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jueves, 18 de enero de 2024

"Celebración" Mi relato publicado en la antología "Celebración"

Toronto. 2016.


Si la vida se detuviera, y nos pudiéramos bajar un rato para conversar, tomarnos un café, o lo que el rato nos deparara, te contaría que ayer, los compañeros de mi tertulia literaria, presentamos en público el libro titulado "Celebración" en el Centro Cultural Clara del Rey-Museo ABC

Se trata de una antología de textos, poemas y relatos, que hemos escrito con el mismo tema del título: "Celebración".

El caso es que al final, de pronto, una compañera, Amelia Serraller, con el coordinador, Javier Díaz, hablaron de darnos una sorpresa. Consistía en que algunos de los textos se leerían en otros idiomas para que viéramos como sonaban en esas lenguas. Amelia es traductora de varios idiomas y profesora. Yo pensé, la verdad, que escogerían solo poemas, vamos, estaba convencida. Y escuchamos ruso, italiano... Y resulta que sale una chica, Nicole Katarzyna Hanas, y dice que ha escogido uno de mis textos y lo ha traducido al portugués.

Qué sorpresa... Qué ¡obrigada! me sentí. 

Eso te contaría si nos viéramos. Porque estuvo chulo, porque fue toda una sorpresa que no me esperaba para nada. 

Y cómo hace tanto que no dejo aquí uno de mis relatos, pues he pensado que comparto con vosotros éste que he publicado en nuestro libro. Son tres historias cortitas que están relacionadas.

Imaginaos por un momento un bloque de vecinos. En el primer piso está ocurriendo una historia, al mismo tiempo y, en el segundo piso, está ocurriendo otra... Y varios minutos después de ambas, ya en el portal surge la tercera.

Aquí os las dejo. 



Celebración

Rocío Díaz


1.  Celebración de la resta

En el primer piso de un edificio de vecinos, un niño de seis años y su joven niñera se disponen a darse un festín. Delante del bol rebosante de gusanitos, nubes y otras chuches al crío le brillan los ojos, mientras la niñera no consigue retener una lágrima al fotografiarle radiante abrazando su trofeo. Felicidad y tristeza ya siempre se darán la mano en aquella foto.

 La madre del niño les tiene “terminantemente prohibidas las chuches, que luego los dientes…”. Sin embargo, el crío y su niñera se han compinchado para saltarse la prohibición. La ocasión lo merece, es una celebración de despedida. La joven, que se va de Erasmus fuera de España, ha tenido buen cuidado de ir comprando solo las especiales para diabéticos.

 El crío aún no sabe ni lo que es un Erasmus, ni los diabéticos, ni cuánto echará de menos a esa niñera que lleva cuidándolo desde que era un bebé. Sin embargo, ella sí sabe cuánto añorará su carita de pillo aprendiendo a guiñar el ojo sobre las chuches, sus bracitos agarrándose fuerte a ella cuando, con la tripa llena, le lleva medio dormido a la cama, sabe de su respiración tranquila, inundándola de paz, cuando le arropa. Ella sabe, claro que sabe cuánto pierde y sintiendo que le está fallando, se le parte el corazón al despedirse.

 Bajando las escaleras del bloque, una vez que le deja con los padres castradores de chuches, piensa que ojalá seis años antes se hubiera hecho paseadora de perros.

 

  

2.    Celebración de la suma

En el segundo piso del mismo edificio, un atractivo veinteañero, recién duchado y oliendo de maravilla, va silbando por la casa mientras cambia sabanas, airea habitaciones, y coloca flores aquí o allá. Necesita que todo esté perfecto, porque es una celebración: suman un año juntos.

 Ella está a punto de llegar y a él le puede la impaciencia. Está deseando aspirar su perfume mientras va rozando con sus labios su cuello; deseando apresar el lóbulo perfecto de su oreja antes de zambullir su lengua en ella, esa caricia la enciende como pocas; está deseando desnudarla lentamente, mientras de fondo suenan esas canciones tristes que, sin embargo, a ella le alegran tanto. Un año ya. Tiempo de decir: “Quédate conmigo”.

 Qué importa si ella es bastante mayor que él, qué importa si trabajan juntos. Lo que, en un principio, fue el desparrame pasajero de la cena de navidad de empresa, tras ese largo año, siente que es la unión perfecta. Suena el timbre. ¡Por fin!

 Al otro lado de la puerta, mientras espera que él abra, ella, sin dejar de moverse, repasa en su mente una y otra vez cómo le dirá que esta vez será la última. Está embarazada. Está tan feliz que levitaría. Quiere este niño. Su marido y ella están de acuerdo. Un niño llega, un niño nacerá en su hogar. Se acabaron las historias con terceros salpimentando su matrimonio. Qué importa el apellido del espermatozoide. Borrón y cuenta nueva.

 

  

3.    Celebración de la aritmética

En el portal de ese edificio de vecinos, naufragan una noche una triste cuidadora y un veinteañero despechado. Con la mirada húmeda y el alma espachurrada, abrochándose los abrigos, topan, frente a los buzones, entonando a dúo el mismo desgarrado y profundo suspiro.

—Anda toma -dice ella ofreciéndole un pañuelo de su paquete.

—Gracias. Algo se me metió en el ojo -Contesta él sin apenas mirarla.

—A mí se me metió un hombre de 6 años -replica ella valiente- y me ha partido el corazón.

—Vaya… Sí que vienen pisando fuerte las nuevas generaciones -responde él sin pensar, ni delatar su pena. Sin embargo, al ver que ella solo asiente, decide ser sincero: A mí me pisoteó el corazón una de casi cuarenta. Números cantan. Salgo ganando…

—Viéndonos aquí más parece que los dos salimos perdiendo. -Replica ella, sentándose en el primer escalón.

Él se sienta a su lado, sin ganas de nada y sus miradas tristes se encuentran, se calibran. Durante unos minutos, siguen compartiendo pena y pañuelos en silencio hasta que ella, palpándose un par de chuches del bolsillo, saca una y pregunta:

—¿Quieres?

Y él, a modo de respuesta, piensa en voz alta:

—Mojadas en unos benjamines que tengo arriba podrían estar buenas. Eran para una celebración ¿sabes? pero…”. Quiere explicarle.

Sin embargo, masticando ya una de las chuches, ella no le deja continuar:

—Pues, venga. ¿A qué esperamos? ¿No eran para una celebración? Y tomándole de la mano le anima a levantarse: ¿Dónde tienes esos benjamines?



La foto de la portada es un mural que descubrí en Toronto, una noche. Septiembre de 2016.

lunes, 20 de octubre de 2014

2º Premio en el XIII Certamen de Narrativa Breve. Valencia



Qué díficil mantener ordenadas y al día todas las facetas de la vida... Siempre hay alguna que por falta de tiempo, que no de interés, se atrasa. Eso me pasa con el blog, y más concretamente con mis relatos en el blog.

Vamos a remediarlo ya.

Os dejo con una entrada dedicada a la entrega de premios de mi penúltimo premio. En el XIII Certamen de Narrativa Breve, organizado por la Concejalía de Bienestar Social e Integración del Ayuntamiento de Valencia, este septiembre pasado me han dado el segundo premio por mi relato "La vida, un buen tango, no más".

El tema del certamen era "La salud y el bienestar de las mujeres". Cómo decían las bases "Entendida como el completo estado de bienestar social, físico y mental, no solo como ausencia de enfermedad". En otra ocasión, cuando el tema era "Las mujeres en el arte", ya me llevé también el segundo premio en este certamen. Y en dos ocasiones más he quedado finalista. Me gusta presentarme a este concurso porque cada tema es un reto para la imaginación, y además conlleva siempre un fondo social que te hace detenerte y pensar en ello. Por otra parte el certamen está muy bien organizado en todas sus fases, y la entrega de premios la hacen en el hemiciclo del Ayuntamiento de Valencia que es un lugar precioso, y donde los organizadores te hacen sentirte muy bien tratada. 

Se presentaron 278 narraciones. De ellas el jurado eligió 15 trabajos, doce para publicación y tres premiados. 

Un lujo poder estar allí, la verdad. 



Éstas somos las tres premiadas de dcha a izda: Mª del Carmen Salgado (con chaqueta beige) que obtuvo el primer premio, yo en el centro con el segundo premo y Reis Lliberós que obtuvo el tercer premio con una narración en valenciano.


Aquí con mi amiga Marián que me acompañó en un viaje relámpago en una tarde hasta Valencia para recogerlo.

Bueno y os dejo con mi relato:




La vida, un buen tango, no más

Rocío Díaz Gómez


Primer paso: Pies juntos.
Cuando me dijeron que tenía que hacer de hombre, casi doy media vuelta, y me vuelvo a casa. Después de que mi marido me dijera que no podía acompañarme; después de cuánto había insistido en que, aunque él no fuera yo no dejara de hacerlo, que las clases no eran precisamente baratas; después de que me vi allí sola, con la desazón de no saber con quién me tocaría bailar, cuando el que se había empeñado en que nos apuntáramos a las dichosas clases había sido él y solo él, que hay que fastidiarse… Después de todo eso llego y ¡tengo que hacer de hombre! ¿Yo? Pero si es la primera vez que vengo, si no tengo ni idea de moverme, si no he bailado en mi vida… ¿De hombre? ¿Pues no son los hombres los que dirigen? Pero aquel profesor tenía las orejas de adorno, y solo usaba la boca: “Aprender a bailar el tango son ocho pasos. Primero: pies juntos”. Y sin darme ni cuenta, me vi enlazada a la que sería mi improvisada pareja de baile… 

Segundo: Paso a la izquierda.
“¡Hombres izquierda!” Me azuzó en voz baja el profesor. ¡Ah yo! No tenía asumido para nada mi reciente “cambio de sexo”. Qué papelón. Pobre de mí, estaba segura de que me miraban todos. ¿Pero por qué me dejé convencer? Que no puede, pues no pasa nada, otro día… Pero no, tenía que venir yo… ¿Y por qué no me he ido? Mejor estaría con la niña y sus ecuaciones. O con el pequeño recolocando haches en otro dictado. Mil y un dictados y serían pocos. Pero no, que mientras esperaba esa llamada laboral e ineludible, él se ocuparía de los deberes… Pero si no está acostumbrado, si no tiene paciencia, si es mi deber… Acabarán jugando y perdiendo el tiempo, lo sé. Ay si me viera mi madre: ¿No sería mejor aprender el papel de la mujer hija? Me diría. Y con toda la razón del mundo. Porque yo tampoco entendía nada ¿De qué me iba a servir a mí hacer de hombre? Y venga, venga, venga. ¿Me parecía a mí o iban tres veces que repetíamos el paso a la izquierda?

Tercer paso: Avance con pie derecho.
“¡Venga mujer…!” Insistía el profesor al pasar por mi lado. “¿Cómo que ¡venga mujer! ¿Pues no soy el hombre?” Protesté. Pero lejos de entrar en conflicto el profesor sonrió: “En el tango el hombre dirige los movimientos del baile con "seguridad y atrevimiento" y la mujer le sigue…”. Vamos que no solo tenía que hacer de hombre ¡sino hacerlo con seguridad! ¿Y qué más?¿Dejo de depilarme? “Avance con pie derecho” me sopló mi pareja. “¿Cómo dices?” le pregunté, cayendo en la cuenta de que mi improvisada pareja seguía ahí, a mi lado. Y sin querer, tropecé con otra frase materna: “Dónde estés hija, saber estar”. Mi madre y sus frases. Por cierto, a este paso comienza el “Pasapalabra”, y yo sin recordarle sus pastillas… “Que avances con el pie derecho…” me repitió mi pareja de baile con una sonrisa. “Lo siento, has tenido mala suerte” le digo. “¿Mala suerte?” “Sí, de que te tocara conmigo…” “No, no lo creo” “Ya te digo yo que sí ¿No ves que no tengo ni idea?” “De eso nada -contestó ella- tu mano está en mi espalda, llevándome con firmeza, sin clavarme en ningún momento los dedos “¿Ah sí? ¿Y eso es bueno?” “Eso es genial para ser un primer día, te lo aseguro yo, que soy la profesora de esta clase y ya me han regalado muchos cardenales con las yemas de sus dedos los hombres, los de verdad y los otros” –me dijo con un guiño. “Ah ¿Pero la profesora eres tú? ¿Y entonces él?” 

Cuarto paso: Se reúnen los dos pies.
“Él también es profesor, pero solo hoy… Sí, no pongas esa cara, aquí nos cambiamos los papeles. El intercambio de roles hace que se comprenda mejor al otro”. “Ah, ya veo, y claro entre profesor y alumno ¿entonces también?” “Eso es…” “Ah, mira, pues casi como lo que hemos hecho hoy en casa, mi marido se quedó haciendo los deberes con los niños y yo a bailar...” “Y muy bien que lo estás haciendo, no solo me llevas fenomenal, sino que improvisas y vamos por donde tú quieres” “¿Yo? ¿Querer? Solo intento seguir la música. Entre ella y los pasos… ¿No son estos los deberes?” “Y tanto, y que sepas que estás haciéndolos con nota…” “Ay pobre de mí, me veo como mi pequeño con las dichosas haches, las suelta donde le parece sin ton ni son, pues yo igual, llevo a mi cuerpo sin ton ni son… Anda que si me vieran con lo pesada que me pongo siempre con sus tareas” “¿Puedo preguntarte por qué eres tú siempre la pesada de los deberes…?” “Puedes, puedes. Pues no sé muy bien, supongo que porque tengo más paciencia… Mi marido prefiere ir a los recados, salir a la calle. Yo soy más perezosa para salir, pero más firme con los niños. En fin, no sé muy bien, pero lo cierto es que sí, tenemos esta división de tareas” “¿Y no es rutinario hacer siempre las mismas actividades?” “Pues, un poco sí, no te voy a engañar, pero…” “Ya veo, perdona mi atrevimiento, recién nos conocemos, pero yo te aconsejaría que alguna vez cambiarais, se pone uno en el lugar del otro, y se aprende mucho, de verdad. Cómo habéis hecho hoy…” “Bueno, hoy es que salto de improvisación en improvisación, a él le ha surgido una cuestión del trabajo y no podía venir, así que vine sola.” “Ah pensé que venías sola porque querías.” “Pues querer, querer… Más a regañadientes que nada, la verdad, pero vine, ya ves…” “Ya veo sí y te has hecho la dueña de la pista…” “Sí ¡menuda dueña! Aquí no lo soy ni de mis actos. Fíjate lo que te digo. Si siento hasta que mi cuerpo va solo… Increíble. Y además ¡bailando hasta con la profesora…! Ni me reconozco, con lo que necesito yo tener las cosas estudiadas y requetestudiadas antes de hacerlas…”

Quinto paso: Pies cruzados
“Como buena alumna. ¿Y con quién mejor ibas aprender que con la profesora? ¿O te arrepientes de haber venido?” “¿Que si me arrepiento? pues…” “Espera, espera un momento no me contestes todavía- me interrumpió- ¿Tú te has dado cuenta de que llevamos bailando casi tres cuartos de hora?” Miré entonces mi reloj y, sin dejar de bailar, moví mi cabeza de un lado a otro con una sonrisa, admitiendo sin palabras que no, ni cuenta. “Pues aunque ni nos hemos enterado, él - dijo señalando al improvisado profesor- iba diciendo los pasos y nosotras le seguíamos:

Sexto paso: avance hacia el centro con el pie izquierdo y el peso descansado en el pie derecho. Séptimo: avance con el peso descansado en el pie izquierdo y… Octavo paso: pies juntos. 

“¿Te das cuenta? Ha sido de forma tan fluida que hasta dejaste de martirizarte con lo de hacer de hombre. ¿Y sabes por qué?” “¿Por qué al fin asumí que necesito un cambio de sexo?” “Nooo, pero me alegra ver ese cambio, pero de humor. No, simplemente porque sentíamos el movimiento mientras conversábamos…” “¿Eso es bailar? ¿Sentir?” “Sí. Eso es bailar, pintar, escribir, todo eso que nos apasiona y nos hace sentir/sentirnos bien con nosotros mismos. ¿Acaso no te has sentido bien? 

La clase terminó y no llegué a contestar si me arrepentía de haber ido. Lo cierto era que la había disfrutado tanto que olvidé que mi marido estaba haciendo los deberes con los críos y ya casi era la hora de los baños. Olvidé incluso repasar las pastillas con mi madre. Necesito siempre estar atenta. Olvidé todas las obligaciones y todos los resquemores, hasta olvidé mi dichoso cambio de sexo… Todo estaba bien. Aquella conversación, mi cuerpo, mi vida… yo. ¿Arrepentirme? Me sentía tan en paz, que ni tan siquiera sentí la obligación de contestar. 

Pero en cambio, mientras volvía a casa, sí pensé que quizás no estaría nada mal que a la semana siguiente tampoco pudiera acompañarme mi marido… Y me regalé una sonora carcajada.

©Rocío Díaz Gómez



 

viernes, 1 de febrero de 2013

Presentación de la revista Luces y Sombras en el Museo Lázaro Galdiano



Comenzamos febrero recordando la presentación de la revista navarra de artes y letras "Luces y Sombras" que se llevó a cabo el pasado miércoles, 30 de enero, en el Museo Lázaro Galdiano. Tuve la suerte de que contaran conmigo para publicar en ella uno de mis cuentos, y el otro día en el salón de actos del Museo pude leerlo.

Qué buen lugar se escogió para esta presentación. El Museo después de la reforma que le hicieron no hace mucho, está impecable y se levanta sobrio y muy elegante a esa altura de la calle Serrano. No ha perdido su esencia pero tras las obras brilla más. Ese palacete rodeado de jardines es un lugar muy agradable, tiene estilo.

Claro que una revista literaria como Luces y Sombras no merece menos. Aúna literatura y arte en una sola revista, tiene calidad y una larga trayectoria, pues va por los veintiocho años, es una revista anual. Pocas pueden decir eso. Tiene cuatro bloques literarios y dos gráficos.

 En la presentación, en primer lugar intervino Inmaculada Alegría, de la Asociación Cultural Navarra. 

En la mesa estaban sentados Jesús Jiménez Reinaldo, director de la misma junto a Iosu Kabarbaien, Concha Trapero, que forma parte de la coordinación gráfica de la revista, y el poeta y editor José María Herranz, que dirigió uno de los cuatro espacios literarios de los que se compone la revista.

Pude hacer algunas fotos y algunos vídeos del acto que os dejo, para que podáis ver vosotros mismos cómo fue desarrollándose. Primero hubo una presentación de la revista, de su financiación, su trayectoria... Y después hubo una presentación de algunos de los contenidos de éste número. Yo os animo a qué veais los vídeos. No son de todo el tiempo que habló cada persona, porque no podría colgarlos después. Pero yo creo que duran el tiempo suficiente para que se pueda uno hacer una idea de cómo se iba desarrollando el acto.

Aquí debajo en una foto está Inmaculada Alegría en un momento de su presentación.
 

A continuación Jesús Jiménez Reinaldo comenzó la presentación de la revista.





A Jesús Jiménez Reinaldo le siguió Concha Trapero, que coordinaba la parte de la revista dedicada al arte. Que explicó la obra de los dos pintores elegidos. La verdad es que ganaba mucho ver los cuadros en grande por detrás de su explicación.






A continuación José María Herranz habló del bloque temático que él había dirigido "Las otras voces". El por qué lo había titulado así, y quiénes lo componíamos: Siete poetas y tres narradores, entre ellos yo. Fue nombrando a cada uno de los que habíamos escrito en la revista, en su apartado, y los que estábamos salimos a leer nuestro poema o relato.


Salió Aureliano Cañadas, poeta.


Salí después yo...




A continuación salió el poeta Fermin Fernández Belloso.





Después Jose Mária Herranz leyó uno de los poemas de María Jesús Fuentes, que vive en Ceuta y no podía asistir.



A continuación leyó Hilario Martinez Nebreda.





Y por último vimos un pequeño vídeo grabado por los poetas que componían otro de los bloques literarios, el dirigido por Leire Olkotz titulado "El elixir de la vida eterna". El bloque navarro donde se puede apreciar una poesía jóven, con fuerza, que no te deja indiferente.

Y nos despedimos tras tomar un vino navarro. No podía ser de otra forma.

Yo creo que estuvo muy bien la presentación de la revista. Tanto ésta, la revista navarra Luces y Sombras, como el lugar elegido para hacerla, el Museo Lázaro Galdiano, son dos claros ejemplos del buen hacer por la cultura.


martes, 29 de enero de 2013

Presentación en el Museo Lázaro Galdiano de la revista Luces y Sombras núm. 28



Mañana, miércoles 30 de enero en Madrid, en el salón de actos del Museo Lázaro Galdiano (Calle Serrano 122) a las 20.00 horas será la presentación del número 28 de la revista navarra de artes y letras "Luces y sombras", dirigida por Iosu Kabarbaien y Jesús Jiménez Reinaldo.

Éste número ha contado en la redacción con los escritores Leire Olkotz, José María Herranz, Sico Fons y Robert Simon, y en la parte gráfica con los artistas Iosu Zapata, Elba Martínez, Rafael E. Montoya y Manuel Macías.
Yo he colaborado con uno de mis cuentos en el bloque estructurado por José María Herranz, poeta y editor de la editorial Poeta de Cabra. José María Herranz ha presentado su espacio como "Las otras voces" y en él hemos participado siete poetas y tres narradores. 
 
Mañana, miércoles 30 de enero, es la presentación en Madrid. Y allí estaremos. 
 
Si os apetece pasar un buen rato entre artistas del pincel y de la pluma, ya sabéis dónde encontrarnos.
 


domingo, 4 de noviembre de 2012

"Se que me quieren porque me cuentan cuentos" Un relato de Rocío Díaz




Llueve, llueve sobre Madrid sin prisa, sin pausa, sin remedio.

Hay tantas cosas que a uno le apetece hacer cuando llueve: mirar por la ventana solo por ver deslizarse el agua, dejarse hipnotizar por las frágiles gotas que se tambalean bajo la barandilla. Leer en zapatillas. Escribir. Tejer. Ordenar papeles. Quedar con algún buen amigo ante un café humeante. Conversar. Arroparse...

Os dejo con uno de mis relatos por si os apetece arroparos con él. Es de lluvia, de cuentos, de un día como hoy. Me lo publicaron en el Diario de León, como finalista de un premio de relatos, en junio de 2008.

Tal vez ya lo haya colgado del blog, pero ni tan siquiera voy a comprobarlo. Qué importa, hoy, 4 de noviembre de 2012, lo he vuelto a releer y quería compartirlo con vosotros...





“Sé que me quieren
         porque me cuentan cuentos”



Mi Sole y yo hoy nos hemos sentado a inventar un cuento.

Estábamos las dos solas en casa. Silenciosas, aburridas, las dos mirando por la ventana. Llovía, llovía como si todas las nubes del mundo se hubieran puesto de acuerdo para deshacerse a la vez en una lluvia tormentosa y enfadada que se desplomaba en chaparrón sobre nuestro ánimo, empapuchándole como a papel mojado. Por eso le sugerí a mi Sole lo del cuento. Ella, al escucharme, me miró con los ojos brillantes pero enseguida ofreció una excusa para ni intentarlo: “Pero si yo no sé inventar cuentos...” dijo acabando fulminantemente  con mi sugerencia.

Pero yo conozco a mi Sole, y sé que no es fácil sorprenderla, ni entretenerla, ni convencerla para que abandone su actitud taciturna y su talante solitario. Por eso necesito disfrazarme con un entusiasmo que yo misma siento muy lejano, pero que sé que para sobrevivir a aquella tarde las dos necesitábamos como al agua que no dejaba de caer y caer y caer...

“Venga, le dije, algo se nos ocurrirá...” “No, mejor nos quedamos aquí viendo llover...” A mi Sole no le gusta esforzarse, ni colaborar, ni implicarse en nada que no sea la mera contemplación y sus perifrásticas circunstancias. “Yo no sé inventar cuentos...” decía una y otra vez excusándose sin dejar de mirar la lluvia. Así que tuve que tirar de ella para separarla de la ventana, tuve que arrastrarla hasta la salita y desplegar ante ella tantas alternativas como una cola de pavo real.

“Ya, ya lo sé..., dije con paciencia mientras la empujaba a sentarse a mi lado, por eso... Podríamos hacer una guija e invitar a los hermanos Grinn... ¿Qué te parece?” “No, no -dijo mi Sole- que sus personajes eran malos, muy malos ¿O no te acuerdas de Barba azul o la madre de Blancanieves...?” “Bueno –contesté armándome de paciencia- pues hacemos una guija e invitamos a Andersen... En sus cuentos había buenos y menos buenos, nunca malos...” “No, no -dijo entonces mi Sole- Andersen era poco original, solo se inspiraba en relatos populares...” “Bueno -contraataqué yo- pues entonces invitaremos a Perrault...” “No, no -dijo también mi Sole- Perrault era demasiado moralin, como los Grinn...” y sin esperar respuesta se levantó y otra vez se fue a mirar como llovía. Porque seguía lloviendo, lloviendo con una lluvia cabezona, indiferente a mis esfuerzos, una lluvia ingrata que casi parecía reírse de mis frustrados intentos por arrastrar a mi Sole lejos de ella...

“Vale... –me rendí yo- nada de guijas. Pero entonces nosotras mismas nos inventaremos a nuestros personajes...” “Que cosas tienes... ¿Pero es que no ves que ya están todos inventados?” Me contestó ella sin mirarme justo antes de que sonara un trueno que puso el mejor punto final a su interrogación retórica y amenazó con aplastar por completo mi fingido entusiasmo. ¿Ya están todos inventados? Y sin hablar me acerqué otra vez a su lado y muy cerquita de ella yo también me quedé contemplando la lluvia... ¿Todos inventados? Parecía que la tormenta se iba alejando, aún sonaban truenos, aún algún que otro rayo parecía iluminar el cielo gris, pero lo hacían cada vez de forma más tenue, cada vez los truenos parecían escucharse más en la lejanía... Pero la lluvia, como si quisiera demostrar que estaba allí, no dejaba de caer, constante, copiosa, infatigable, aplastante, odiosa.

“Pues... si ya están todos inventados, inventaremos otros... o mejor los reinventaremos...” dije yo con terquedad ante esa lluvia odiosa, fingiendo renovados ánimos, plantándole cara a esa enemiga húmeda que se estaba llevando a mi Sole a su terreno pantanoso y melancólico. “Pero ¿Qué dices?...” contestó ella. “Lo que oyes  -atajé yo-”. Y tirando de nuevo de ella me la volví a llevar conmigo hasta la salita, la volví a obligarse a que se sentara a mi lado y obligué a su atención a que se solidarizara con mi disfrazado buen humor.

Y decidí seguir marcándome faroles, al fin y al cabo, me dije, eso es inventar cuentos. Y aprovechándome de que mi Sole estaba desprevenida empecé a atacar: “Que te parecería..: ¿Un hada madrina sacándose un sobresueldo como majorette? ¿Una bella durmiente con insomnio...?¿Una maquina de la verdad llamada Pinocho? ¿Una princesa embarazada...? Mi Sole, no sé si apabullada o sorprendida por el bombardeo, apenas tenía tiempo de protestar... ¿Una blancanieves angoleña? ¿Una sirenita reivindicando un plus por humedad? ¿Un príncipe rosa...?...

De vez en cuando mi Sole amenazaba con levantarse para ir a mirar otra vez la lluvia que se empeña en seguir cayendo, insistente, pertinaz, incansable, tranquila y constante. Pero desde mi sillón yo seguía diciéndole: “Un soldado de plomo haciendo la prestación social, un patito feo con gripe aviar, el lobo de los cerditos aquejado de poca capacidad pulmonar, una cenicienta con el síndrome de Diógenes...

Y al final, hasta parecía que mi Sole me prestaba atención, parecía que por momentos olvidaba la lluvia. Jugamos al escondite con los personajes de siempre, al rescate con los que nos inventamos, al balón prisionero con los argumentos... Hasta que perdí de vista a mi Sole. “¿Sole? Sole que al escondite ya hemos jugado...”

Al principio me inquieté, pensé que de nuevo estaría mirando a esa lluvia ladina y sigilosa que espiaba nuestros cuentos. Pero cuando llegué a la ventana, allí no estaba. No estaban ni mi soledad ni la lluvia. Había dejado de llover y no me había dado ni cuenta. Solo quedaban titiritando algunas gotas colgando de las barandillas, balanceándose temblonas, a punto de caer, derrotadas ante un sol que comenzaba a reflejarse, a sacar brillos, a hacer muecas a un pavimento empapado.

Mi Sole, mi soledad se había ido... Y yo, quizás, y a pesar de ella y de la lluvia, hasta fui capaz de inventar un cuento, uno que no empezó nunca pero que puse a tender en estos folios.
 
©Rocío Díaz Gómez