidos tenues de voces quedas que lentamente iban desgranando pecados y secretos. Murmullos huérfanos de rostros y nombres a los que yo simplemente tenía que prestar toda mi atención como un día lejano hice con las historias de mi padre.

Por que si algo yo sabía hacer era escuchar.

Aquellas voces como envoltorios de colores brillantes que guardaban en su interior almas desnudas y arrepentidas. El niño que un día se escondió dentro de mí aún podía jugar a imaginar qué misterioso interior ocultaban esos colores, esas voces sugerían sabores, y las confesiones llegaban hasta mí envueltas en aroma a vainilla y a canela, a yema o a licor.

Yo estaba al otro lado de aquel confesionario como estuve en mi infancia con la nariz aplastada contra otro escaparate. Solo escuchando y escuchando, solo imaginando cual sería el sabor. No podía pedir más.

Y los años iban escapando suavemente.

- Ave María Purísima
- Sin pecado concebida
- Buenas, buenas tardes padre
- Buenas hija. Díme...
- Mire padre yo no le voy a engañar, yo no me he confesado nunca ni pretendo hacerlo ahora. Pero necesito hablar y hablar, hablarle a alguien a quién no le importe escuchar. He acudido a mi familia, a mis amigos, a médicos y psiquiatras que han intentado ayudarme pero yo no necesito sonrisas ni compasión ni pastillas, necesito solamente descargarme de este gran peso que lleva mi interior, necesito que me escuchen...
- Ya...
- Pero si a usted no le parece bien, yo Padre me voy y ya esta...
- No, no... no te vayas yo escucho, claro que te escucho...
- Gracias... Bueno... el caso es que yo, yo me siento muy desgraciada ¿sabe? pero no sé de donde puede venir tanta tristeza como yo siento... las situaciones me quedan grandes, como enormes prendas que uno ha heredado y tiene que caminar con ellas... Sin apenas darme cuenta poco a poco las cosas, haga yo lo que haga, se van enredando, las personas se alejan... y yo solo alcanzo a sentirme triste... me siento tan impotente ante mi alrededor... es como, como si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino... le parecerá algo absurdo...

De golpe, sobre aquella voz se superpusieron otras... todas revoloteando al mismo tiempo a mi alrededor... “...es como, si alguien allá arriba se jugara a los dados mi felicidad, mi destino...” y escuché a mi padre diciéndome: “Cada tarde Dios... coooojonudo este vinito, coooojoooonudo... Cada tarde Dios coge las bolas ....” Escuché a mi hermano: “Tu que te tragaste todos los sermones, cuéntales alguna de sus historias...cuéntaselas, fliparán...” y durante unos segundos eternos aplasté de nuevo mis siete años contra el escaparate de aquella pastelería...

- Yo también...
- ¿Cómo dice Padre?
- Que yo también...
- Usted... ¿también qué...?
- Que yo también a veces he sentido algo parecido...
- ¿Usted?
- Sí algo así como que Satanás estaba en racha...
- ¿Satanás...?
- No, no me hagas caso... me refiero a que conozco esa sensación en la que a veces uno no puede evitar preguntarse porque Dios ese día se habrá levantado con el pie izquierdo. Con el pie izquierdo... y te dices que debería cuidar ese tipo de cosas que para algo es Dios..., que debería darse cuenta de que un pequeño tropiezo suyo es un gran estrépito aquí abajo...
- Sí, supongo que algo así... aunque yo nunca lo hubiera expresado de esa forma... pero sí, supongo que algo así... pero... ¿Qué es eso de Satanás?...
- Olvida, olvida lo de Satanás... a veces los recuerdos le ponen a uno la zancadilla... olvídalo... Resulta que tu estabas triste y querías que alguien te escuchara y ahora solo hablo yo...
- No Padre me ha gustado eso que ha dicho... es como si durante un momento hasta me hubiera olvidado de mi infelicidad... sea bueno, que me ha dejado intrigada ¿Qué es lo de Satanás...?
- Bueno... no debería... pero si como dices así te olvidas durante un momento de tu tristeza... Satanás... me has dicho que te parece como si alguien allá arriba jugara a los dados... ¿sabes lo que decía mi padre? Que Dios es malabarista... bueno exactamente no lo decía así pero parecido, “Dios es malabarista y cada tarde cogiendo sus bolas blancas le grita a Satanás: “Oye tú Satanás coge las tuyas que nos echamos un duelo...” Y entonces Satanás que no pierde el tiempo si puede amargar la vida al prójimo, coge sus negras bolas donde están metidas todas las miserias de este mundo y las echa al aire... y decía mi padre que si es Dios quién las tiene en el aire nace gente buena, pero ¡ay! si es Satanás... entonces nacen pobres diablos, pobres diablos como decía que éramos nosotros...”
- Vaya... bonita historia...
- Sí... mi padre, entre otras virtudes, era un buen contador de historias...
- Pero Padre ,y usted siendo sacerdote...
- Sí eso creo, “...no debería decir estas cosas” ¿verdad?
- Pues no sé... yo no soy quién... claro, pero es raro escuchar historias así en un confesionario...
- Yo también he oído decir que a los confesionarios viene la gente a confesarse... no solo a que le escuchen...
- ¡Vaya Padre...!
- Es una broma... una broma, ahora que lo pienso hacía mucho tiempo que no bromeaba... si es que bromeé alguna vez... yo era muy reservado, muy tímido... pero tienes toda la razón... ¿Quién sabe...? Quizás ahora resulte que soy mejor contador de historias que sacerdote... No si ya me lo decía mi hermano...
- ¿Su hermano?
- ...

Aquella tarde comenzamos una conversación para la que mi oscuro confesionario quedó pequeño.

Aquella tarde me encontré pasando al otro lado del escaparate, alargando mi mano, cogiendo el pastel.

Atrás quedaron sotanas y cirios, abstinencia y silencio. Ahora me inclino por otras compañías, ahora me rodeo de unas cuántas historias y el demorado sabor del chocolate.

Tal vez Dios ha dejado de retar a Satanás a echar sus bolas al aire...
Primavera del 2002
©Rocío Díaz Gómez


"Dios no sólo juega a los dados: a veces los tira dónde no se pueden ver."

martes, 29 de septiembre de 2009

29 de septiembre. Mi cumpleaños. Uno más.


Hoy, 29 de septiembre, es mi cumpleaños.

Apenas quedan minutos para que éste día termine.

Cumplo un año más.

A veces eso da vértigo.

Pero llega tu cumpleaños y te sientes muy acompañada, muy apreciada.

Te miras en fotos donde tu cara era más redonda, tus ojos más inocentes, tu interior intacto, claro. Pero aún así, descubres que sigues ahí, detrás.

Entonces lo celebras, soplas las velas, te miras despacio otra vez y solo dices
:

Crezco.


Qué bien.


Y para acabarlo aún mejor: me regalo, os regalo un pedacito de Eduardo Galeano, de "El libro de los abrazos". Un lujo.



LLORAR

Fue en la selva, en la amazonia ecuatoriana. Los indio shuar estaban llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la orilla de su agonía.

Un testigo, venido de otros mundos, preguntó:


- ¿Por qué lloran delante de ella, si todavía está viva?


Y contestaron los que lloraban:


- Para que sepa que la queremos mucho.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Verbos caprichosos. Artículo


Esta mañana, durante el desayuno, ha surgido a raíz de lo que hablábamos en la conversación, lo curiosa que es la evolución del significado de algunas palabras. Comentábamos al respecto cómo ha cambiado el significado del adjetivo “perdida” tan utilizado actualmente para denominar las llamadas perdidas. Hace algunos años una “perdida” era otra cosa ¿verdad?

Por eso he pensado que como ya ha empezado el cole no estaría mal volver a repasar algo sobre lengua.

En este caso quería dejaros con un artículo sobre verbos. Está extraído de esa página que a mí me gusta tanto, la de la Fundeu. Se titula “La lengua viva: verbos caprichosos”. A mí me parece muy interesante y ameno, espero que a vosotros también. Aquí os lo dejo.




LA LENGUA VIVA: VERBOS CAPRICHOSOS
12/03/2009


La astronáutica nos ha traído un nuevo verbo: alunizar (= posarse sobre la superficie de la Luna). Pero ¿qué pasa entonces con las naves que aterrizan en Marte? ¿«Amartizan»? ¿Y aterrizar en Mercurio, Venus, etc.?


Aprendemos los verbos cuando niños y hemos llegado a creer que ya está todo dicho. Nada de eso. Hay todavía muchas dudas por resolver y, además, surgen nuevos verbos que no sabemos bien qué significan o cómo se conjugan, por ejemplo el verbo nominar, que en el Diccionario oficial es 1) dar nombre a algo o a alguien, 2) designar a alguien para un cargo o cometido, 3) proponer a alguien para un premio. Pero ahora muchas veces es también «proponer a alguien para una elección» y, más novedoso todavía, «incluir el sueldo o nómina en una cuenta corriente». No está en los diccionarios, pero estará.


Algunos refitoleros dicen «inadvertida» para indicar que alguna persona o cosa no ha sido percibida, pero ha calado ya el galicismo «desapercibida» para esa misma función.


Soportar es tanto «sostener» como «sufrir» o «tolerar». Pero ahora lo del soporte magnético nos inunda, de tal modo que «soportar» es también «registrar información», normalmente bajo alguna forma electrónica o informática. Tampoco está en los diccionarios, pero sí en la vida.


Está dicho que «cesar» es intransitivo, equivalente a «dimitir». Pero, como nadie dimite realmente en España el verbo «cesar» va agotando su función y se transforma en una versión elegante de «destituir» a un cargo. Lo más chusco es cuando el amenazado con la inminente destitución dice que «ha puesto su cargo a disposición» del que lo nombró. No hace falta decirlo, superada la esclavitud, nadie está obligado a atarse de por vida a un cargo.


Polémica es la forma de conjugar algunos verbos como «adecuar, evacuar o consensuar». La norma tradicional era conjugarlos como «averiguar», esto es, habría que decir «adecua, evacua o consensua». Pero en la realidad se impone muchas veces la forma malsonante de «adecúa, evacúa y consensúa». Me cuesta aceptar ese asalto, pero la lengua es cosa viva.


Pase lo de «jugar un papel importante», aunque sería mejor decir «representar un papel importante», pues se trata de una metáfora del teatro. Pero lo que resulta inadmisible es «jugar papel importante». Por cierto, el «protagonista» es el que juega un papel importante en algún suceso o representación. Parece un poco excesivo que la lluvia sea la protagonista del día. Resulta aún más ridículo decir algo así como «protagonista somos todos» o «el pueblo es el protagonista». En griego el «protagonistés» es el combatiente de la primera línea (es decir, una fuerza de choque, que diríamos hoy) o el actor principal de una obra.Me gusta mucho el verbo «descambiar» (= devolver una compra a cambio del dinero que costó o de otro producto equivalente). Es algo distinto a «cambiar» (= dejar una cosa para tomar otra).


La astronáutica nos ha traído un nuevo verbo: alunizar (= posarse sobre la superficie de la Luna). Pero ¿qué pasa entonces con las naves que aterrizan en Marte? ¿«Amartizan»? ¿Y aterrizar en Mercurio, Venus, etc.? Esa línea de nuevos verbos parece absurda. Mejor será dejar lo de «aterrizan» para posarse sobre cualquier planeta. Lo de «alunizar» queda, como un divertido neologismo, para robar en una tienda después de romper violentamente la luna del escaparate.


La jerga económica nos ha regalado algunos verbos muy divertidos, como descontar (= suponer, conocer de antemano) o dejar (= perder punto en el juego de la Bolsa). Tampoco esos sentidos están en los diccionarios, ni siquiera los de uso, pero no tardarán en ser admitidos.



Autor
Amando de Miguel

Libertad Digital, España

Martes, 10 de marzo del 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

"Sé que me quieren porque me cuentan cuentos" Relato de Rocío Díaz


Ayer llovía en Madrid.

Debería haberme acostumbrado a la lluvia después de tantos días bajo sus gotas en Costa Rica, pero me temo que no ha sido así. La lluvia encoge mi ánimo.

Aún así, tuve suerte. Al final pasé la tarde leyendo cuentos a mis sobrinas. Sus pequeños oídos, aún nuevos, son incansables a los cuentos. Y reconozco que eso me encanta.

Esto me ha recordado un pequeño relato que escribí hace ya tiempo y que me publicaron en el diario de León en junio del año pasado.

Se titula “Sé que me quieren porque me cuentan cuentos” y espero que os guste porque dice algo así:



“Sé que me quieren porque me cuentan cuentos”Mi Sole y yo hoy nos hemos sentado a inventar un cuento.

Estábamos las dos solas en casa. Silenciosas, aburridas, las dos mirando por la ventana. Llovía, llovía como si todas las nubes del mundo se hubieran puesto de acuerdo para deshacerse a la vez en una lluvia tormentosa y enfadada que se desplomaba en chaparrón sobre nuestro ánimo, empapuchándole como a papel mojado. Por eso le sugerí a mi Sole lo del cuento. Ella, al escucharme, me miró con los ojos brillantes pero enseguida ofreció una excusa para ni intentarlo: “Pero si yo no sé inventar cuentos...” dijo acabando fulminantemente con mi sugerencia.

Pero yo conozco a mi Sole, y sé que no es fácil sorprenderla, ni entretenerla, ni convencerla para que abandone su actitud taciturna y su talante solitario. Por eso necesito disfrazarme con un entusiasmo que yo misma siento muy lejano, pero que sé que para sobrevivir a aquella tarde las dos necesitábamos como al agua que no dejaba de caer y caer y caer...

“Venga, le dije, algo se nos ocurrirá...” “No, mejor nos quedamos aquí viendo llover...” A mi Sole no le gusta esforzarse, ni colaborar, ni implicarse en nada que no sea la mera contemplación y sus perifrásticas circunstancias. “Yo no sé inventar cuentos...” decía una y otra vez excusándose sin dejar de mirar la lluvia. Así que tuve que tirar de ella para separarla de la ventana, tuve que arrastrarla hasta la salita y desplegar ante ella tantas alternativas como una cola de pavo real.

“Ya, ya lo sé..., dije con paciencia mientras la empujaba a sentarse a mi lado, por eso... Podríamos hacer una guija e invitar a los hermanos Grinn... ¿Qué te parece?” “No, no -dijo mi Sole- que sus personajes eran malos, muy malos ¿O no te acuerdas de Barba azul o la madre de Blancanieves...?” “Bueno –contesté armándome de paciencia- pues hacemos una guija e invitamos a Andersen... En sus cuentos había buenos y menos buenos, nunca malos...” “No, no -dijo entonces mi Sole- Andersen era poco original, solo se inspiraba en relatos populares...” “Bueno -contraataqué yo- pues entonces invitaremos a Perrault...” “No, no -dijo también mi Sole- Perrault era demasiado moralin, como los Grinn...” y sin esperar respuesta se levantó y otra vez se fue a mirar como llovía. Porque seguía lloviendo, lloviendo con una lluvia cabezona, indiferente a mis esfuerzos, una lluvia ingrata que casi parecía reírse de mis frustrados intentos por arrastrar a mi Sole lejos de ella...

“Vale... –me rendí yo- nada de guijas... pero entonces nosotras mismas nos inventaremos a nuestros personajes...” “Que cosas tienes... ¿Pero es que no ves que ya están todos inventados?” me contestó ella sin mirarme justo antes de que sonara un trueno que puso el mejor punto final a su interrogación retórica y amenazó con aplastar por completo mi fingido entusiasmo. ¿Ya están todos inventados? Y sin hablar me acerqué otra vez a su lado y muy cerquita de ella yo también me quedé contemplando la lluvia... ¿Todos inventados? Parecía que la tormenta se iba alejando, aún sonaban truenos, aún algún que otro rayo parecía iluminar el cielo gris, pero lo hacían cada vez de forma más tenue, cada vez los truenos parecían escucharse más en la lejanía... Pero la lluvia, como si quisiera demostrar que estaba allí, no dejaba de caer, constante, copiosa, infatigable, aplastante, odiosa.

“Pues... si ya están todos inventados, inventaremos otros... o mejor los reinventaremos...” dije yo con terquedad ante esa lluvia odiosa, fingiendo renovados ánimos, plantándole cara a esa enemiga húmeda que se estaba llevando a mi Sole a su terreno pantanoso y melancólico. “Pero ¿Qué dices?...” contestó ella. “Lo que oyes -atajé yo-”. Y tirando de nuevo de ella me la volví a llevar conmigo hasta la salita, la volví a obligarse a que se sentara a mi lado y obligué a su atención a que se solidarizara con mi disfrazado buen humor.

Y decidí seguir marcándome faroles, al fin y al cabo, me dije, eso es inventar cuentos. Y aprovechándome de que mi Sole estaba desprevenida empecé a atacar: “Que te parecería..: ¿Un hada madrina sacándose un sobresueldo como majorette? ¿Una bella durmiente con insomnio...?¿Una maquina de la verdad llamada Pinocho? ¿Una princesa embarazada...? Mi Sole, no sé si apabullada o sorprendida por el bombardeo, apenas tenía tiempo de protestar... ¿Una blancanieves angoleña? ¿Una sirenita reivindicando un plus por humedad? ¿Un príncipe rosa...?...

De vez en cuando mi Sole amenazaba con levantarse para ir a mirar otra vez la lluvia que se empeña en seguir cayendo, insistente, pertinaz, incansable, tranquila y constante. Pero desde mi sillón yo seguía diciéndole: “Un soldado de plomo haciendo la prestación social, un patito feo con gripe aviar, el lobo de los cerditos aquejado de poca capacidad pulmonar, una cenicienta con el síndrome de Diógenes...

Y al final, hasta parecía que mi Sole me prestaba atención, parecía que por momentos olvidaba la lluvia. Jugamos al escondite con los personajes de siempre, al rescate con los que nos inventamos, al balón prisionero con los argumentos... Hasta que perdí de vista a mi Sole. “¿Sole? Sole que al escondite ya hemos jugado...”

Al principio me inquieté, pensé que de nuevo estaría mirando a esa lluvia ladina y sigilosa que espiaba nuestros cuentos. Pero cuando llegué a la ventana, allí no estaba. No estaban ni mi soledad ni la lluvia. Había dejado de llover y no me había dado ni cuenta. Solo quedaban titiritando algunas gotas colgando de las barandillas, balanceándose temblonas, a punto de caer, derrotadas ante un sol que comenzaba a reflejarse, a sacar brillos, a hacer muecas a un pavimento empapado.

Mi Sole, mi soledad se había ido... Y yo, quizás, y a pesar de ella y de la lluvia, hasta fui capaz de inventar un cuento, uno que no empezó nunca pero que puse a tender en estos folios.

©Rocío Díaz Gómez

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La creación de los personajes: Lisbeth Salander




Estoy leyendo en este momento el tercer libro de la trilogía de Milleniun “La reina en el Palacio de las Corrientes de Aire”. No me leí el primero de ellos porque vi la película. Y la verdad es que me pareció tan entretenida y con un personaje tan rico en matices como era Lisbeth Salander que me apetecía mucho saber más sobre ella y la historia. Así que este verano me he leído en una semana el segundo libro: “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y ahora estoy enfrascada en el tercero, deseando tener un ratito para volver a él. Lo confieso los estoy devorando.

Sobre esta trilogía hay un acérrimo enfrentamiento entre los partidarios y los no partidarios. Claros ejemplos de ellos han sido las palabras de Donna León o de Vargas Llosa al respecto. No puede negarse que parece contagioso lo de leerse a Larssom o lo de criticarle ya sea a favor o en contra. Pero es indudable también que sus tres libros han conseguido cifras espectaculares de ventas. No sé cual es el secreto de esa pasión que ha levantado, quién lo supiera. Pero sí que creo que nadie puede negar que el autor ha sabido como crear empatía con el lector, porque ¿quién solo por contagio o porque se lo han recomendado se va a leer tres libros de casi mil páginas?

En cualquier caso, sea por lo que sea, a mí las dos últimas me parecen muy entretenidas. Y creo sinceramente que de haberme leído la primera, me lo hubiera parecido aún más.

De cualquier modo esta entrada en el blog es para hablar de sus personajes. Porque creo que eso es lo mejor de esta trilogía. Lo que más me gusta. Bien sé, lo difícil que es crear un personaje que tenga verosimilitud, que tenga proximidad. En los libros de Larsson hay muchos, muy diferentes, pero bien definidos. Y dentro de ellos, como ya he dicho, tengo debilidad por uno de sus protagonistas, el personaje de Lisbeth Salander. Personaje que según el propio autor surgió ante la pregunta: ¿Cómo sería Pippi Calzaslargas si hubiera crecido en la sociedad actual?
Lisbeth es rara, nunca habla de sí misma, es conflictiva, compleja, antisocial, traumatizada, pero al mismo tiempo tiene un ideal de justicia social impecable, es defensora acérrima del desprotegido y posee unas cualidades intelectuales asombrosas. Para alguien como yo a quién le gusta escribir e inventar personajes, el de Lisbeth me parece muy atractivo, tanto por su físico como por sus cualidades internas. Es un personaje lleno de matices, una caja de sorpresas.

Como dice Vargas Llosa el 6 de septiembre en EL PAÍS : “…Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable … Menos mal que está allí esa muchacha pequeñita y esquelética, horadada de colguijos, tatuada con dragones, de pelos puercoespín, cuya arma letal no es una espada ni un revólver sino un ordenador con el que puede convertirse en Dios -bueno, en Diosa-, ser omnisciente, ubicua, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa desdeñosa indiferencia de su carita indócil con la que oculta al mundo la infinita ternura, limpieza moral y voluntad justiciera que la habita, a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor…”

Lo reconozco me gusta mucho este personaje. Y no creo que sea solo porque crecí al mismo tiempo que Pippi Calzaslargas, esa amiga rara con quién me encontraba cada tarde de domingo en ese patio enorme en blanco y negro que era la primera cadena de tve. No, no es solo por eso. Pero ya me gustaría a mí haber crecido tan rica en matices como ella. Eso es la magia de la literatura, de la escritura, que te permite inventar personajes tan maravillosos, tan completos, que difícilmente existirían en la realidad.

©Rocío Díaz Gómez

2222 visitas ¡Que bonito!



Entro en mi blog para poner una nueva entrada y me llevo la buena sorpresa de ver que he tenido 2.222 visitas. Que número más bonito ¿no?


Gracias, muchas gracias a todos.


Aquí seguimos. Claro que sí.


Rocío Díaz


Madrid, 16 de septiembre de 2009


viernes, 11 de septiembre de 2009

De vuelta. Costa Rica.


















Entre un “Pura vida” y un “Mucho gusto” palpita Costa Rica.

Los ticos, como se llama a los costarricenses, por su afición a terminar las palabras con esos diminutivos, suelen saludar con un “Pura vida”. Y cuando ya has estado allí comprendes ese saludo.

La VIDA, con mayúsculas, salpica cada instante de aquella tierra. La VIDA estalla por los aires y se desliza por el tobogán natural de sus frondosas y verdes plantas, la VIDA empuja sus raíces gruesas hasta sacarlas de la tierra, se posa en todos esos seres que la habitan, que crecen, se mueven, reptan y vuelan libres a tu alrededor. Cocodrilos, monos, pájaros, mariposas, arañas, mapaches, lechuzas. Sus ojos están siempre sobre ti, atentos a cada paso que das. Latiendo a tu lado. Conviviendo contigo en natural armonía.

La VIDA allí, también te moja y te seca para “despuecito” volverte a mojar. Hay un decir, como lo llaman ellos, que habla de su revoltoso clima: “Si no te gusta el tiempo, espera un momento”. Porque así cambia, de rato en rato, tan pronto te achicharra ese sol que cae a plomo sobre ti, como te empapa hasta los huesos ese diluvio que traen unas nubes traviesas y rápidas que de pronto han cubierto lo que era un azulísimo cielo. Quizás tengas suerte, quizás solo sea “un pelo de gato” fino y constante lo que vaya humedeciendo tu paso que se ha hecho tranquilo a fuerza de acomodarse al suyo. Y mientras sientes como tu impermeable, tu mochila, tu pelo, cada centímetro de tu piel chorrea ya sin remedio te quejas con el tono desdichado del no que está acostumbrado a mojarse, en un lamento de “Puuuuura vida”…

Tiene Costa Rica la piel del platanito. La de esos platanitos que ellos comen pero no cocinan. Para cocinarlos están los más grandes, los que a nosotros nos dan en los hoteles. Tiene Costa Rica su pequeño tamaño, su dulce sabor a jugo de fruta madura. Tiene Costa Rica el semblante de sus mil colores, el de la orquídea, el de la riquísima piña, el de la guayaba, el de los bananos, el café, la canela y la sandia. Tiene Costa Rica el olor de la tierra húmeda, la resistencia y firmeza de su base volcánica. Tiene la generosidad de dejarte volar en canopy por las copas de sus árboles, ofreciendo a tus admirados ojos su grandeza. Tiene la humildad de dejarte casi bucear entre sus profundidades, entre sus peces de colores y sus corales escondidos.

Tiene al fin Costa Rica, “unos ticos” de paso lento, pero de talante servicial y agradable. Guarda unos costarricenses que hablan tanto como “un encontrado que estuvo desaparecido”, que comen tanto “arroz con siempre” como si nunca lo hubieran comido a pesar de haberlo desayunado, almorzado y cenado el día anterior y el anterior y el anterior. Tiene Costa Rica unos costarricenses que uno difícilmente podrá olvidar.

Sí. Entre un “Pura vida” y un “Mucho gusto” palpita la Costa más Rica.

Gracias, piensas casi con tristeza cuando el avión despega separándote de ella. “Mucho gusto” susurra ella. Con esa forma tan suya y peculiar de contestar “de nada”. Gracias. Repites, despacio y sobrecogido. “Mucho gusto” susurra otra vez ella, con su voz profunda de tierra rica y amable, alejándose poco a poco de tu vida. “Mucho gusto”.



© Rocío Díaz Gómez
Septiembre de 2009