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lunes, 30 de octubre de 2017

Finalista en RNE Nómadas. IV Concurso de Diarios de Viaje

Diploma Rocío Díaz. Programa RNE Nómadas. Octubre 2017



Estimada Rocío:

Te comunicamos que tu relato sobre Pekín ha quedado finalista en el IV Concurso de Diarios de Viaje de 'Nómadas' y la Oficina Nacional de Turismo de China.

A lo largo de la próxima semana nos pondremos en contacto contigo por vía telefónica para darte...

Hasta la emisión del programa te rogamos mantengas discreción, especialmente de cara a las redes sociales.

Te damos la enhorabuena por llegar tan lejos; este año hemos recibido 1.008 textos, así que puedes estar más que satisfecha con el resultado.

Un saludo cordial,



RTVE




En este mes de octubre que se acaba he tenido una alegría literaria. 

En este año escasito en alegrías literarias hay que dejar de memoria de cada una de ellas. Sobre todo si pienso, tal y como me dijeron, que mi relato era uno de los 1008 que se habían presentado. ¡1008! Qué barbaridad... Pobre Jurado qué difícil.

Así que me dió mucha pena no ganar el viaje a China, porque aunque ya estuve en el año 2007, volvería una y mil veces y más si es porque me lo he ganado escribiendo. Hubiera sido perfecto.

Pero tengo que estar contenta porque quedar entre los diez finalistas entre 1008, también es estar muy, muy cerca. Habrá que pensar eso ¿Verdad? y seguir escribiendo, escribiendo siempre.


Y cómo lo que importa aquí es eso os dejo con mi texto. Ahora ya sí que os lo puedo dejar leer. Se trataba de narrar una jornada de viaje sin superar las 150 palabras. Se titula "De papel de arroz" y dice así:




De papel de arroz

 

22 de julio de 2007

Sin conocerte creía que serías un viaje más pinchado con dos alfileres invisibles a un verano y mi frágil memoria. Nada más llegar supe que aquella China Milenaria que prometía mi folleto perduraría, intacta y delicada, sobre cuantos viajes viviera después.

Día 1º Llegada a Pekín, capital de la República Popular de China. Traslado al hotel. Tarde libre. Mentía el itinerario del folleto. Desde el aeropuerto nos llevaron a la primera visita sin trasladarnos al hotel. Tras un vuelo tan regular como su nombre, tras la noche a bordo y sin dormir, me presenté ante ti con quejas y cansancio por toda credencial. Pero atravesamos una de las puertas del Tiantan Park y apareció el Templo del Cielo. Inmediatamente humedeciste mi piel pero dilataron mis pupilas el azul de los tres tejados del Salón de la Oración por la Buena Cosecha. Era tan insoportablemente vistoso que dolía. Elevándose sobre sus tres terrazas de mármol su planta circular, envuelto de granates y dorados, coronado del azul más puro y oscuro que vi jamás. Me tragué el cansancio, mastiqué las quejas y enmudecí. Si los emperadores cada otoño daban aquí las gracias al cielo por la cosecha, yo también daría mil gracias por verme allí.

Qué me importaba llevar la misma ropa de las últimas 24 horas y que tu aliento húmedo resbalara caudaloso por mi piel, si ya quería estar bajo la sombrilla de cualquier mujer china, suplicando una sombra y más tiempo para admirar cuánto veía. Del Salón de la Oración a la Bóveda Imperial y el Altar Circular. Un recinto sagrado espectacular e inolvidable.

En el parque que lo rodeaba, los pequeños corrían con sus culos al aire, mientras los jubilados danzaban. Las bicicletas nos adelantaban y los pájaros dentro de sus jaulas colgaban de los árboles. Las mujeres de los puestos, sin dejar de trabajar, comían deprisa de un cuenco de arroz. Los hombres arremangaban sus camisetas bajo las axilas jugando en corro. Pirotecnia de costumbres. Extrañeza de culturas.

Tras comer nos llevaron a tu Palacio de Verano. No hay yuanes suficientes para que mis sentidos paguen por aquel primer día. Donde los emperadores de la dinastía Quing escapaban de las altas temperaturas, nos refugiamos nosotros. Una gama completa de verdes se desplegó ante nuestros ojos mientras una refrescante brisa nos alivió del calor húmedo y pegajoso. Generosa, nos descubres tu Jardín del Gusto Armonioso mientras se reflejan en el agua del lago Kumming las edificaciones chinas. Y otra vez me rindo para pasear contigo por esos jardines de bonsáis y estanques, de puentes de bambú y flores de loto. Me rindo navegando por esos canales flanqueados de casas de madera, adornados de farolillos rojos.

Cuando esa primera noche me acosté por fin, sabedora de los días que me quedaban en China, sonreí feliz. Siempre estará seis horas por delante, palpitando al menos a quince horas de distancia, pero ya me había secuestrado. Sin marcharme ya quería volver.

 

 Rocío Díaz Gómez




viernes, 23 de junio de 2017

"Boca abajo" relato veraniego de Rocío Díaz



Me vais a permitir que hoy comparta con vosotros uno de mis relatos. 

Tiene ya unos años, pero hoy me he acordado de él con una sonrisa. Me lo premiaron en su día, agosto del año 2009, en el programa radiofónico "El ojo crítico" de Radio Nacional de España. Qué ilusión me hizo escucharlo en la radio, en ese programa, uno de mis favoritos, y luego hablar con ellos.

No recuerdo si ya lo compartí con vosotros en alguna otra ocasión, pero no importa, los relatos siempre son actuales. 

Se desarrolla en una playa de Castelldefels, por supuesto cualquier parecido con la vida real es pura ficción, pero después de muuuuchos años he vuelto este verano a esa playa. 

Ya no había ningún puesto de Avidesa.





Boca abajo

Rocío Díaz


   Tenía trece años y una piel más blanca que la leche Frixia que por entonces compraba  mi madre.

Eran los tiempos en que todavía la mercromina y el agua de sal lo curaba todo, los tiempos de estirar y estirar aburridos veranos en las playas de la Costa Brava.

Hasta que hice aquel descubrimiento dentro del puesto de Avidesa.

¡Dios! No me podía creer... Era igual, igual que Starsky, el de Hutch. Quizás más alto, más fuerte, no tan moreno, ni el pelo tan rizado... pero ¡vamos! que prácticamente igual. No me lo creía. Pero aún creí menos el guiño y el beso que me tiró desde dentro del puesto. Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta, y otra vez vuelta y vuelta en la toalla. Así una y otra vez. Una y otra.

Hasta que me armé de valor y me levanté para ir a por un helado.

Entonces me dijo aquello de “Nena, cuánto te pareces a Sabrina, la de los Ángeles de Charlie”. ¡Madre mía! Como una medusa hinchada por el piropo, floté esponjosa alrededor del puesto. ¡Madre mía! Hasta que caí en la cuenta de que mi hermano decía que “...de las tres, Sabrina era la más plana”.

A partir de ahí pasé todo el día tumbada boca abajo en la toalla. Siempre boca abajo, que no me viera por delante, que no se fijara, boca abajo, pero sin quitarle ojo, sonriendo tontamente.

Boca abajo.

Boca abajo.

Boca abajo.

Dorándose mi piel. Enrojeciéndose. Tostándose. Achicharrándose. Hirviendo con casi quemaduras solares de segundo grado.

Seguí boca abajo durante casi tres semanas, noche y día, día y noche.

Aquel amor duró lo que dura una insolación. Aún el olor a vinagre me devuelve aquel guiño y aquel beso que me llegó desde dentro de un puesto de Avidesa, el mismo vinagre que mi madre echaba sobre mi piel para curar las quemaduras. Aún el olor a vinagre termina recordándome el primer plantón de mi vida: el que me dio tres semanas después un Starsky de Casteldefells.

Aquel, que no curó el vinagre ni tampoco todo un enorme y salado Mar Mediterráneo.