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lunes, 30 de octubre de 2017

Finalista en RNE Nómadas. IV Concurso de Diarios de Viaje

Diploma Rocío Díaz. Programa RNE Nómadas. Octubre 2017



Estimada Rocío:

Te comunicamos que tu relato sobre Pekín ha quedado finalista en el IV Concurso de Diarios de Viaje de 'Nómadas' y la Oficina Nacional de Turismo de China.

A lo largo de la próxima semana nos pondremos en contacto contigo por vía telefónica para darte...

Hasta la emisión del programa te rogamos mantengas discreción, especialmente de cara a las redes sociales.

Te damos la enhorabuena por llegar tan lejos; este año hemos recibido 1.008 textos, así que puedes estar más que satisfecha con el resultado.

Un saludo cordial,



RTVE




En este mes de octubre que se acaba he tenido una alegría literaria. 

En este año escasito en alegrías literarias hay que dejar de memoria de cada una de ellas. Sobre todo si pienso, tal y como me dijeron, que mi relato era uno de los 1008 que se habían presentado. ¡1008! Qué barbaridad... Pobre Jurado qué difícil.

Así que me dió mucha pena no ganar el viaje a China, porque aunque ya estuve en el año 2007, volvería una y mil veces y más si es porque me lo he ganado escribiendo. Hubiera sido perfecto.

Pero tengo que estar contenta porque quedar entre los diez finalistas entre 1008, también es estar muy, muy cerca. Habrá que pensar eso ¿Verdad? y seguir escribiendo, escribiendo siempre.


Y cómo lo que importa aquí es eso os dejo con mi texto. Ahora ya sí que os lo puedo dejar leer. Se trataba de narrar una jornada de viaje sin superar las 150 palabras. Se titula "De papel de arroz" y dice así:




De papel de arroz

 

22 de julio de 2007

Sin conocerte creía que serías un viaje más pinchado con dos alfileres invisibles a un verano y mi frágil memoria. Nada más llegar supe que aquella China Milenaria que prometía mi folleto perduraría, intacta y delicada, sobre cuantos viajes viviera después.

Día 1º Llegada a Pekín, capital de la República Popular de China. Traslado al hotel. Tarde libre. Mentía el itinerario del folleto. Desde el aeropuerto nos llevaron a la primera visita sin trasladarnos al hotel. Tras un vuelo tan regular como su nombre, tras la noche a bordo y sin dormir, me presenté ante ti con quejas y cansancio por toda credencial. Pero atravesamos una de las puertas del Tiantan Park y apareció el Templo del Cielo. Inmediatamente humedeciste mi piel pero dilataron mis pupilas el azul de los tres tejados del Salón de la Oración por la Buena Cosecha. Era tan insoportablemente vistoso que dolía. Elevándose sobre sus tres terrazas de mármol su planta circular, envuelto de granates y dorados, coronado del azul más puro y oscuro que vi jamás. Me tragué el cansancio, mastiqué las quejas y enmudecí. Si los emperadores cada otoño daban aquí las gracias al cielo por la cosecha, yo también daría mil gracias por verme allí.

Qué me importaba llevar la misma ropa de las últimas 24 horas y que tu aliento húmedo resbalara caudaloso por mi piel, si ya quería estar bajo la sombrilla de cualquier mujer china, suplicando una sombra y más tiempo para admirar cuánto veía. Del Salón de la Oración a la Bóveda Imperial y el Altar Circular. Un recinto sagrado espectacular e inolvidable.

En el parque que lo rodeaba, los pequeños corrían con sus culos al aire, mientras los jubilados danzaban. Las bicicletas nos adelantaban y los pájaros dentro de sus jaulas colgaban de los árboles. Las mujeres de los puestos, sin dejar de trabajar, comían deprisa de un cuenco de arroz. Los hombres arremangaban sus camisetas bajo las axilas jugando en corro. Pirotecnia de costumbres. Extrañeza de culturas.

Tras comer nos llevaron a tu Palacio de Verano. No hay yuanes suficientes para que mis sentidos paguen por aquel primer día. Donde los emperadores de la dinastía Quing escapaban de las altas temperaturas, nos refugiamos nosotros. Una gama completa de verdes se desplegó ante nuestros ojos mientras una refrescante brisa nos alivió del calor húmedo y pegajoso. Generosa, nos descubres tu Jardín del Gusto Armonioso mientras se reflejan en el agua del lago Kumming las edificaciones chinas. Y otra vez me rindo para pasear contigo por esos jardines de bonsáis y estanques, de puentes de bambú y flores de loto. Me rindo navegando por esos canales flanqueados de casas de madera, adornados de farolillos rojos.

Cuando esa primera noche me acosté por fin, sabedora de los días que me quedaban en China, sonreí feliz. Siempre estará seis horas por delante, palpitando al menos a quince horas de distancia, pero ya me había secuestrado. Sin marcharme ya quería volver.

 

 Rocío Díaz Gómez




martes, 22 de julio de 2014

Una entrevista con motivo de uno de mis relatos



Hoy os voy a copiar aquí una entrevista que me han hecho con motivo de haber quedado finalista en el I Certamen Literario Madrid Sky. 

Han sido muy amables conmigo. Y desde aquí quiero volver a dar las gracias a este grupo literario por su buen hacer en todas estas cuestiones literarias. Y en especial a Manuel Pozo que ha dedicado su tiempo y su interés a esta entrevista. Primaduroverales se reunen en el Centro Cultural de la Casa del Reloj en Madrid y fue un placer conocerles.

La entrevista está publicada en su blog. Os la copio, pero quiero dejaros el enlace para que los conozcais mejor.

https://primaduroverales.wordpress.com/author/primaduroverales/


Entrevista a Rocío Díaz Gómez (segunda finalista del I Certamen Literario Madrid Sky)

Rocío Díaz 2 

Rocío Díaz Gómez es madrileña, aunque de niña vivió en Galicia y Cataluña, por eso siente que su infancia no es madrileña. Es licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Le gusta viajar, la fotografía, caminar, atender su blog, hacer álbumes de fotos, coser… Tiene muchas aficiones y todas le gustan mucho, con lo cual dentro de su cabeza suelen entrar en conflicto por la falta de tiempo. Para leer prefiere la novela al relato corto, sin embargo, escribiendo, es una maestra del relato corto, modalidad con la que ha conseguido numerosos premios, entre ellos este puesto de finalista en el I Certamen Literario Madrid Sky. Cuando le preguntamos por su autor preferido nos dijo que tiene muchos y que no puede hablar de uno en concreto: nos citó a García Márquez y a Isabel Allende. Entre los españoles a Lorenzo Silva, Rosa Montero, Marta Rivera de la Cruz, Elvira Lindo, Muñoz Molina, Almudena Grandes, Manuel Rivas… y en poesía recordó a Amalia Bautista, Luis Muñoz y Benjamín Prado.
 ¿Cuáles son los premios más importantes que has ganado? ¿Has publicado?
El premio más importante que he ganado fue el Max Aub de Relato en el año 2009. Es un premio muy especial tanto por la curiosidad de que medio pueblo de Segorbe actúa como jurado, como por su cuantía económica que está muy bien. Además tengo un buen recuerdo de la forma en que me trataron, que fue impecable. Pero he ganado otros que también han estado muy bien como el premio Nacional de Narrativa de la Asociación de Periodistas de Ávila, el de Monturque, el Miguel Artigas… Tengo publicado ese relato, me lo publicaron en la Fundación Max Aub, en un librito. Y luego tengo publicaciones en algunas revistas literarias: Luces y Sombras de Tafalla, Cuadernos del Matemático de Getafe. Y también en muchas publicaciones donde se han recogido relatos premiados.
La organización del concurso fue para nosotros un reto. Sin presupuesto y subvencionado por nosotros mismos. ¿Qué te pareció el acto de entrega de premios del I Certamen Literario Madrid Sky?
Me gustó mucho por varias razones. La primera de ellas porque era un certamen, como tú muy bien dices, subvencionado por vosotros mismos. Me gustó mucho eso de que “queríais devolver a la literatura lo que ella os había dado”, al dedicar los beneficios de vuestro libro a la creación de un certamen. Después porque se notaba que se había preparado todo el acto con mucho mimo. Como finalista me sentí muy bien tratada. Por otra parte tenía de positivo que se leyeran todos los relatos finalistas, una entrega de premios literaria luce mucho más, en mi opinión, cuando se leen los relatos. Además tengo la suerte de haber estado en varias entregas de premios, y me pareció todo un detalle que el jurado le explicara a cada uno de los finalistas los hallazgos de su relato. En fin, por varias razones.
¿Qué se siente al ganar un premio literario?
Sobre todo una inyección de motivación increíble para seguir escribiendo. Al fin y al cabo es un reconocimiento a todo el tiempo que has pasado en soledad peleando con la historia.
Esta vez te has quedado muy cerca… me imagino que eso decepciona.
Si te digo la verdad no tenía ninguna esperanza de ganarlo. Éramos diez finalistas, cualquier autor lo podía ganar. Así que no me decepcioné en absoluto, sentí que un tercer puesto, con la cantidad de relatos que se habían presentado, no estaba nada mal.
¿Nos puedes contar alguna anécdota que te haya sucedido en alguna entrega de premios?
La verdad es que cada entrega de premios es un mundo. Es muy curioso. Se viven experiencias muy diferentes pero todas muy enriquecedoras. Por ejemplo me acuerdo de que en una entrega de premios en Motril, acabé cantando La tarara y canciones similares con un grupo de mujeres que también participaban en la entrega porque habían hecho un libro con ellas. En Laviana, en otro certamen, nos llevaron a hacer una ruta por los alrededores del pueblecito asturiano… En Monturque, un pueblecito cordobés pequeñito, pues tienen una joya que nos estuvieron enseñando: un cementerio sobre unas cisternas romanas impresionantes. Bueno, cada una es mundo, ya te digo.
Qué nos puedes contar de tu relato finalista “Con nieve hasta el ombligo”…Rocío Díaz 1
Pues me lo planteé como un reto. Yo normalmente escribo relatos más largos, me cuesta mucho sintetizar. Y por otro lado me gusta mucho cuando me dan alguna pauta que me ayude a comenzar cualquier relato. Entonces vuestro concurso reunía que, por un lado, me obligaba a inventar una historia empezando por una frase concreta que, en mi opinión, debía tener un peso específico en la historia puesto que era la condición, y por otra parte tenía que ser como mucho de dos folios a doble espacio… Así que manos a la obra… Y salió este relato en el que traté de utilizar la técnica de la metáfora de situación, la historia familiar corre paralela a la del tiempo atmosférico. Y me gustaba que lo contara el niño, su visión inocente solo sugería más que contar, así el lector tiene más margen para la imaginación.
A mí tu relato me ha gustado porque tiene esa historia de fondo, esa segunda historia que se va contando por detrás de la historia que se lee en el primer plano. ¿Es fácil conseguir esa profundidad?
A esta pregunta creo que casi te he contestado en la anterior. No sé si es fácil, o es difícil. Es laborioso, eso sí, porque es como si echaras al aire dos bolas y hay que intentar que ninguna se te caiga. Un malabarismo. Pero yo quiero mejorar a la hora de escribir. Y esforzándome en pretender utilizar más recursos, en echarlos al aire en menos espacio, en que no se te caiga ninguno es una forma de hacerlo…
Nosotros proponíamos una frase para comenzar el relato. ¿Te resultó difícil darle continuidad a esta frase?
Me lo tomé como un juego. A ver qué historia puedo inventar en la que tenga importancia que sobre el asfalto alguien piense que el invierno se ha ido… Una “road movie” pensé, para que alguien lo vea sobre el asfalto. Y de pronto visualicé a un niño mirando por los lados del sillón de atrás de un coche en busca de un montón de nieve… Y así poco a poco fueron llegando sus compañeros de viaje y con ellos su historia.
¿Por qué escribes cuentos?
Porque no sé vivir sin hacerlo. Necesito inventarme historias, en cualquier momento con cualquier frase que te asalta a traición y piensas: “Eso estaría bien para un relato…” Y después viene el placer de ir perfilándolo. Sí escribir es un placer y una necesidad.
Tienes un blog de literatura fantástico ¿Qué te aporta el blog?
Tengo un amigo que siempre me insistía en que tuviera un blog para colgar mis relatos… Y yo siempre le decía ¿Pero y yo qué voy a contar en un blog? Bueno pues me lo dijo tantas veces que un buen día, un poco por ver si era capaz, me abrí uno y ya voy camino de cinco años con él. Ahora me falta tiempo para hacer tantas entradas como me gustaría. Es un blog sobre las palabras, sobre cultura, sobre Madrid. Sí, también hay relatos míos, pero me sentiría muy egocéntrica si solo hablara de mí en él. Hablo de todo lo que me llama la atención: letreros, literatura, exposiciones, nuestra ciudad… La verdad es que el blog ha enriquecido mucho mi vida, quién me lo iba a decir…
¿No te parece que la literatura es una extraordinaria manera de conocer a otras personas?
Sí, por supuesto que me lo parece. He conocido personas muy interesantes y he hecho muy buenos amigos gracias a la literatura.
¿Volverás a participar si organizamos otra vez el certamen?
Sí, claro ¿Por qué no?
Cuéntanos, por favor, tus proyectos literarios.
Bueno pues tengo otra entrega de premios a la que asistir en septiembre, esta vez voy a por un segundo premio a Valencia. También me han ofrecido que me haga cargo como compiladora de una parte del próximo núm. de la revista Luces y Sombras de Tafalla. Para el otoño con los compañeros de mi tertulia voy a formar parte de una antología. Y sobre todo escribir y escribir ese es mi principal proyecto.
¿Antes de despedirte nos puedes recomendar una novela y un relato?
A ver. Qué difícil uno solo de cada. Se me van a quedar muchísimos fuera… Una novela: “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince, por ejemplo. Y un relato, pues, cualquiera de Benedetti, tiene tantos buenos, me gustan mucho todos. Aunque hay un relato al que tengo un especial cariño, me estoy refiriendo a “El álbum” de Medardo Fraile. Aún recuerdo cuando lo leímos en clase en el BUP…
¿Te gustaría decir algo más?
Sí, claro, que muchísimas gracias a todos vosotros. Gracias por crear este certamen, por ese querer devolver a la literatura lo que ésta os había dado y que a mí me llevó a inventar este relato. Gracias al jurado porque pensó que yo debía estar entre los finalistas. Y en general, a todos vosotros por cómo nos tratasteis. A Alicia con la que me tomé un café antes de la entrega, a Pura, a ti, a todos los que habéis sido tan amables. Mil gracias.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Un relato de Rocío Díaz para Navidad





Nochebuena. 

Os dejo con uno de mis relatos de navidad. Este relato fue seleccionado como primer finalista en el 47 Concurso Radiofónico de Cuentos Navideños Gloria Fuertes, en la Navidad 2011.



Préstame tus ocho años

Recoger el belén es recoger la ilusión. Envolverla a pedazos en ese papel de bolitas transparentes que días atrás nos hemos aguantado las ganas de explotar una a una viendo cualquier película, y después guardar todos esos pedazos de ilusión en una caja de cartón durante todo un año.

Por eso cada vez que llega mediados de diciembre espero con impaciencia la cita que tengo contigo. No puedo faltar. Te lo debo. Escojo una tarde tranquila, en la que no haya llamadas urgentes ni salidas inaplazables. Una, en la que tampoco haya que planchar o salir a comprar yogures, ya sabes, tardes aburridas de adultos. 

Pero la nuestra, no, la nuestra no es una de esas. En la tarde que yo elijo para estar contigo sacando el belén, no hay tareas urgentes, ni tan siquiera rutinarias o cotidianas, sino que nos bajamos del mundo casi en marcha y con el pelo alborotado por la emoción, nos quedamos viviendo un tiempo sin hora. Eso sí, dejamos dicho que no cuenten con nosotras, que tenemos mucho que conversar. Imagínate, hay que contarse todo, todo lo que ocurrió en un año.

Lo primero es escoger un lugar donde colocar el belén. Cada año que pasa hay que pelear más por hacerle un hueco entre la montaña de libros que ha crecido, los recuerdos que nos trajimos del viaje de ese verano y los demás cachivaches que nos regalaron. Nos gusta poner un suelo de hojas secas bajo el nacimiento, uno de esos que te gustaba tanto pisar con las botas de goma, un suelo de hojas marrones y crujientes que al sonar destile nostalgia pero que puedan pisar a gusto todas las figuras del belén. Y mientras las vamos sacando del papel de bolitas transparentes, yo te voy contando que ha sido de nosotras en estos 365 días.

Saco el niño Jesús y te cuento que nació el hijo de este hermano o este amigo, te cuento que ya ha salido de cuentas la mujer de aquel primo que ni tan siquiera conoces. Le buscamos su lugar mientras te hablo de todos los críos de la familia, más o menos cercanos, más o menos cariñosos, simpáticos o mal estudiantes. Sacamos a la Virgen y voy poniéndote al día sobre todas las mujeres de la familia. Mamá a la que ya se le van notando los años, aunque lo disimule detrás de ese buen ánimo que tuvo siempre. La tía que ya apenas anda, o esta cuñada que fíjate, quién lo hubiera dicho, cómo de bien o de mal, esto entre tú y yo, se está portando. Después sacamos a San José y te hablo de hombres. Cuando se trata de hablar de los allegados no mido las palabras, hay confianza. Pero también aquí aprovecho para hablarte de los que encontré en la calle, de los que me besan o me abrazan. Aunque, aquí no te lo voy a negar, sí que escatimo detalles, nunca hablé demasiado de mi vida íntima con nadie, y tú, por mucha complicidad que haya, siempre serás una niña pequeña a la que en algún momento tengo que tapar las orejas para que no oiga comentarios que la pondrían colorada.

Cuando sacamos a la mula y el buey, te hablo de los animales reales o figurados con los que me he cruzado ese año. De las mascotas de verdad de los hermanos y amigos. De los peces que este año han pasado a formar parte de la familia. Pero también ¿por qué no? de las bestias pardas que nos quitaron el aparcamiento, que se colaron descaradas en aquella fila, que nos miraron, nos hablaron mal o nos hicieron daño de alguna manera. Animales disfrazados, no más. Aunque tú no lo sepas, la vida de los adultos muchas veces es un zoológico donde ciertos animales andan sueltos.

Y cuando vamos colocando a los Reyes Magos te cuento cuánto hubo de magia. Lo que me hizo sonreír, lo que me hizo llorar de emoción y enternecerme hasta sentir que me deshacía por dentro. Siempre estoy deseando que llegue el momento de colocar a los magos, porque no quiero que se me olvide contarte esta parte. Contarte, contarme de nuevo todo lo mágico, porque no, no quiero que se me olvide.

Y después de colocar el belén te quedas a vivir conmigo durante todas las navidades. Me gusta que estés cerca. Me gusta sentirte dentro cuando ando escogiendo regalos, cuando espero esas colas interminables para pagar, cuando no encuentro la talla adecuada y tengo que cambiar de idea, cuando me duele ya la cabeza de pensar qué le haría ilusión a éste o al otro, cuando me duelen los hombros y la espalda de cargar con las bolsas, cuando ya no puedo más, malditas navidades, me gusta que estés cerca, que estés aquí, como si pudiera apretarme la mano.

Lo pasamos bien ¿verdad? Procuramos ver con esos ojos tuyos lo que nos rodea. Y todo parece nuevo, recién estrenado, como si fuera una aventura que nunca hubiéramos vivido.

Por último, casi el último día, escribimos juntas los buenos propósitos para el nuevo año en un papel que doblamos bien dobladito y que dejamos en una esquina del belén, bajo una de aquellas crujientes hojas, hasta el día que haya que recogerlo.

Recoger el belén es recoger la ilusión. Envolverla a pedazos en ese papel de bolitas transparentes que reservamos para las cosas frágiles, y después guardar todos esos jirones deshilachados de ilusión en una caja de cartón durante todo un año.

Me cuesta separarme de ti. Me cuesta mucho. Pero aunque no me guste, y se me de fatal conducir el carrito por esos pasillos atiborrados de gente y más carros, va haciendo falta pan bimbo y leche, algo de fruta y un montón de alimentos más que están reclamando su sitio en mi nevera y poco a poco en mi estómago. También hace falta que vaya a mi trabajo a fichar con rutina un día más en mi vida. Aunque no me guste, hace falta que me empape de vida cotidiana y salga a la calle a vivir, entre bestias pardas y animales de verdad. Porque de vez en cuando hasta nos sorprende un momento de magia, consiguiendo que despeguemos los pies del suelo, que levitemos de veras. Porque sí, los cuento con los dedos de una mano también es cierto, pero los hay, y si no los viviera ¿Cómo te los iba a contar en la siguiente navidad?

Venga date prisa, ponte otra vez ese gorro tapándote las orejas que no te gusta nada, abróchate hasta arriba el abrigo que hace frío y no te olvides las botas de agua para pisar charcos y hojas. Venga, espabila, no mires atrás y vuelve rápido otra vez a las páginas de este viejo álbum que te guarda y te devuelve a mí.

Y anda, dame un beso y hasta un abrazo si quieres, no te preocupes por mí, que la rutina no muerde. Te echaré de menos. Venga date prisa. Y pórtate bien ¿vale? Sé buena...

 Termino diciendo a la niña que fui un día lejano, la que me espera en las viejas fotos, la que despierto cada año cuando llega la navidad para que las viva conmigo. En estos días necesito ver todo con sus ojos, con los ojos que yo tenía cuando aún no había cumplido ocho años y todavía me gustaba la navidad.

©Rocío Díaz Gómez



domingo, 13 de noviembre de 2011

De quedar finalista en los certámenes literarios...

Esta imagen es de un certamen literario "alfambra" y me parecía tan adecuada para esta entrada...



En las dos últimas semanas la literatura me ha dado varias alegrías.

La primera de ellas fue cuando el día 31 de octubre encontré uno de mis relatos como finalista de un certamen que se falla esta semana. Ya sé, seguramente, que no me lo darán, pero bueno supongo que lo que tengo que pensar es que he llegado al final... Aquí os dejo con un fragmento de la noticia:

· FINALISTAS DEL XII CONCURSO DE RELATO CORTO DE MONTURQUE, QUE SE FALLA EL DÍA 18

El Ayuntamiento de Monturque ha hecho pública hoy el acta de selección de finalistas de su certamen literario:

En Monturque, provincia de Córdoba, a 28 de Octubre de 2011, siendo las 11:00 h...


El número total de obras presentadas ha sido de 79, siendo éstas sometidas a evaluación por:
 

...
En dicho acto cada uno de los citados anteriormente, aportó su crítica acerca de las obras, llegando a la conclusión de que los mejores trabajos presentados fueron:

Una ayuda inesperada
Morir en África
El viaje
El reverbero de las llamas
Tres minutos
El inquilino que me veía fea
Pulseras de la fortuna
Ángelus
El cuento o la vida
Piel de chocolate
La tumba abierta
La niña Candela

Por unanimidad, se acordó tomar dichos trabajos como finalistas , de forma que sean valorados por el Jurado del Concurso de Relato Corto de este año 2011, formado por personas vinculadas a la cultura y a la educación, las cuales se reunirán el día 18 de Noviembre , a partir de las 19:30 horas, en el Ayuntamiento, para seleccionar los relatos premiados en esta doceava edición del Concurso.

Y no habiendo más asuntos que tratar se dio por concluida la reunión, a las 13:15 horas del día arriba mencionado.

(31/10/11)



La primera alegría fue verme finalista en ese certamen. Días después me encuentro finalista en otro certamen, aunque aquí los finalistas somos más, y desde luego que tampoco creo que me lo den, porque tengo pocas posibilidades, pero bueno ahí estoy tambien:


Las obras finalistas del I Premio de Relatos “Corralejo”

El equipo de colaboradores de “GaySeNace” (GSN) ha designado las obras finalistas del I Premio de Relatos LGTB “Corralejo, convocado por nuestro blog en colaboración con la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de La Oliva. De los 99 escritores que presentaron sus relatos, hemos acordado, como paso previo a la designación de las dos obras ganadoras, la selección como finalistas de los 26 relatos que se citan a continuación:

Agua con sabor a plástico (Lanzarote, España)
Al final del partido (Guadalajara, España)
A veces olvido las luces (Madrid, España)
Blanco y negro (Buenos Aires, Argentina)
Breviario de cuerpos (Florida, Estados Unidos)
Caminando (Buenos Aires, Argentina)
Cómo se pela un huevo (San Juan, Puerto Rico)
El más sordo amor (Lanzarote, España)
El retrato de Lady Ascot (Gran Canaria, España)
Entre poemas (Jaén, España)
Gris (Madrid, España)
Homocausto (Gran Canaria, España)
Informe de un dolor (Tenerife, España)
Je ne t’aime plus (Ciego de Ávila, Cuba)
Juguetes (Río Negro, Argentina)
La delatora (Sevilla, España)
La difícil vida gay (Cienfuegos, Cuba)
La puerta (Málaga, España)
La sirena en la red (Tenerife, España)
No esperes a otoño (Pamplona, España)
Ocean Plasticine (Madrid, España)
Otórgame el poder (Burgos, España)
Rompiendo aguas (Ourense, España)
Salir corriendo (Cáceres, España)
Tarde en el jardín (Madrid, España)
Untur, el esquimal (Zaragoza, España)

...

Ha sido un proceso de selección muy difícil y, lamentablemente, se han quedado en el camino obras de una enorme calidad literaria, pero teníamos que acotar el número de relatos finalistas que, en un principio habíamos fijado en 20, pero que nos vimos obligados a incrementar hasta 26.


Estos dos certámenes se tienen que fallar en estos quince días que quedan de noviembre... Lo más probable, es que no me den el premio a mí. Ya veis en el primero de ellos tengo que competir con otros 11 y en el segundo con otros 25!! Pero mi salud mental me dice que tengo que ser positiva, positiva, positiva, y pensar que al menos he llegado ahí. ¿No?

Así que nada crucemos los dedos...


sábado, 25 de junio de 2011

"El dibujo de una luna menguante" un relato de Rocío Díaz Gómez



El Centro Cultural Blas de Otero de San Sebastián de los Reyes (Madrid) ha publicado el fallo de su XIV Certamen de Poesía y XII Certamen de Relato Breve.


El Jurado compuesto por D. Joaquín Benito de Lucas, D. Manuel López Azorín y Dña. Carmina Casala, y como Secretario del Jurado D. Luis Pérez Lara, ha llegado al siguiente fallo en Madrid, a 25 de Mayo de 2011:


POESIA:


- PRIMER PREMIO.- “Usándonos la carne”, de Alfonso Ponce Gómez (Albacete)


- ACCESIT.- “Mañana empieza hoy”, de Javier Aguirre Ortiz (Chile)


- SELECCIONADO 1.- “Los pensamientos de la ausencia”, de Abilio Díez Martínez (Madrid)


- SELECCIONADO 2.- “Como esas flores que se pudren en las sepulturas”, de José Luis Tudela Camacho (Murcia)


- SELECCIONADO 3.- “Libra”, de Sergio García García (Madrid)




RELATO BREVE:


- PRIMER PREMIO.- “El color de las flores”, de Carlos Fernández Salinas (Gijón)


- ACCESIT.- “La mejor ayuda”, de Antonio Murga Charro (Madrid)


-  SELECCIONADO 1.- “Cartas de SOS”, de Yanais Samón Acosta (Cuba)


- SELECCIONADO 2.- “El dibujo de una luna menguante” de Rocío Díaz Gómez (Madrid)


- SELECCIONADO 3.- “Espejismos de la razón”, de Fernando Ugeda Calabuig (Alicante)


El acto de entrega de premios se realizará el próximo 25 de Junio a las 12.30 h.


Os dejo con mi relato por si os apetece leerlo. Espero que os guste...




El dibujo de una luna menguante 
Rocío Díaz Gómez


Cada noche allí estaba yo, y mi miedo a que no viniera nadie. Allí los dos. Allí en vela, con el alma estrujada esperando a una musa invisible y dulce, una musa generosa en historias que nos salvara el bolsillo, el estómago y el orgullo para seguir un día más queriendo vivir de la literatura.

Cada noche allí estaba yo y mi miedo a que ningún personaje asomara la nariz por una esquina de aquel papel que me miraba impaciente y desafiante. Allí estaba yo y mi miedo a que no se me ocurriera nada, un  miedo que me robaba el sueño y jugaba con él al escondite. Cada maldita noche.

Y no conseguía escribir ni una sola línea hasta que no me echaba una cazadora por los hombros y tras vestir con una bufanda a mi miedo, le cogía de la mano para echarnos a la calle, para ir a tranquilizarnos, dando un paseo por un vulgar barrio iluminado de frío y sombras, acompañado de solitarias farolas. Así durante horas esperando tropezar con la despampanante musa de turno para que nos guiñara un ojo desde cualquier oscuro rincón y se quisiera venir con nosotros dos a casa, a formar una familia feliz.

Era aquel tiempo de vecindarios donde todos se conocían, donde gritaban a voces desde el balcón al butanero que les subiera una al cuarto. Aquel tiempo cuyas noches no parecían ser tan peligrosas, solo te podía asustar el ruido del camión de la basura, o los maullidos de los gatos en celo.

Y era al volver mi miedo y yo, cada una de esas noches, casi amaneciendo ya, cuando la señora Felisa estaba en el portal. Madrugadora, incansable, de pocas y escogidas palabras, no era la portera pero hacía las funciones de tal. Para que o quizás por eso, no sé muy bien qué fue primero si ella o nosotros, a final de mes todos los vecinos le diéramos una propina que engordara un poco su escuálida pensión de viuda eterna de un marido lejano que nunca conocimos.

Ella era redonda y muy bajita, era el punto y seguido que te encontrabas cada vez que entrabas y salías de casa, hilando una tarea con otra por el vecindario, como si de enlazar frases domésticas se tratara. Se movía con pequeños y rápidos pasos por todo el edificio. Seguidora de la moda “lo que me entra me vale” era fácil encontrarte con esa espalda familiar y casi rectangular, esa espalda compartimentada en rodetes de carne que apretados bajo un jersey a punto de estallar, barría tu rellano, repartía las cartas en los buzones, o cuidaba las macetas del portal. Sí. Siempre estaba por allí, haciendo muchas cosas. Todas minúsculas y sin importancia aparente. Pero ahora sé que necesarias.

Todas esas noches yo me encontraba con esa espalda regordeta y le decía algo, cualquier frase a modo de saludo: “Hoy no barre usted la acera Felisa...” Y ella entonces me contestaba con ese particular lenguaje suyo de escuetas, rotundas y definitivas frases: “Demasiado aire. La experiencia me ha enseñado que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía...”. Otro día le decía: “Vengo helado Felisa, mire que he dudado si llevarme chaqueta o no, al final no la he cogido y me equivoqué porque vaya frío...” “Las indecisiones salen carísimas...” ¿Pero de donde se saca usted esas frases Felisa? Decía yo mientras el eco de alguna de ellas resonaba dentro de mí, ya casi a punto de entrar en mi casa. Y ella  en la lejanía contestaba: “Cosas de mi difunto marido...”. No era dicharachera, ni simpática, era correcta sin más. Ni le sobraban cumplidos, ni le faltaba educación, era escueta, sobria, diligente pero sin florituras ni adornos ninguno. Jamás pedía un favor ni le sobraban gracias, las justas dejaba escapar. No se hacía querer, pero sin que nos diéramos cuenta se hizo tan necesaria como las cosas que hacía.

Ella no sabía leer ni escribir, pero conocía los números. En un pequeño cuaderno de anillas que nunca le vimos, tenía apuntados todos nuestros números de teléfono por si tenía que avisarnos si estábamos de vacaciones, si ocurría alguna avería o surgía algo urgente, porque ella nunca salía de nuestro bloque. Para cada uno tenía una forma segura de identificarnos. La del segundo, era el dibujo de una maceta, porque tenía muchas plantas que ella religiosamente se cuidaba de regar en cuánto la vecina no estaba. El del primero era el dibujo de un sobre, porque era cartero. Los del tercero eran el dibujo de un pájaro, porque tenían uno al que ella daba de comer si salían de viaje. Los del quinto eran el dibujo de un muñeco, porque sus niños no se cansaban nunca de tirar los juguetes al patio de luces, juguetes que ella rescataba y devolvía cada semana de cada año de cada infancia de cada uno de los hijos de aquella familia tan numerosa. No sé cómo no se cansó nunca. Yo era el del cuarto. Una luna menguante era mi dibujo. No hizo falta que nadie me explicara por qué.

Todas las madrugadas durante años encontré a Felisa cuando volvía. “Es muy temprano para que ande usted trabajando Felisa, que tenemos aquí ya el invierno…” “Prefiero el frío al ruido…” Y yo sin darme cuenta, movía la cabeza rumiando sus contestaciones… Otra mañana llegué y andaba la mujer separando unos enormes maceteros de la entrada del portal… “Pero ¡Felisa! Deje, deje mujer pero no ve que se va a hacer daño… Sabiendo que estoy al venir, se pone usted con otras cosas y yo se los muevo ahora…” “Quién puede lo más, puede lo menos…” solo contestó ella.

Un día no se por qué después de una de esas contestaciones suyas me atreví a preguntarle: “¿Pero su difunto marido qué era, que le dejó en herencia esas frases…?” “¡Ay…! Cuántas veces preguntamos cosas que no deberíamos preguntar…” fue su contestación tras unos segundos callada y sin ni siquiera levantar la cabeza. Algo sorprendido, me encogí de hombros, le desee un buen día y me metí en casa. Nunca más volví a preguntar por él.

Una mañana a la vuelta de mi paseo nocturno, Felisa no estaba. Era una madrugada de esas en las que se te congelan hasta los pensamientos, y yo volvía quizás algo más pronto a casa, así que no dudé al buscar una explicación a su ausencia, o era demasiado temprano o con tanto frío había hecho un poco de pereza. Y no me preocupé. Fue por la tarde cuando me enteré de que ya nunca más la volvería a encontrar al doblar la esquina de cada mañana. Siempre había estado ahí y de pronto me dicen que ha muerto, sin hacer ruido, sin  molestar, sin hablar apenas, como hacía siempre. La sorpresa me impactó como una ráfaga de viento frío que de pronto se levanta. Y una mano pareció oprimirme el corazón. Sí. Me descolocó la noticia, me trastornó mucho más de lo que podía acertar a explicarme. Qué difícil aceptar sin más que no volvería a toparme con aquella espalda de rodetes apretados… Una tibia pena se apoderó de mí, y humedeció las imágenes de tantas mañanas saludándola. Una grieta de ausencia se abrió en mi vida cotidiana. Una grieta que palparía cada vez que regresara a casa tras mi paseo nocturno.

Al cabo de una semana una nota en el portal me avisó de una reunión de vecinos, “Felisa”, esa única palabra decía el orden del día. Las reuniones de vecinos eran a media tarde y en el portal. No me explicaba de qué querrían hablar. Algo perplejo, anoté la hora y procuré hacer tiempo entre mis ocupaciones para no faltar. Cuando llegué a la reunión estaban todos ya. Alguien dijo que había que esperar a que llegara el sobrino de Felisa. Pensé que no sabía que tuviera parientes, pero pronto caí en la cuenta de que en realidad poco sabía de su familia ni de casi nada de ella. Al cabo de cinco minutos un desconocido llegó al portal y se presentó ante nosotros como un sobrino nieto de la difunta Felisa. Era todo muy extraño. Pero después lo fue aún más.

El sobrino de la señora Felisa nos había reunido porque al recoger las cosas de la casa de su tía había encontrado algo que había supuesto que nos pertenecía. “¿A nosotros?” Preguntamos todos con nuestros ojos, con nuestros gestos, con esa pregunta. Y fue entonces cuando sacó aquel cuadernito de anillas que nunca le habíamos visto donde al lado de un dibujo estaban nuestros teléfonos. “Mi tía no sabía leer ni escribir…” “¿Y entonces quién anotó los números?” Fue la instantánea pregunta. “Los copiaría de algún sitio…” fue la escueta respuesta. De tal palo, tal astilla, pensé. Y recordé en ese momento que la señora Felisa me lo había pedido escrito en un papel… “Es que así lo copio después despacio en la agenda…” me había dicho. Y era curioso, porque así lo había hecho. Por las manos de todos pasó su cuaderno. Y todos reconocieron en su propio número su forma particular de escribir el cuatro, o el siete, o el número que fuera. Una persona que sabe escribir siempre hace los números de la misma forma. Ella no, ella los había copiado según cada uno se lo había dado escrito.

¡Vaya con Felisa! Pensé sin poder evitar una sonrisa… ¡Qué mujer…!

“Pero no era solo para hablarles de este cuaderno para lo que les he reunido aquí…” continuó el sobrino de la señora Felisa, “como ya les he dicho también encontré algo más que creo que les pertenece puesto que lleva anotados su nombre, bueno mejor dicho, el nombre con que le había bautizado mi tía…” Y mientras hablaba vimos como se sacaba de un bolsillo un montón de sobres abultados… “Bueno ustedes sabrán quiénes son…” Mi sobre era el que llevaba el dibujo de una luna menguante.

 Cada vez más sorprendidos, cada uno recogió el sobre que le pertenecía. El del primero recogió el sobre que tenía dibujado una carta, la del segundo el que tenía una maceta, el del tercero un pájaro… así todos y cada uno de nosotros. “Bueno ahora ya lo que contenga cada sobre es asunto particular de cada uno de ustedes, dijo entonces el sobrino de la señora Felisa, yo aquí ya me despido”. Y así de esa forma tan extraña como había llegado, se volvió a ir. Y nos dejó allí en el portal a todos, cada uno cargando con un sobre  abultado y un cerro de preguntas que nadie nos iba a responder.

Hay escritores que no saben quién es su musa. Yo en cambio, conozco a la mía perfectamente. No tengo más que abrir un viejo sobre manoseado para que acuda ante mí y me haga un guiño. La mía se llama señora Felisa, y es una musa de formas generosas, de esas que van vestidas a la moda “de lo que me entra, me vale”, así que no puedo pensar en ella sin reparar en sus michelines apretados bajo un jersey adherido a su oronda figura y una frase rotunda y definitiva colgando de sus labios.

Tantas noches de insomnio, tantas noches cogiendo de la mano a mi miedo para salir a dar una vuelta por un barrio desierto esperando encontrarme con una musa despampanante que con un guiño me inspirara, y resulta que la inspiración me la daba la frase con que ella me obsequiaba a la vuelta. Ahora lo sé. Ahora que no tengo más que sumergirme en una de sus frases antes de ponerme a escribir.

Ella supo antes que yo cuánto me gustaban. No sé si sabía que luego yo casi sin darme cuenta las utilizaba en mis novelas… No sé eso, como no sé casi nada de su vida. Solo sé que tengo un sobre abultado con una luna menguante dibujada donde hay muchas de esas frases escritas. Algunas que cuando las releo puedo hasta recordar el día que me las dijo. Incluso está incluida aquella que me dijo el día que le pregunté a qué se dedicaba su marido: “¡Ay! Cuántas veces preguntamos cosas que no deberíamos preguntar…”

¿A quién se las dictó para que ella luego las guardara para mí? ¿Cómo las aprendió? ¿Qué encerraban los demás sobres? Ninguno de nosotros se lo contó a los demás. Supongo que todos pensamos que sería como traicionar un poco a la señora Felisa. Nunca sabré la contestación a todos esos interrogantes. Pero soy escritor, y nadie mejor que un escritor sabe que solamente en las novelas todas las preguntas tienen contestación.

En la vida la mayoría de las veces, algunas quedan sin contestar.

 Rocío Díaz Gómez

jueves, 7 de abril de 2011

Un relato de Rocío Díaz (publicado)





En marzo, el mes pasado, me han publicado uno de mis relatos en La Granja, en Segovia.

Con motivo del XXVIII Concurso de Cuentos de la Granja, la Asociación Cultural Canónigos ha editado un libro con los relatos premiados y los finalistas. El mío quedó como primer finalista. Os adjunto las fotos de la portada del libro, y de la página del título de mi cuento dentro del libro.

Y aquí os dejo mi relato.


EL LLANTO DE LA LLUVIA

Rocío Díaz Gómez



Comenzó a llover cuando sonó el teléfono. Era de noche. Y me resistí a salir de la cama, a apoyar los pies descalzos en el frío suelo, a descolgar aquel insistente teléfono. Pero aunque quería ignorarlo, no dejaba de sonar. Y me rendí. Sabía que no me iba a gustar lo que alguien tuviera que decirme. A esas horas solo podía tratarse de una mala noticia. “¿Dígame?” “Siento despertarla…” Era una mala noticia.

De niña creía que los días lluviosos los provocaba el llanto de un ser superior que estaba por encima de todos nosotros. Un gigante tan triste que se sentaba a llorar. Uno enorme, con barba larga, con manos grandes y sin embargo suaves, que mientras lloraba, cogía el mundo entre sus dedos, sosteniéndolo con cuidado. Porque el gigante nos quería, pero en su naturaleza todo era enorme, hasta las lágrimas, y no podía permitir, que la fuerza de su llanto nos arrastrara. Buena parte de sus lágrimas mojaban la tierra y nuestro país, mojaban nuestras casas y se deslizaban por los cristales, empapando nuestro ánimo de su tristeza.

Enrique me conoció a mí antes que yo a él. Nadie nos había presentado, nadie le había hablado de mí. Pero mis restos del desayuno hablaban solos. No nos damos cuenta del rastro que vamos dejando hasta que alguien nos los muestra. Yo siempre desayunaba en la misma cafetería, en la misma mesa. Me acercaba el servilletero, me acercaba la aceitera y tomaba pan tostado. Mientras tanto, hojeaba uno de los periódicos de la cafetería. Cuando me iba, y sin darme ni cuenta, dejaba atrás todo cuánto había utilizado, cuanto había abandonado, incluidas algunas migas prófugas.

“¿Esta usted mejor?”, “¿Cómo dice?” Fueron las dos primeras frases que cruzamos Enrique y yo. Aquel desconocido me había abordado nada más terminar mi desayuno y me preguntaba cómo estaba. No tenía mal aspecto, aunque llamó mi atención aquella barba tan poblada y tan oscura que tenía bajo unos ojos muy claros. Era un contraste llamativo. “¿Nos conocemos?” Pregunté yo mientras rebuscaba en mi memoria un nombre o una situación para aquella cara y aquella voz. “No, no intente acordarse de mí, no creo que haya reparado en mi presencia”. Le miré interrogante. “Bueno -continuó él- perdone mi intromisión, es que nos cruzamos cada día, cuando usted se va y yo llego. Hay siempre tanta gente a estas horas que normalmente me siento en la mesa que usted acaba de dejar. Por favor no haga caso del horóscopo, o mejor dicho, sólo haga caso cuando le diga cosas buenas…”. “Pero…” Le interrumpí yo, pero inmediatamente después me callé y sonreí. Era cierto, siempre acababa de hojear el periódico viendo lo que me decía el horóscopo. Ya sabía que no debía creer en él, pero tenía la absurda manía de leerlo, antes de irme al trabajo. Supuse que esa era la hoja por la que se quedaba abierto el periódico cuando me traían las vueltas y me iba…

Había estado varios días sin ir a trabajar, y por tanto sin ir a desayunar a aquella cafetería. Enrique supo que había vuelto por los restos que encontró de mi desayuno. Al día siguiente intentó llegar antes para poder preguntarme cómo estaba. También estaba lloviendo. Su chubasquero chorreaba cerca de mí, mientras de pie me preguntaba por mi salud. Recuerdo como las gotas se deslizaban por su manga hasta caer en el suelo. “Está usted empapado…” acerté a decir cuando recordé por qué me decía lo de los horóscopos “…Quítese ese chubasquero o usted también enfermará…”. “No, no se preocupe, soy fuerte… solo quería saber qué tal estaba...”.

“Buenos días Enrique, saludó el camarero, ¿Que tal estamos? ¡Pero hombre quítate ese abrigo vas a coger una pulmonía... ¿Os conocíais? ¿Te traigo entonces ya lo tuyo...?” Iba con tantas prisas, y dijo todo tan rápido que aquel desconocido y yo nos miramos y casi no tuvimos tiempo de responder cuando ya estaba poniéndole en mi mesa una taza y sirviéndole el café. “Perdone, señorita, yo no quería molestar...” “No por favor, no es molestia, ¿también es su mesa no? Claro siéntese...” respondí yo. Y aún me pregunto por qué respondí así. La verdad es que soy de natural miedosa y tímida, y nunca suelo sentarme ni favorecer que se sienten extraños a mi misma mesa cuando estoy desayunando o comiendo en cualquier cafetería. Por eso hasta yo misma me sorprendí de mi respuesta. Pero supongo que ayudó la familiaridad con la que mi camarero de todos los días le saludó, con alegría, con cariño, como se saluda a alguien muy cercano. También, la educación con la que Enrique se dirigió a mí, su amable atención, hizo que le invitara a sentarse conmigo. Al fin y al cabo parecía ser que mi mesa favorita, era también nuestra mesa. No solo no nos damos cuenta del rastro que dejamos tras nuestro paso, sino que tampoco nos paramos a pensar que el rincón que preferimos, la mesa que más nos gusta, es también la que le gusta a algunas personas más a las que no conocemos.

Aquella mañana Enrique y yo compartimos el desayuno y la conversación. Una larga conversación en la que los temas parecían fluir solos, hilvanarse los unos a los otros con naturalidad haciéndonos sentir a ambos muy a gusto. No nos conocíamos de nada sin embargo era sencillo desayunar juntos, y hasta el mero hecho de pasarnos el aceite o el servilletero parecía obedecer a una especie de ritual mil veces ensayado, en el que apenas hablábamos, pero estábamos atentos a la necesidad del otro, anticipándonos, ofreciendo, acercando... como si hubiéramos desayunado juntos media vida. Como si fuera algo muy familiar.

Después, no sin antes haberme dejado echar una ojeadita a mi horóscopo en el periódico, Enrique me acompañó amablemente dando un paseo hasta mi oficina. “No, no te preocupes –me dijo- me pillas de paso, de verdad... además yo no tengo hora, si entro más tarde, salgo más tarde y ya está...” Porque era tarde, se nos había hecho muy tarde aquella mañana... De tan entretenidos estábamos.

Durante todo aquel día lució un sol espléndido, un día cálido tanto fuera como dentro de mí. Recordaba con una sonrisa a Enrique y no lo quería admitir pero sentía impaciencia, quería que las horas pasaran, quería creer que al día siguiente nos volveríamos a encontrar. Ninguno de los dos había dicho nada sobre eso. Como en la despedida más natural del mundo, como la más habitual, solo nos habíamos dicho: “Hasta mañana, hasta mañana, que pases un buen día...” como quienes están muy seguros de volverse a encontrar.

Pero no hubo ese mañana. Aquella noche comenzaba a llover cuando sonó el teléfono. Yo me resistía a salir de la cama, a apoyar los pies descalzos en el frío suelo, a descolgarlo, a terminar con aquel insistente pitido. Pero aunque quería ignorarlo, no dejaba de sonar. Y me rendí. Sabía que no me iba a gustar lo que alguien tuviera que decirme. A esas horas solo podía tratarse de una mala noticia. “¿Dígame?” “Siento despertarla…”

¿Por qué la vida nos desordena todo de pronto? ¿Por qué nos zarandea y nos pone patas arriba lo que con tanto trabajo nos cuesta conseguir...? ¿Por qué es tan injusta? A mi padre le había vuelto a repetir el ataque que había sufrido dos semanas antes, por el que había faltado a mi trabajo. Ni tan siquiera se lo había comentado a Enrique aquella mañana, cuando me preguntó si estaba mejor dando por hecho que mi ausencia se había debido a una gripe, pero yo no quise dar más detalles... No quería oscurecer aquel agradable desayuno con cosas tristes... Además, mi padre ya se había estabilizado y quería creer que solo sería cuestión de días su recuperación. Sin embargo aquella noche su frágil salud se agravó.

Metí algunas cosas en una pequeña maleta y muy temprano salí de viaje. No me dio tiempo ni a pasar por la cafetería de siempre a desayunar. Después llamaría a mi oficina, pero pensé que a Enrique no lo vería, que se sorprendería de mi ausencia, que qué pensaría... Pero qué estoy diciendo... solo hemos hablado un día, tampoco me extrañará tanto... concluí. Y solo la preocupación por el estado de mi padre llenó mi mente.

De niña pensaba que todos teníamos que obrar bien para que el gigante no se pusiera demasiado triste. Y cuando veía por televisión que algún maremoto había asolado algún lugar lejano del planeta pensaba para mí: ¿Qué habrán hecho para que el gigante se haya puesto tan triste…? ¿Qué habíamos hecho nosotros?

Estuve casi dos meses fuera. Casi dos meses entrado y saliendo del hospital donde estaba mi padre. Fueron dos meses infinitos en los que mi vida se paró, se detuvo, y los días eran todos iguales, una franja triste y larga, muy triste y muy larga, en la que apenas hacía otra cosa que cuidarle, que acompañarle, que estar a su lado.

Pero, aunque parecía que no iba a llegar nunca ese día, poco a poco fue saliendo adelante, poquito a poco, una vez más habíamos remontado y llegó el día en que le dieron el alta.

Pude volver a casa. Venía cansada, muy cansada, pero sólo entré en ella para dejar la maleta. Era un día gris, lluvioso y aunque no tenía que ir esa mañana a trabajar, tampoco tenía nada en la nevera qué comer. Así que decidí acercarme hasta la cafetería de todos los días para desayunar. Quería sumergirme despacio, despacio, en mi vida anterior. Quería sentirme en algún lugar agradable, conocido, quería ir recuperando poco a poco mi rutina, mi vida. Quería también no hacer nada, solo sentirme atendida. Durante unos instantes justo antes de entrar no pude evitar acordarme de Enrique, y me pregunté que habría sido de él. Miré el reloj, era demasiado tarde, de seguir desayunando allí ya no estaría... Qué tontería... De todos modos ya no se acordará de mí, pensé y empujé la puerta.

En cuánto el camarero me vio, salió de detrás de la barra para saludarme. Es cierto que estaba más delgada, pero me agradó mucho ver que se tomaba tantas molestias conmigo. “No, no he estado enferma, el que lo ha estado ha sido mi padre, han sido dos meses malos...” contesté yo. Me agradó también que no me hiciera más preguntas, no tenía ganas de empezar a dar explicaciones, inmediatamente empezó a prepararme el desayuno de siempre. “¿Te vas sentando en tu mesa? En dos minutos te lo tengo...” me dijo mientras me acercaba uno de los periódicos. Le sonreí, estaba en todo.

Era muy agradable sentir que la vida parecía volver a la normalidad. Sentir que te han echado de menos, que se acuerdan de ti. Me acerqué la aceitera, el servilletero. Y esperé hojeando el periódico...

Desayuné con tranquilidad, el café estaba delicioso, en su punto... Y el pan tostado calentito y crujiente parecía ir dándome fuerzas a cada mordisco que le daba. Me tomé mi tiempo, con tranquilidad, saboreándolo, y mientras le pedía al camarero que me cobrara, casi sin darme cuenta empecé a pasar las páginas del periódico buscando la de los horóscopos.

El ruido de las gotas en el cristal llamó mi atención. Comenzaba a llover... Mi ánimo se ensombreció mientras contemplaba como las gotas iban deslizándose por los cristales, como cada vez parecía haber más, cómo se iba empapando todo... y pensé que leer el horóscopo era una tontería. Y sin llegar a encontrarlo cerré el periódico. El camarero me trajo la cuenta y fue entonces cuando me dijo: “Ah, se me olvida, espera un momento que tengo algo para ti...” “¿Para mí?” “Sí, perdona un momentito, casi se me olvidaba... ahora mismo te lo traigo...”. No habrían pasado ni cinco minutos cuando estaba de vuelta con una carpeta de gomas, gordita, por la que asomaban papeles... “Perdona si está algo manoseada, eso ha sido culpa mía, se ha pasado tantos días bajo la barra que no he podido evitar que alguna vez se salpicara...” “¿Pero esto qué es?” pregunté yo sorprendida... “Pues no lo sé, pero a mí me tiene dicho Enrique: “el día que vuelva no se te olvide dársela...”

“¿¡Enrique!?” me dije, y no pude evitar que algo dentro de mí despertara, y diera un brinco de pura alegría... “¿Pero qué es?” Quise preguntarle otra vez al camarero, pero ya se había ido... Con dedos inquietos, con un agradable cosquilleo en la tripa, uno muy agradable, fui abriendo las solapas de la carpeta, y antes de darme cuenta un montón de recortes se descubrió ante mis ojos... ¡Pero bueno! Y poco a poco la sorpresa se rindió ante la sonrisa que se iba estirando y estirando en mi cara... ¡Pero Enrique...!

Allí estaban. Desde el primer día que había faltado a la cafetería, Enrique había ido recortando los horóscopos de todos los periódicos... de todos ellos. Día tras día... Mientras iba repasando el montón pensé en preguntarle al camarero cuándo había visto a Enrique, cuando fue la última vez que le había dicho que no se olvidara de darme la carpeta... Pero con un inmenso alivió caí en la cuenta de que no necesitaba hacerlo... No me lo podía creer... Porque allí estaba también el del día en que estábamos... Dejando a un lado la carpeta, busqué rápidamente en el periódico la hoja que había pensado en buscar antes... Fui pasando las hojas deprisa, muy deprisa, hasta que la encontré. Allí estaba, con el hueco exacto en el papel, el hueco exacto que habían ocupado los horóscopos... Cogí el recorte y lo superpuse encima. Sí, ese era. Lo tenía que haber recortado esa misma mañana, antes de que yo llegara... Y no quería hacerlo, no quería hacerme ilusiones, pero empezaba a hacérmelas... Era tan reconfortante descubrir que Enrique había estado día tras día pensando en mí... Porque era una insignificancia, un detalle tonto, pero a la vez era una forma tan sutil, tan discreta, tan sencilla y a la vez tan dulce de decirme: “Oye, que sigo aquí...” Y entonces pensé que al día siguiente quizás Enrique también estuviera. Como había estado durante esos dos meses. Esperándome.

Miré por los cristales... Seguía lloviendo... lloviendo y lloviendo... ¿Ves...? -le dije a la niña que dormía dentro de mí- el gigante no permitirá que nos arrastre el llanto...