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lunes, 27 de abril de 2020

"Aviones de papel en el cementerio" Relato de Rocío Díaz




Hoy no sé por qué, me acordé de este relato. Me lo premiaron un agosto, en Villarrubia de los Ojos hace unos años. 

¿Lo recordamos?




Aviones de papel en el cementerio
Rocío Díaz



Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos "pervertidos" de esos que salen en las noticias. Mayores sí, pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien. Yo era por animarle a hacer una locura. Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos.

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas. de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había. Pues menuda diversión. No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies. ¿Qué necesidad hay? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores. ¿Y además por qué no? le decía. ¿Por qué no? ¿Quién nos lo quita? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona. La cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar, al cabo de tantos lustros…Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso. Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está. ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro? Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre. Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo. Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar. y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender. y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres. Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo. Tú no estás bien. ¿A qué no estás bien? Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca. “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida.” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y por la noche erre que erre, erre que erre con el tema. ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos? ¿Pero tú te escuchas lo que estás diciendo? ¿Tú te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado. O se te ha roto. De fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé. Porque si no, yo Trini no me lo explico. ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tú no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tú no ves que cualquiera que nos vea… Eso si no acabamos en la residencia. Se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos? Que les estoy temiendo. ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento. ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada. Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño. Y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema.” ¡Échale! ahora el temoso soy yo. Gritaba él. ¡Lo que me quedaba por oír!. Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo. Y para acabar de rematar bien, bien la costura,  le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda.” ¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza?! ¿Tú lo crees? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias?

 Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas. “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie.

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna. Pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado. Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta. Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar. Qué jodío mi Paco, pero que jodío. Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber. Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿No le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora. Mi Genaro el primero, que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío. Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo. pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo. Porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas. Virgen santa. Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos. Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche. Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído. No se vaya usté a pensar. Que feliz mi Genaro de verme tan contenta. Porque lo he pasado mal no se crea. Qué disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera. La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí. Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas. Y yo la estaba tan agradecida. Porque a ver, yo sin saber leer,  ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza. Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea. Que dolor. Tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él. La maldita guerra. Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas. Que no había quién nos despegara a la una de la otra.  Que desgraciaíta que era yo entonces. Que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco. Pero vi que era un buen hombre y que me quería. Y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve. Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos. Tan pegaditos como el primer día. No ha sido nunca muy hablador la verdad. y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro? Pobre aún le dura el disgusto.

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas. Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores. Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”. Échele. Unos adultos un pelín arrugaos ya todos. Quién dice un pelín… como uvas pasas. Pero en fin. Que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad. Porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista. Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar,  porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello. Y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos. Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno, pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho. Con una ilusión que yo aprendí para releerlas… Y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando.

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, qué ilusión. Era como verle otra vez delante de mí. Con esa planta que tenía…

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos. Lloré tantas, tantas, aquella noche, que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces. No le digo más lo que pude llorar. Si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese. Porque esas cartas no eran para mí. ¿Puede usted creerlo? No eran para mí. Solo eran para mí las dos o tres primeras. Las demás, todas las demás, eran para la señorita Nieves. Qué penita más grande. Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán. pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer. Bien sabía él a quién se lo pediría. Se le cierran los ojos. No se apure que ya termino.

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre. Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... Pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar. Y total yo tampoco sabía leer. ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría? Siempre había recordado a esa mujer con tanto cariño.

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno… Muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas, y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y que vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro.

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas. Qué hombre. No sé ni como se le ocurrió semejante idea. Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe. Como si me le hubieran dado la vuelta como a un  calcetín. Qué cosas... pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada, que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y esto..? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor. Échele. Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté. Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo. Y cada vez se le da mejor al jodío. Que ya podía haber empezado treinta años antes. Mírele si es un pedazo de pan.

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía. Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba. Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió. Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo. Que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa. Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso. Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara. Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar. El pobre…

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí. Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas. Y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos… por decir algo, y de los saltos a los abrazos. Y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo. Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva. Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco. Y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer. ¿Pero oiga? ¿Oiga? ¿¡No me digas que está roncando!? Anda la leche.


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco. Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura. Venga despierta hombre de Dios. Que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro. Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades. Así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde. Mañana ya hablaremos más con estos señores. Aunque no sé que más van a querer saber. Y tú tranquilo, que yo me ocupo, tú tranquilo. Que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre…


@Rocío Díaz Gómez

viernes, 24 de abril de 2020

Día "yanisécual" de confinamiento. GRACIAS




A veces vuelves a ser la que tú eras, y vuelves a leer tus relatos a quién quiera escucharlos.

Por un momento casi, porque del todo es imposible, te olvidas de que estamos confinados, y te metes dentro de una de tus historias y le pones voz, voz en alto, para que todos escuchen a esos personajes. 

Y es raro, porque estás en casa, estás delante de tu ordenador, con tus cosas cerca, pero al mismo tiempo parece ser que tienes a un tropel de gente a tu lado, encaramados a la pantalla del ordenador, o en el borde de la mesa, con sus piernas colgando en el aire mientras te escuchan.

Y es más raro porque al mismo tiempo tienes a tus compañeros de tertulia ahí al lado, casi como si volvierais a estar reunidos en torno a la mesa grande, esa de madera, que compartís en los bajos del bar donde os juntais a compartir literatura.

Raro porque está ahí Javier Díaz, nuestro coordinador, diciéndo como siempre a quién le toca leer.

Raro. Raro. Porque sigues en tu casa. En tu ordenador.


Y comienza un revuelo, un revuelto de personas que parecen llamar con los nudillos a tu móvil. Un revuelo de guasap que comienza a llegar después de haber leído en voz alta otra de tus historias, llegan y llegan y siguen llegando de muchas partes, tantos que ni el móvil te dice cuántos te faltan por leer.

Porque estaban escuchándote.

En Madrid, y fuera de Madrid.

En su casa.


Gracias Instagram por dejarnos compartir aún las voces, las canciones, los poemas, los relatos, la amistad, todo eso que pesa tanto pero es intangible, eso que no nos puede, ni nos va a quitar el confinamiento.

Gracias Javier por coordinarnos.

Gracias, muchísimas gracias a todos los que nos escuchasteis ayer, a mis compañeros de tertulia y a mí. 

Millones de gracias.

domingo, 12 de abril de 2020

"La piel de la rutina" Relato de Rocío Díaz



Y me dice Roberto que por qué no cuelgo uno de mis relatos. Y sin querer se me escapa una sonrisa.

En éstos días no se escapan muchas. 

Y viéndola delante de mí, la cazo en el aire y la tomo entre mis manos.
Y aún palpitante me la guardo en el bolsillo, 
que nunca se sabe.
 

Dicen otros que en éstos días de confinamiento, entre las mil y una recomendaciones que debemos tomar, es bueno tener una rutina. 

Espero que os guste "La piel de la rutina". Fue premiado con el primer premio en el V Certamen de Relatos Federico García Lorca, organizado por el Ayuntamiento de Parla, en el año 2004.





La piel de la rutina


 Rocío Díaz



Los lunes de 9 a 10 Doña Pilar tiene “Lengua”. Por eso desde las nueve menos cinco, ni un minuto de más ni uno de menos, porque la puntualidad es principio de Reyes, norma de caballeros y costumbre de gente bien nacida, ella ya está sentada, en su cuarto de estar, con las piernitas juntas y las gafas en la nariz, al lado del teléfono.

A esa hora ella ya ha hecho su cama, se ha duchado y arreglado con esmero y de arriba abajo, con esas prendas que utiliza para estar cómoda en casa pero abrigada, sin estar de punta en blanco pero presentable, por aquello de si tiene que salir a abrir la puerta. Ya está también desayunada, ya se tomó su pieza de fruta, se hizo las tostadas con aceite de oliva, porque junto a las nueces es lo mejor para la circulación, y ya lo ha acompañado de un delicioso y humeante café, descafeinado por supuesto, que la entone para enfrentar un nuevo día.

A las nueve menos tres doña Pilar ya tiene la agenda en la mano y a las nueve en punto coge el teléfono para ir enlazando una conversación con otra y esta con otra, sin descanso pero sin cansarse, hasta las diez menos un par de minutos de la mañana. Momento en que considera que por el lunes, ya se ha puesto al día en todas sus relaciones familiares y de amistades varias, dando por finalizada la “Lengua”.


La piel de la rutina es dura, cuarteada por los años, claro, pero resistente. Eso cuenta doña Pilar. La piel de la rutina te encorseta, pero a la vez te acuna, te mece, te va guiando. Doña Pilar necesita de esa rutina, y la lleva a rajatabla. Atrás quedaron los años de su recién iniciada jubilación. Atrás quedó la euforia de los primeros meses, cuando se creía liberada de los madrugones y de los niños gritones, del bullicio del colegio y de la esclavitud de los temarios, de las épocas de exámenes y de las tediosas recuperaciones. Atrás quedaron aquellos días en que todo era recreo. Puro y bendito recreo.


Los lunes de 10 a 11 doña Pilar tiene “Matemáticas”. Por eso nada más colgar el teléfono se va hasta la mesa camilla y después de beberse un vaso de agua de la jarrita que siempre tiene a punto, se sienta dispuesta a poner orden en las cuentas de la casa. Repasa los recibos que se han ido acumulando desde el jueves a las 12.15 que dejó las matemáticas, apunta y pone al día los gastos diarios de pan y leche, periódico y demás minucias. Y va repasando, mientras puntea más despacio, la cuenta de la compra del viernes, tomando nota fiel de lo que supusieron los descuentos del 2X1, lo cara que está la vida y lo poquísimo que cunde la pensión. Sabe doña Pilar que el camino de la fortuna depende de tres palabras: trabajo, orden y economía, por eso, aunque lo suyo siempre fueron las letras, no deja esta ingrata labor hasta que puede clausurar el cierre de los cuadernos con un largo suspiro de alivio, tras cerciorarse bien de que son las 11 menos tres minutos.

Los lunes, como los demás días de la semana, de 11 a 11.30 doña Pilar tiene el recreo. Así que nada más terminar las cuentas se levanta de la mesa camilla, y tras beberse otro vaso de agua, porque hay que beber al día no menos de 8 vasos, se va hasta el silloncito de al lado de la ventana. Se sienta en él y mientras se acerca el taburete para estirar las piernas media hora, enciende la radio que tiene allí mismo. Le encanta el programa que a esas horas hay en Radio Nacional de España. Es de cotilleo, es verdad, pero de vez en cuando lo interrumpen con la musiquita pegadiza que acompaña a la voz con que se anuncia “Un minuto para la cultura”, cuando hablan de un disco, un libro, una exposición. Esos destellos que la iluminan de cultura, le ayudan a no sentirse tan mal... Porque no lo puede evitar, le entretienen tanto esos trajines de la farándula... Además al fin y al cabo, piensa, es la hora del recreo ¿no?.


La piel de la rutina te tranquiliza, te cobija, te serena. Por eso pronto se dio cuenta doña Pilar que aquel período loco de recién jubilada había sido un espejismo. Había saboreado aquellos primeros días, aquellos primeros meses sin horarios ni reglas, hasta que dejó de hacerlo. Con lo que había sido ella, pronto se dio cuenta de que cada día se levantaba más tarde porque no había prisa por llegar a ningún lado. Y al levantarse más tarde, se arreglaba aún más tarde o no se arreglaba, qué importaba... No iba a salir. Y podía comer o no comer, porque el no hacer ninguna actividad no le daba hambre. Y como no había comido, al final le entraba el gusanillo y a las cinco atacaba la nevera al asalto, pellizcando de aquí y de allí sin terminar de comer en condiciones. Y luego otra vez a deambular por la casa si no se decidía a salir porque además llovía o hacía frío o quizás demasiado calor. Y por la noche el sueño no se decidía a llegar y qué importaba la hora que fuera, total... no había por qué madrugar. Y a la mañana siguiente vuelta a empezar, solo que empezaba a la hora de casi ya almorzar. Y cada vez más tarde todo... más descontrolado... Que horror. Con lo que había sido ella... Con los poemas que había sabido escribir. Y en ese momento hasta contar su vida, pensar en ella, su vida misma le parecía un ripio absurdo que hacía daño hasta a los propios oídos.

Los lunes de 11.30 a 12.15 doña Pilar tiene “Conocimiento del medio”. Por eso a las 11 y 27 se levanta de su silloncito y tras beberse otro vaso de agua se encamina hasta la terraza. Es el momento de cuidar sus plantas. Le relaja mucho trastear con los tiestos, plantarlos, podarlos, remover la tierra, echarles su medicina... Como los viernes no tiene “Cono”, se sonríe al pensar que aún habla como sus jóvenes alumnos, los lunes es el día que da un repasito más a conciencia a sus niñas, así que decidida va a por la regadera. Sus niñas, como ella las llama... Y como a los de antes, no para de hablarlas, de regañarlas, de llamarlas al orden, de mimarlas. Hasta las 12 y trece minutos en que se va a lavar las manos, a beber otro vaso de agua y se dirige a su nueva tarea.

Los lunes de 12.15 a 1 doña Pilar tiene “Tecnología”. Es un poco tarde para su gusto, pero los horarios son como son, y si no los había discutido en toda su vida, no los iba a discutir ahora, cuando ya rozaba los setenta. En Tecnología doña Pilar da  un repasito a la casa, limpia el cuarto de baño, pasa el polvo, friega... total es limpio sobre limpio así que hay tiempo más que suficiente.


La piel de la rutina es cuadriculada, guarda la vida en cajones y la organiza para que esté ordenada y no se nos distraiga la cabeza... Por eso doña Pilar un día lejano se dio cuenta de que no podía seguir así, no podía seguir por ese camino que empezó tras su jubilación. A su edad era más que necesario tener un orden cabal de las cosas, y más a esos años, que le gustara o no, ya iba teniendo y el riego nos puede ir jugando malas pasadas. ¿Cuántas veces había dicho a sus alumnos aquello de “Donde no hay regla se pone ella...”? Y ahora resultaba que ella misma cada vez estaba más desorganizada. Por eso a los pocos meses de jubilarse un día se pasó por el colegio de visita, saludó a los viejos compañeros y entre risas y no risas les pidió una copia del horario de sus alumnos de aquel año. Una vez que lo tuvo en sus manos, sonrió, primorosamente lo dobló y se lo guardó en el bolso. “¡Pobre...! pensaron todos, han sido tantos años...” Pero no era solo eso. No era nostalgia, era su salvación.

Doña Pilar aquella tarde imprecisa, no sabía ya si laborable o no, en aquella hora imprecisa, lo primero que hizo al llegar a casa fue colocar el horario de segundo ciclo de primaria en la puerta de su nevera, para tenerlo bien a la vista. Una vez allí colocado, miró el calendario y comprobó que ya era 6 de febrero, martes, y mirando después el horario que acababa de pegar encontró: “Los martes de 3:45 a 4:30 Plástica”. “¿Plástica?” Se preguntó a sí misma. Y haciendo un recuento mental de todas las labores que tenía a medias desde tiempos inmemoriales, se acercó hasta uno de sus cajones y sacó al buen tun tun una de ellas. “Bueno, pensó, pues ya sabes Pilar hasta las 4 y 25 a darle al ganchillo...”.

Y desde aquella tarde doña Pilar ha ido clavando su vida con unos alfileres invisibles a aquel trozo de papel. De nuevo ha cuadriculado su vida según le iban indicando aquellos apartados: de 9 a 10 Lengua, de 10 a 11 Matemáticas, de 11 a 11.30 recreo... Así se sentía mejor, más segura, mucho mejor.


Hasta el día que llegó a su vida Don Andrés.


Los miércoles de 11.30 a 12.30 doña Pilar tiene Educación Física. Por eso dedica ese tiempo a caminar deprisa de un lado a otro del parque cercano a su casa. Enfrascada en su caminata y sus horarios doña Pilar no ha reparado nunca en aquel caballero en pantalón y zapatillas de deporte que, sin embargo, ya hace tiempo la echó el ojo y la espera cada día sin atreverse a abordarla. Un día cualquiera el buen señor acompasa su paso alegre al de la señora y haciendo de tripas, corazón, le presenta sus credenciales. “Buenos días, don Andrés Pérez para servirla”. Doña Pilar educada como una señora, pero guardando las distancias como la misma señora que además de serlo tiene que parecerlo, le saluda, por supuesto, pero sigue a lo suyo. Don Andrés perplejo, acepta el recelo que cree ver en la actitud de doña Pilar, pero lejos de amilanarse, decide con más empeño buscar su compañía.

Por eso muchos son los miércoles que de 11.30 a 12.30 don Andrés la espera, aunque al final solo sea para llevarse a casa, en un bolsillo, un saludo cortés y fugaz. Muchos son los jueves los que la espera también a esa misma hora, sin que además ella llegue a aparecer, sin que pueda llevarse nada, ni siquiera fugaz. Muchos los viernes, lunes, martes... que tampoco llega. Hasta que un jueves en que don Andrés en la sobremesa iba al médico en la lejanía parece verla... Sorprendido de descubrirla a una hora que él creía no era la habitual, pero muy alegre de haberlo hecho, a rápidas zancadas se acerca hasta ella, para saludarla. “¡Vaya! ¡Cuánto me alegro de verla señora! ¿Ha cambiado usted sus hábitos?” “¿Yooo?” Contesta doña Pilar realmente extrañada. “Sííí, como su hora de caminar era a media mañana...”. “Ah, pero eso son solo los miércoles. ¿Acaso me tiene usted vigilada?”. “No por Dios, señora, perdóneme, es solo que yo pensé que tenía cogida esa hora. Como cada uno tenemos nuestra rutina...” Pero mientras don Andrés dice esto, doña Pilar ha continuado con su rápido caminar.

Sin embargo, aún separados por los pasos que ha dado doña Pilar en su caminata, ya prendido a la cabeza de cada uno se ha quedado el último comentario del otro. Doña Pilar aún andando, no ha dejado de escuchar aquella ultima frase de Don Andrés: “Como cada uno tenemos nuestra rutina...”. Y don Andrés no ha dejado de escuchar la de doña Pilar: “Ah pero eso son solo los miércoles”.

La piel de la rutina es cuadriculada, por eso los viernes de 10 a 11 doña Pilar tiene “Educación Física”, como reza el horario. Nunca se ha encontrado con don Andrés a esas horas tan tempranas, sin embargo al día siguiente allí está el caballero con sus pantalones y sus zapatillas de deporte. Allí está esperándola sin que ella lo sepa desde bien, bien pronto. A partir de aquel viernes, don Andrés además de esperarla de la mañana a la noche, va a ir apuntando en un papelito a que hora llega y a que hora se va, hasta que consiga saber exactamente cuales son sus horarios.

Han sido muchos los miércoles, los jueves, los viernes que don Andrés ha hecho “Educación Física”, parque arriba, parque abajo, con doña Pilar hasta ganarse su confianza. Muchos, hasta que ha conseguido que ella le invite a subir a casa a escuchar música los viernes de 11.30 a 12.30.

Porque los viernes de 11.30 a 12.30 doña Pilar tiene “Música”.

 Y silbando se va aquel primer día don Andrés a comer a su casa, después de haber estado en la de doña Pilar compartiendo música. Silbando continúa todo ese día, y el siguiente y el siguiente y así cree que seguirá hasta que el miércoles de la siguiente semana, de 11.30 a 12.30, pueda volverla a ver, porque lleva guardados en el bolsillos silbidos para eso y más. Porque sabe que ella necesita de esa rutina, sabe que solo la puede ver en “Educación física” y en “Música”. Y él está tan a gusto a su lado, la aprecia tanto que no quiere perturbar su vida, la quiere tanto que no quiere perturbar sus horarios, sus costumbres, sus rutinas.

Doña Pilar no puede creer que aquello le esté pasando. Ella que ha sido toda su vida tan organizada. Ella, que aún jubilada, sigue viviendo de acuerdo con la rutina que cuelga del horario que tiene pegado a su nevera, ella que tuvo que volver a colgarlo para no perderse... Ella...  de pronto otra vez querría volver a saltarse todos los horarios.

Y se desvela por las noches inventando momentos para estar con don Andrés. Se desvela inventando actividades que no están en el horario. Inventando formas de estirar la media hora del recreo diario, pensando si debería incluirlo en las horas de tutoría.

Pero a la mañana siguiente, vuelve a pensar que quizás no. Que quizás debe continuar viéndolo solo en las horas de “Educación Física” para pasear con él. En la hora de “Música” para soñar a su lado. Pero nada más.

Y porque la rutina tiene la piel dura, por las noches, como una adolescente enamorada piensa mil formas de saltarse el horario. Pero porque la rutina tiene la piel dura, por las mañanas piensa que no, que así está bien... Piensa que si corre más deprisa que la rutina, terminará por olvidar quién es. 

Sin darse cuenta, quizá sea feliz.


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