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domingo, 4 de febrero de 2018

Los Goya y uno de mis relatos: "Aquel mágico proyector naranja" de Rocío Díaz


Anoche, 3 de febrero, fue la gala de entrega de los Premios Goya de nuestro cine. En la gala se quería reivindicar el papel de la mujer en el cine. De hecho finalmente ha ganado mejor película y mejor dirección una mujer, Isabel Coixet.

Yo quería poner mi granito de arena con uno de mis relatos. Muchos ya lo conoceis, pero yo le tengo cariño. Lo premiaron en el año 2015 en el XXV Certamen Literario Frasquita Larrea en Chiclana.

Aquí os lo dejo, porque como nos querían decir en la gala de los Goya, también las mujeres quieren, pueden y deben hacer cine. Lo hacen muy bien.





Aquel mágico proyector naranja

Durante tres años seguidos en mi carta a los Reyes Magos pedí un Cinexin. Me trajeron la Nancy azafata, la cocinita completa con  batería de acero inoxidable y hasta la Magia Borrás, pero del Cinexin ni rastro. Ni tan siquiera con uno de aquellos fantásticos trucos de la Magia Borrás conseguí verlo. Mi frustración fue en aumento hasta que el tercer año solo anoté ese juguete en toda mi carta. En mayúsculas y en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones. ¡QUERÍA UN SÚPER CINEXIN! Del mismo modo que en mi lista habían pasado tres años, para el objeto de mis deseos también había pasado el tiempo y se había modernizado. Ahora era más “Súper” que nunca.
Pero aquel año mis padres, por oscuras razones, decidieron contarme la verdad sobre la existencia de los Reyes Magos. Y en consecuencia hasta se sentaron a discutir conmigo la conveniencia o no de echarme el ansiado Cinexin: ¿No era ya un poco mayor para eso? ¿No era un poco masculino? ¿No sería mejor un set completo de maquillaje? Las actrices están muy guapas requetepintadas. O bueno quizás si mi timidez no me dejaba ser actriz podría dedicarme a ser maquilladora de películas, ya que ese mundo del celuloide parecía gustarme tanto.
Como aún no había conocido al entrañable ET,  juro que en ese momento vi a mis padres colorearse de verde, transformándose en auténticos extraterrestres.  ¿De qué me hablaban? ¿Qué tenía que ver un maquillaje con el Cinexin? No entendía nada de nada. ¿Cómo explicarles que yo no quería estar delante de aquel mágico proyector naranja sino detrás? Yo no quería salir en las películas, yo quería hacerlas avanzar, detener o congelar sus imágenes. Yo no quería salir en las películas, quería re-pro-du-cir-las: con ese verbo de cinco sílabas que decían en los anuncios de aquel juguete que nunca logré que me echaran los Reyes Magos.
Pero lo cierto es que, frustración de más o frustración de menos, una sigue creciendo.
Y llega un momento que piensas que quizás era verdad, que quizás te vendría mejor el set completo de maquillaje, y toda ayuda iba a ser poca, porque empiezan a gustarte los chicos y te parece ver en una excursión del Instituto a uno calcadito al Harrison Ford  de Indiana Jones ¿Cómo no querer estar más guapa para las aventuras que sin duda alguna viviremos juntos? O te cruzas en aquella discoteca de los viernes con el chulo Danny Zuko de turno haciéndose el dueño de la pista y no puedes despegar los ojos de sus piernas mientras rememoras aquella escena final en la que, de negro y adornado de una gran sonrisa, se acercaba y sacaba a bailar a la protagonista de Grease. Una protagonista con  la que coincides de sobra en ese aire arrebatador de chica modosita del montón que en cuánto él se acerque se va a transformar mágicamente, y ríete de aquella Magia Borrás, en la única a quién él quiere: “Ai cachú, ai guont chu player” cantábamos destrozando la canción en aquel espanglish imposible. Y así sucesivamente hasta que un buen día, mira qué suerte, te termina besando el Richard Gere del barrio. Ese desgarbado galán de cazadora de aviador y flequillo, a quién le haces repetir una y otra vez la secuencia del primer beso porque por más que lo intentas no consigues escuchar de fondo la banda sonora del que tendría que ser el gran amor de tu vida y que al final no lo fue tanto. Porque lo cierto es que ni él era Richard Gere ni yo Debra Winger por mucho que tuviera el pelo negro, largo y rizado.
Toda la vida me he empeñado en querer formar parte de una película, cuando lo que hacía no eran más que cameos. Casi sin darme cuenta, escena tras escena, he querido emular a Patricia Arquette en Amor a quemarropa, he querido vivir historias pasionales y violentas, y he elegido tan bien en el casting a los  protagonistas masculinos que he terminado interpretando Tesis o Te doy mis ojos. Quise hacer cine de autor y resulta que muchas veces he tenido una vida de serie B.  Más me valía haber aparcado el género romántico y haberme dedicado a Los Cazafantasmas, a juzgar por cuántos he conocido.  Hasta que la Thelma que había en mi interior decidió hacer un fundido en negro con su historia y escapar hacia delante sin mirar atrás. 
Porque ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan? La vida es una road movie. Y  lo cierto es que yo necesito dotar a la mía de efectos especiales porque si no la rutina me aplasta,  necesito imaginar el clac de una claqueta cerca para ponerle mi mejor perfil al destino, y tal y cómo está este país todos terminaremos con un papel en Full Monty. Por eso la voz en off de mi interior me dice que, mientras llega ese día, al menos haga lo que me gusta, me deje de argumentos inventados por otros y dirija yo mi propia historia.
Que a mí, señores Académicos, y ya, ya termino, lo que me gusta es el cine. Claro que sí. “Juro por Dios que nunca más volveré a pasar…” hambre de cine. Me muero de amor por él, por eso no pueden ni imaginar lo agradecida que me siento por este premio a la mejor dirección. Tanto, que no tengo ni tiempo para terminar de agradecérselo a todos lo que han hecho posible que esté hoy aquí recibiéndolo. Así que, perdónenme, pero utilizaré hasta los créditos de este discurso para seguir haciéndolo.
Pero por favor, antes de que suban a quitarme el micrófono, por favor déjenme que haga un flash back y se lo vuelva a agradecer sobre todo a aquella niña que fui, a aquella que bien pronto supo en qué lado de la cámara yo debía estar, a aquella que durante años apuntó el mismo regalo en su carta a los Reyes Magos. Ese regalo escrito en  mayúsculas en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones, era el único regalo que quería, que quiso siempre y que aún quiere. Por ello, y se lo vuelvo a pedir por favor señores Académicos ¿No podrían ustedes cambiarme el Goya por un Cinexin? Que Goya ni que Goya… ¡Un Cinexin señores Académicos, un Cinexin de color naranja! Eso es lo que realmente le haría feliz a aquella niña que fui. ¿No creen ustedes que es hora ya de otorgárselo?

©Rocío Díaz Gómez

domingo, 17 de diciembre de 2017

Mi último relato premiado: "Magia" en Navalmoral de la Mata



Ayer, en Navalmoral de la Mata, me dieron mi última alegría literaria. Parece que poco a poco voy remontando un año que sentía pobre en reconocimientos literarios. 

Los premios son un estímulo a seguir enfrentándose al folio en blanco. Por supuesto que no hay que depender de ellos para seguir escribiendo. Escribir es una necesidad y un placer. Pero los reconocimientos motivan mucho cuando algunas historias se te resisten.

Se celebró ayer la entrega de premios del  XIX Certamen de Relatos de Navidad organizado por Radio Navalmoral-Cadena Cope con el patrocinio de la AIEAlmaraz-Trillo, en la Fundación Concha de la misma localidad. Entre 95 relatos me dieron el primer premio por mi relato "Magia". 

No era la primera vez que me premian en Navalmoral, y siempre es agradable volver.

Fue una entrega de premios en la que se habló de Rosa Montero que los había visitado días antes. Decía Rosa, de Radio Navalmoral, que la escritora había hablado de la memoria y del olvido. Que había comentado que charlando con su hermano de hechos que habían ocurrido en su infancia, parecía que no habían vivido con los mismos padres o las mismas cosas, así es la memoria de selectiva o el olvido. Decía también que hablando sobre creación literaria había comentado la diferencia entre un relato y una novela, el relato es como abrir una ventana y asomarse a mirar el paisaje, mientras que en una novela el autor camina ese paisaje. 



Fue una entrega donde todos los que iban saliendo a hablar, lo hacían muy bien, su discurso era entretenido, ameno y contaban cosas interesantes.

A mí me dió el premio la Alcaldesa Raquel Medina, que también me pareció que se expresaba muy, muy bien. Habló de lo que a ella le habían transmitido los dos relatos y creo que lo hizo de forma muy sencilla, emotiva y acertada.



Y cómo no podia ser de otra forma (aunque muchas veces si que ocurre) se leyeron tres relatos, uno por el Presidente de la Fundación Concha, Carlos Zamora, otro por el hijo del segundo premiado, Luis Monge Ciruelo, que tiene 94 años y es de Guadalajara y lo leyó su hijo Javier de manos de Aniceto González representande de la Central Nuclear de Almaraz-Trillo. 











Y finalmente lo leí yo. Os quería dejar al protagonista: Mi relato titulado "Magia", un relato de esa época que es la Navidad, que nos podrá gustar más o menos, pero que sobre todo es mágica.

Aunque sobre todo tiene mucho de mágico que te premien entre tantos relatos.




Magia

Traemos las bolsas llenitas de huellas. Señor Pérez ya estamos en casa. ¿Dónde se habrá metido? Ah, está aquí. Mire lo que traemos: ¡Huellas! Montones y montones de huellas. Fuimos a la playa y mire, de todos los tamaños y maneras, por si acaso. Asómese Señor Pérez, asómese... ¡Vaya...! qué pena, se descolocaron. Con lo que costó cogerlas y el cuidado que pusimos al guardarlas. Bueno, lo importante es que están ahí. Ahora hay que hacerlas sitio, a ver dónde, hay siempre tantas cosas que traer... ¡Vaya por Dios! Ya están llamando a la puerta. Todos los días igual. Qué vecindad. ¿No pueden estar en sus cosas sin ocuparse de la vida de los demás? “QUE NO ES ARENA, QUE SON HUELLAS...” No saben ni lo que ven. ¿Qué puedes esperar de la gente que no sabe ni mirar? Arena dicen... ¡Pues anda que no se ve que son huellas!  

Aquí mismo se quedan, encima de estos sacos de frases. A ver cómo andamos de género. Un buen paquete de “Aunque solo sea un pellizquito…”, otro aún más grande de “Para tapar agujeros…”,  otro casi del mismo tamaño de “A ver si me quita de trabajar…” y otro bien llenito de: “Por lo menos quitarse la hipoteca…”. Señor Pérez ya lo ve, tenemos variedad y bastantes de la primera tanda. A ver en el otro saco. Un montón enorme de “Hoy es el día de la salud” y otro un poco más pequeño pero también considerable de “No hay mejor lotería que el trabajo y la economía”. Hay menos variedad es cierto, pero suficientes de cada una. Ay Señor Pérez que jaleo con tanto preparativo, pero es que no podemos descuidarnos que se nos echa el día encima… Ah sí, tiene usted razón, qué cabeza, revisemos el saco de los números: Del 13 y del 69 tenemos de sobra. Y a ver… Sí el 7 también. Aquí hay un grupo de impares y otro de primos, unos cuántos números feos, otros cuántos de los bajitos, y sí al fondo hay ciertas fechas concretas de este año. Genial. No le pueden faltar a nadie ni nuestras frases ni nuestros números. Un momento ¡¿Los sonidos!? Señor Pérez ¿Dónde teníamos los sonidos guardados? Aquí no, aquí tampoco… ¿Dónde los habremos puesto? No se quede mirando ¡y busque! Pero qué animal es usted, menuda ayuda, déjese de tanta carrera, que tirará algo y eche una pata... Ah ¡aquí están! Como no ocupan nada se habían colado aquí detrás. A ver: El inconfundible del bombo y el soniquete de los niños de San Ildefonso. ¿Cuántos hay? Muy bien, suficientes. Y a ver los demás: El de descorchar una botella, el de cristal del brindis, los petardos, señor Pérez qué odioso es éste, pero tiene usted razón tampoco nos puede faltar, por supuesto “campanas”, algún soniquete de villancicos y el más importante ¡el de los caramelos chocando contra el suelo!, sí también ¡aquí está! Qué requetebién. Un abrazo señor Pérez vamos a celebrarlo. Ay no, no, pare, pare animal, que nos hará caer, pare, ¡pare! Le dije un abrazo, solo un abrazo, y no que se meta entre la ropa, me hace cosquillas, es usted imposible, venga salga, salga, salgaaaaa que nos caemos, nos caeeeeemooos… 

 ¡Usted perdone Doña Olvido! No queríamos incordiarla… Qué genio, si apenas hemos rozado su tela. Está usted siempre tan ocupada, a ocho manos venga a tejer y a tejer ¡cómo no incordiarla en algún momento! Pues claro que lo comprendemos, hay ocasiones en que es usted tan necesaria... Respetándonos todos, cada uno con su tarea, se puede vivir en paz. Si muchos de esos de allá afuera que aporrean la puerta siguieran nuestro ejemplo, cuánto ganaríamos todos. Nada mujer siga con su tarea que nosotros seguiremos con la nuestra.

¡Vaya se me cayó...! Que pena... Por hacer sitio a las huellas. Con la de círculos que teníamos aquí en este barreño. Que lástima se perdieron la mayoría, con lo concéntricos y transparentes que eran… Han salido rodando y salpicándolo todo. ¿Qué se juega señor Pérez a que vuelven a aporrearnos la puerta? Seguro que algún círculo ha escapado rodando, rodando y se ha colado por debajo de la puerta. Y cómo no saben ni lo que ven, dirán que ya hemos vuelto a dejar algún grifo abierto. ¿Lo ve? No falla. ¡¡Que no es agua que son círculos!! Lo que decíamos: ¿Qué puedes esperar de la gente que no sabe mirar? Pues es una tarea recogerlos: esperar que lleguen los muchachos, esperar que jueguen a tirar piedras y sobre todo esquivarlas mientras se recogen los círculos... ¡Malditos chavales! con esa mala educación que tienen ahora. En cuánto nos ven, nos tiran las piedras a nosotros: ¡Viejo loco, cara moco! gritan los desvergonzados. Jodíos críos qué puntería tienen, cómo aciertan a veces. ¡Ay Señor Pérez que día más cansino nos espera mañana! Vienen las vacaciones y termina el cole. Ha llovido pues ahí les tiene mañana tirando piedras para hacer círculos en los charcos. Son críos, es lo que toca. Pero a ver, y nosotros detrás, guardándolos para poder después prestárselos al pobrecillo a quién no le salen bien, que no se convierta en el hazmerreir… Bueno ya parece que no aporrean la puerta. Pero no nos engañemos: Por el momento. Volverán, son incansables. Siempre buscan alguna excusa para volver: “Que si se nos ha caído algo en el portal, que si lo hemos manchado, que si huele...” No ven más allá de sus narices. Pero nosotros Señor Pérez aquí inmutables, como el faro contra las mareas. Parece que ahora nos dejarán descansar. Estamos muertos de cansancio. Los días previos hay siempre tanto que acarrear, tanto que preparar... Y luego guárdalo con cuidadito para que no quite sitio al otro, mire usté lo que ha pasado con las huellas, que hemos perdido algunos círculos. Y después de ocuparnos de las cosas, ¡¡Viene ocuparse de las personas!! Lo peor. No podemos bajar la guardia señor Perez, que esta historia ya no es como era...  

Ahora empezando por la climatología, que ya ni nieva ni ná... ¡Con la de granizos que hemos esquivado! Las panderetas y las zambombas resulta que están muy vistas señor Pérez. Y los críos... los críos cada vez lo ponen más difícil. ¿Ha leído usted las cartas que escriben de unos años a acá? Unos juguetes que no hay quién entienda, que te vuelves loco para encontrarlos, que cuestan un dineral, qué pesan lo que nadie sabe. Y ¡que no se te olviden las pilas! sin pilas, estás perdido. ¿Qué ha sido de esos juguetes artesanos? Manuales, sencillitos... ¡Los de toda la vida! No había tanto catálogo, ni tanta variedad, pero todo el mundo entendía de qué hablábamos. Una bicicleta, un balón, una muñeca era una muñeca. Lo de toda la vida. Ahora ¡la Biblia en verso! Qué clase de futuros adultos estamos educando… ¿Qué fue de aquello tan cursi de los sentimientos y la ternura? Pues eso, Señor Pérez: algo muy, muy cursi.  No, no mueva usted los bigotes con esa indiferencia, que hay días que ya se está muy cansado. Porque esa es otra: ¡la de cosas que piden! Antes veías en las cartas uno o dos regalitos, como mucho tres porque egoistones, no nos vamos a engañar,  siempre hubo. Pero ahora... ahora escriben páginas y páginas. Y eso cuando escriben... que la mayoría se coge éste o aquel catálogo y con poner una cruz, lo tienen resuelto. Ya no es que no lean ¡es que no escriben! Ponen cruces. Ay señor Pérez risa me da, risa por no llorar. ¿No los ha oído usted nunca? Me lo pido, me lo pido, me lo pido... ese es el nuevo villancico.  Por cierto, hay que revisar ese sonido, apuntadlo. ¡Que no falte!

Un momento: ¿Qué es ese ruido? Pero no puede ser, si apenas ha dado tiempo a preparar nada... ¡Ay Señor Pérez quítese de encima! ¡Pesado! ¡Ande usté por ahí, a por algún diente perdido, leñe! Siempre correteando por encima de todo. ¡Pero por Dios qué griterío hay ahí fuera! Ya toca ocuparnos de las personas. Que sí, que ya vamos… ¿Pero qué escándalo es ese.? “YAAAA, QUE YAAAA...” Bueno, vamos a tranquilizarnos. Sí, es cierto, no tenemos horario. Y llegadas éstas épocas tan nostálgicas más. Pero háganse cargo, en algún momento tenemos que ir a por mercancía, clasificarla, guardarla... A ver, sin apelotonarse, por favor, por favor hagan fila. Pero ¿Cuántos son? Qué barbaridad... A ver, por orden y despacito vayan pensando cada uno qué perdieron el año pasado...

Bueno, bueno... Pues sí que empezamos hoy bien la jornada. No hace falta ni que hable, sus ojos, su expresión, sus hombros, su andar, “su todo” señor mío lo dice, sin necesidad de que diga ni una sola palabra. ¿Lo ha pensado bien? ¿No hay solución? No hay cosa que nos moleste más que tener que pasarle con la compañera... Mírela, mírela, cuando se pone así es insoportable. ¿No la ve? ya se está frotando sus ocho patitas con gesto de: “Ya viene otro...” Vamos a intentarlo, ande... A lo mejor entre todas estas cosas están sus recuerdos más bonitos. Mire, mire, tenemos muchas palabras, hágame caso, las palabras combinadas con las disculpas es un conjuntito que en cualquier época siempre resulta... No, ya lo ha intentado. ¿Lágrimas? A veces las lágrimas (no siempre, es verdad, bueno casi nunca, es cierto) Pero a veces... a veces, un poquito de voluntad y unas lagrimitas... Tenemos unos frascos llenos de ellas... Tampoco. Pues no deja usted recursos... Si está tan convencido de que no hay nada ya que hacer... Pues nada pase por allí, que le atenderá mi compañera, acérquese a aquel rincón que está deseando, ya la ve, deseandito está de tomarle medidas... No se preocupe tiene telarañas suficientes para todos sus malos recuerdos y los de todos estos señores si lo necesitan... Claro que sí hombre, tendrá tantos metros de olvido cómo necesite.

El siguiente... ¿Sombras? Creo que al final del verano pasado recogimos alguna, no sabemos si era despistada o espabilada, pero allí estaba, durmiendo entre las tumbonas. Un momentito, que a lo mejor en aquel rincón de allá, acurrucada, nos queda alguna y encuentra usted la suya. No le importa que esté arrugada ¿verdad? De aquí a la primavera se le estira.  ¡Vaya! usted todo lo contrario del primer caballero. Dese una vuelta por la tienda que recuerdos de infancia tenemos muchos... Allí tiene palitos que fueron de algodón dulce, más allá tenemos montones de “guas”... No quiero ni acordarme del día que los trajimos cómo se pusieron los vecinos con que había tierra en el portal. No saben mirar, no tienen ni idea... ¡Claro! Círculos en el agua acabamos de traer, están recientitos...

Pero por favor, guarden silencio, por favor, que los vecinos... Cada dos por tres los tenemos en la puerta llamándonos la atención. Ya saben, esas personas grises que no saben mirar, que no soportan que los demás sueñen, o sean felices... Ven, ya están ahí. “¿Pero de qué suciedad y qué ratones hablan? ¡¡Pues llamen a los Servicios Sociales o a quiénes quieran!!” ¿Ven lo que les decimos? No ven las huellas solo ven montones de arena, ni los círculos solo ven agua, no ven los guas, ni las sombras… No ven los metros de olvido tan necesarios para seguir adelante, solo ven telas y telas de arañas. “¡Aquí no hay ningún ratón!” ¡Por no ver, ni tan siquiera ven al señor Pérez! ¡Por favor váyanse de aquí, déjennos vivir la Navidad. Hay magia en todas partes ¿No se dan cuenta? Solo hay que saber mirar. Saber mirar leñe…”


©Rocío díaz gómez

domingo, 19 de noviembre de 2017

Primer premio en el I Certamen de Relatos "Cuarto y Mitad" de la Biblioteca Mario Vargas Llosa de Madrid




Y ocurre que te escriben diciéndote que estás entre los diez finalistas de un certamen de relato al que te has presentado. Y ocurre que te dicen que tienes que ir un viernes a las 18 horas y en ese momento se dirá quiénes han ganado de esos diez finalistas.

Y tú que a veces te cuesta ser positiva, piensas que no tendrás premio porque te parece que no te lo dicen con mucha ilusión, que no llevas muy buena racha en esto de la literatura, que ya verás como no... en fin todas esas cosas que te dices a ti misma para salvarte un poco, solo un poco, de la desilusión. 

Y ocurre que tampoco quieres animar mucho a nadie para que te acompañe, porque total si no vas a ganar... Pero aun así tus compinches que creen más en ti que tú misma se apuntan. 

Y estás ahí y empiezan a nombrar a los finalistas del décimo al primero, y van nombrando y no eres tú, y siguen nombrando y no eres tú, y nombran y nombran y no te dicen a ti. Pero aún así piensas que qué raro, que a ver si además es que se están olvidando de nombrarte porque no sabes ya ni qué pensar. Y décimo, noveno, séptimo, quinto... cuarto, y nombran a los siete finalistas que van saliendo a por su diploma, y madre mía que ya no hay más finalistas y comienzan los premiados, y ya nombran al tercer premiado y ¡tampoco te nombran! y comienzas a ponerte cada vez más nerviosa y más nerviosa, tan nerviosa, porque te estás acercando, porque casi no quedan ya finalistas y parece mentira pero a ver si... Y nombran al segundo premiado y ¡tampoco eres tú! y ya dices que a ver si esta vez, que quién sabe, que por qué no, y entonces oyes a una de tus compiches decir ¡bravo! porque va a ser que sí, que las rachas regulares llegan un día que se terminan y das por buenas todas las horas sentadas y todas las peleas con las frases, das por bueno todo el tiempo, todo tu tiempo, inventando historias.

Esas historias que no puedes evitar imaginar y luego escribir. Esas historias que son, ni más ni menos, lo que más que te llena en este mundo, esas historias, pedazos de ti, que tienes que sacarte de dentro, de muy adentro para hacer que comiencen a latir con vida propia.

Y ocurre que hay tardes que traen alegrías literarias.

Porque decían las bases que había que escribir un relato que no llegara a las 1000 palabras y que incluyera la frase "cuarto y mitad".

Y tú, o sea yo, lo conté así:




Calderilla en mi monedero

Rocío Díaz Gómez

 

Cuando usted me habla me mira a los ojos. Después aún espera a que yo termine de hablar y al contestarme, lo vuelve a hacer mirándome a los ojos. Sin cambiar el canal de la televisión, sin hojear ninguna revista, sin repasar la correspondencia acumulada. Le basta conversar conmigo.

En otro tiempo hubiera pensado que estas atenciones no son más que calderilla en el monedero de los afectos. Pero ahora que el resto del mundo vive como si dispusiera de menos tiempo que yo, teniendo mucho más; ahora que todo mi horizonte es el pedazo de vida que está enmarcado por esta misma ventana que me separa de ella; ahora que mi cordón umbilical con el mundo se bifurca entre el cordón del teléfono y el cable de la televisión; ahora que malvivo de la pensión, nada es calderilla en mi monedero.

¿Y a quién ofendo si le llamo cada semana? Si me esfuerzo por vestirme con ropas que un día lejano alguien dijo que me sentaban bien. Si me peino con cuidado, si me perfumo y rebusco en el pastillero una sonrisa polvorienta que se quedó allí olvidada. ¿A quién ofendo si le espero? Si me siento cerca de la puerta para no demorarme hasta que llego con pasos torpes a abrirle. Si miro y miro por la ventana hasta que aparece. Si mi corazón también se pone de pie y se empina con saltos como asomándose a ver, desde el balcón de mis pupilas, si ya llega usted de una buena vez.

Cuando le veo aparecer, no tengo que buscar más, porque de pronto encuentro aquella sonrisa que perdí, encuentro las ganas que tenía de conversar, encuentro el buen humor y salgo a recibirle haciendo malabares con todos ellos.

Cuando llegan mis hijos a casa, traen olor a prisa. Mientras les pregunto cómo están y les cuento si la vecina se cayó o me llamó aquella prima, sus dedos ágiles revisan la correspondencia a su nombre, destapan ollas para ver que hice de comer y aprovechan en el móvil para hacer todas aquellas llamadas que tenían pendientes. Como si escucharme no fuera suficiente.

Sin embargo cuando usted llega viene envuelto en olor a naranjas y despliega atenciones. Me mira, me sonríe, me pregunta: ¿Cómo está hoy Josefa? Así lo dice, con mi nombre al final. Con familiaridad, con cercanía. Y espera hasta que le contesto para seguir conversando. Y hasta que yo no le digo “Pase, pase déjeme por favor todo en la cocina que ahora ya lo colocaré yo sin prisas en la nevera”, usted no deja de mirarme y preguntarme y esperar atento mis palabras, sin hacer nada más que escucharme.

Por eso le he dicho a la enfermera hoy, que me hiciera el favor de no darme cita el martes. Si el médico y sobre todo este corazón mío aguanta hasta el martes, aguantará un día más. Que los martes son domingos en mi calendario. El martes es el día que yo revivo, el día que viene usted, que viene el frutero.

Por eso le estoy escribiendo. Le estoy escribiendo este pedido no sé si de amor, bueno sí por qué no decirlo, de amor. Este pedido en forma de kilos de plátanos o de tomates, de acelgas o un ramito de perejil, aunque no necesite nada. Porque cómo usted me atiende, señor frutero, cómo usted me saluda, y me pregunta, y después me trata, ya no siento que lo haga nadie más. Necesito verle cada semana, necesito su aire fresco y atento, su olor a naranjas envolviéndome.

“Pues en un ratito estoy ahí Josefa”. “Muy bien. Me sentaré entonces ya cerca de la puerta a esperarle”. Nos diremos cuando yo le llame por teléfono para leerle el pedido. Y ahí estaré, ahí esperándole, porque cuando usted venga y me hable me mirará a los ojos, sí, y no sabe cuánto es eso para mí.

1 kilo de plátanos, 1 kilo de tomates, 2 kilos de kiwis, otro de chirimoyas... y nada más, ah sí, y cuarto y mitad de cariño. Eso le diría, sí eso mismo: tráigame cuarto y mitad de cariño. Pero solo leeré en voz alta lo que está escrito: Plátanos, tomates, chirimoyas… y nada más; ah sí, qué cabeza tengo, sí todo eso y…
…cuarto y mitad de cariño, diré en voz muy baja mientras cuelgo el teléfono.


©Rocío Díaz Gómez


Mis compinches que se merecen todo


viernes, 23 de junio de 2017

"Boca abajo" relato veraniego de Rocío Díaz



Me vais a permitir que hoy comparta con vosotros uno de mis relatos. 

Tiene ya unos años, pero hoy me he acordado de él con una sonrisa. Me lo premiaron en su día, agosto del año 2009, en el programa radiofónico "El ojo crítico" de Radio Nacional de España. Qué ilusión me hizo escucharlo en la radio, en ese programa, uno de mis favoritos, y luego hablar con ellos.

No recuerdo si ya lo compartí con vosotros en alguna otra ocasión, pero no importa, los relatos siempre son actuales. 

Se desarrolla en una playa de Castelldefels, por supuesto cualquier parecido con la vida real es pura ficción, pero después de muuuuchos años he vuelto este verano a esa playa. 

Ya no había ningún puesto de Avidesa.





Boca abajo

Rocío Díaz


   Tenía trece años y una piel más blanca que la leche Frixia que por entonces compraba  mi madre.

Eran los tiempos en que todavía la mercromina y el agua de sal lo curaba todo, los tiempos de estirar y estirar aburridos veranos en las playas de la Costa Brava.

Hasta que hice aquel descubrimiento dentro del puesto de Avidesa.

¡Dios! No me podía creer... Era igual, igual que Starsky, el de Hutch. Quizás más alto, más fuerte, no tan moreno, ni el pelo tan rizado... pero ¡vamos! que prácticamente igual. No me lo creía. Pero aún creí menos el guiño y el beso que me tiró desde dentro del puesto. Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta, y otra vez vuelta y vuelta en la toalla. Así una y otra vez. Una y otra.

Hasta que me armé de valor y me levanté para ir a por un helado.

Entonces me dijo aquello de “Nena, cuánto te pareces a Sabrina, la de los Ángeles de Charlie”. ¡Madre mía! Como una medusa hinchada por el piropo, floté esponjosa alrededor del puesto. ¡Madre mía! Hasta que caí en la cuenta de que mi hermano decía que “...de las tres, Sabrina era la más plana”.

A partir de ahí pasé todo el día tumbada boca abajo en la toalla. Siempre boca abajo, que no me viera por delante, que no se fijara, boca abajo, pero sin quitarle ojo, sonriendo tontamente.

Boca abajo.

Boca abajo.

Boca abajo.

Dorándose mi piel. Enrojeciéndose. Tostándose. Achicharrándose. Hirviendo con casi quemaduras solares de segundo grado.

Seguí boca abajo durante casi tres semanas, noche y día, día y noche.

Aquel amor duró lo que dura una insolación. Aún el olor a vinagre me devuelve aquel guiño y aquel beso que me llegó desde dentro de un puesto de Avidesa, el mismo vinagre que mi madre echaba sobre mi piel para curar las quemaduras. Aún el olor a vinagre termina recordándome el primer plantón de mi vida: el que me dio tres semanas después un Starsky de Casteldefells.

Aquel, que no curó el vinagre ni tampoco todo un enorme y salado Mar Mediterráneo.