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miércoles, 2 de mayo de 2018

Uno de mis relatos premiados: "La cesta de Caperucita"de Rocío Díaz



Y se fue abril. 

Se fue volviéndonos locos con sus cambios de tiempo, sus calores y fríos extremos fuera de temporada. Se fue arrasando con los abrigos y las bufandas, a cambio de lluvias y más lluvias, pero también algún que otro premio.

Ay. Eso fue lo mejor. Se fue abril pero me dejó un tercer premio, un primer premio, y la ilusión de una lista de finalistas de otro certamen, entre los que me encuentro con una sonrisa hasta que se resuelva en mayo. 

Siempre se premian los relatos que uno piensa que son menos premiables. Y no dejas de sorprenderte.

Pero cuánto motivan esos premios, sean como sean. Qué agradecida se siente una. Porque son premios, reconocimiento, ánimo. Y a seguir escribiendo.

Se fue abril, sí. Pero, aunque travieso, no se portó mal, no.

Os dejo con el tercer premio, en la Zubia, el único cuya entrega ya se ha celebrado.

Espero que os guste.




La cesta de Caperucita


Blancanieves despertó y nada más sacar las piernas de debajo de la colcha vio horrorizada que le habían crecido en ellas unos pelos más largos que su melena, bueno quizá no tanto, pero desde luego sí más negros que la boca del lobo de la casa de al lado. Corriendo fue derecha al cuarto de baño cogió la silkepil y, sin tan siquiera desayunar su kiwi acostumbrado, se la acercó decidida a las piernas. El aullido tuvo tal potencia que no solo se escuchó en todo el cuento, sino que atravesó todos los cuentos del libro en el que vivían, sobrevoló los demás libros de ese estante y terminó por recorrer la librería entera antes de perderse en el horizonte. Fueron tantas las palabras malsonantes que salieron de la dulce boquita de la princesa, tantos los juramentos e insultos que profirió mientras se frotaba la pierna dolorida, que hasta los piratas y gentes de mal vivir de otros cuentos tuvieron que taparse los oídos y quedaron mudos de la impresión durante siglos. Se cree que Mudito lo es, desde ese aciago día.
Caperucita que vivía en el cuento de al lado, y aún no había salido de casa, preocupadísima corrió hasta su puerta. Pero Blancanieves aunque escuchó el timbre no quiso abrir. ¿Con esa pinta? Porque desde luego ella no pensaba acercar jamás esa silkepil infernal a su pierna. Prefería otra indigestión de perdices, y mira que las había cogido asco.
Caperucita, viendo que nadie abría, olvido el decoro y comenzó a llamarla con unas voces más fuertes que Garbancito en la tripa del buey. “Shhhh, ya voy, calla” dijo Blancanieves reconociendo la voz de su amiga y preocupada por si despertaba a Bella que vivía tres cuentos más allá. “Estarás ronca…” fue lo primero que dijo Caperucita. “Ronca ¿yo?”. “Sí tú ¿Te duele la garganta? Después de ese grito…” insistió irónica la de la capucha. “No estoy para tonterías porque mira…” solo contestó Blancanieves, y sin decir más se abrió la bata de princesa de par en par mostrándole las peludas piernas.
El de Caperucita fue el segundo alarido de pavor de aquella mañana. “¡Pero tía que eres princesa no puedes ir así por el cuento!” “Ya lo sé…” -Contestó entre hipidos Blancanieves- “Pero duele muchííísimo” y señaló la silkepil como si fuera la guillotina de María Antonieta. “¿Has probado con la cera?” contestó Caperucita y sin esperar respuesta corrió hasta su casa y trajo varias cajas de tiras, pues con una caja y semejante pelambrera, no iban a tener ni para las corvas… Pero solo fue capaz de colocarle una tira. Primero llegaron las mil y una quejas: “¡Pero qué está ardiendo! ¡Céntrate que soy Blancanieves no Juana de Arco!” Y después al primer tirón el ronco aullido que salió de la garganta de Blancanieves antes de desmayarse despertó de golpe a la Bella durmiente sin beso de amor ni nada parecido pero con una taquicardia tal que casi desaparece de su cuento y de todos por siempre jamás.
Caperucita mojó un pico de su capa en agua fría y se la puso a Blancanieves en su regia frente a ver si espabilaba. “Blanqui, blanqui, venga, ya pasó, ya pasó…” le decía con ternura mirando de reojo a sus piernas peludas con aprensión. Blancanieves, pálida ya de por sí, estaba del color del papel en que la inventaron. Pero Caperucita insistió tanto en sus paños fríos que tras un par de estornudos a Blancanieves le fue volviendo el color. Sin embargo abrió los ojos, vio sus piernas de nuevo y comenzó a llorar sin remedio: “Tengo más pelos que los siete enanitos juntos ¿Qué voy a hacer?” “Tú no te preocupes, que ya inventaremos algo…” le consolaba Caperucita. “¿Pero no lo ves? Digo yo los siete enanitos juntos ¡tengo más pelos que tu lobo!” “¡Ay no me hables de mi lobo, no me hables! -contestó Caperucita- ni me lo mientes que me tiene contenta…” “Peor que lo mío no será…” “Pues no sé qué decirte…” dijo Caperucita moviendo su cabeza preocupada. “A ver cuenta, cuenta” le dijo Blancanieves olvidando por un momento su pena. “Pues tía que ahora le ha dado por colgarse del brazo mi cestita” “¡Qué me dices!” “¡Cómo lo oyes! Y se mira al espejo, y se remira, y ahora va para acá y ahora para allá, con más soltura que yo, mientras le hace morritos al espejo. Y chica como siempre está con ella al retortero, voy a salir y ni la encuentro… Como hoy. Me has pillado en casa por eso. ¿Dónde me la habrá metido?” “No andará muy lejos” “Pues no la encuentro y mira que he rebuscado en páginas y páginas de nuestro cuento. Pues no aparece. No me tiene roja, me tiene negra y más que negra. Éste es muy capaz de haberse ido a la calle con ella…” Y la imagen del lobo con la cesta por el bosque terminó por hacerlas soltar una carcajada. “No sé ni cómo me río…” dijo Blancanieves. “Si tú supieras… ¿Pero de quién te crees que son éstas tiras de depilar?” “¡No fastidies! Pero qué dolor, es inhumano!” “Normal, él no es humano… Además dice que la belleza es dolor y lejos de importarle cuando no está con la cesta está liado con las tiras… Me va a volver loca, y entonces ya seremos dos en mi cuento”. “Qué animal –dijo pensativa Blancanieves- con la suerte que tiene de ser lobo. La suerte de poder salir con sus pelos al aire. Lo que yo daría por no tenerme que depilar…” Y ambas se quedaron calladas pensando. Hasta que Caperucita mirándola fijamente le dijo “Y exactamente ¿Qué darías? No lo digas por decir, y piénsalo bien ¿Qué darías por no depilarte? ¿Qué darías por no hacer lo que se supone que debes hacer siendo princesa?” Y a Blancanieves no le costó demasiado contestar: “Cambiaría el cuento”. “¿Sí? ¿De verdad lo harías?” Insistió Caperucita a la que ya le rondaba una traviesa idea bajo la capucha. “De verdad de la buena” contestó Blancanieves, acariciándose sus peludas piernas de princesa antes de sonreírle.
Cómo era de imaginar desde aquel día Caperucita y Blancanieves cambiaron sus papeles y por tanto su destino. Caperucita se ha acortado la capa, y con la tela que le ha sobrado se ha hecho un tanga rojo con el que espera feliz a su príncipe de turno.
Blancanieves prefiere al lobo. Le encuentra menos afectado y le da mucha más libertad. Ella es feliz sin estar a merced de maquinitas despiadadas y arropada por sus pelos; feliz sin vestirse de princesa y mucho más sin tener qué parecerlo. Y a él le gusta más ella cuando se gusta a sí misma. Además anda dándole vueltas a lo del laser, le han dicho que, aunque es más laborioso, el resultado es mucho más definitivo.
El problema es la cesta. Sigue sin aparecer. Así que habrá que seguir cambiando el cuento, uno a uno los cuentos, hasta que todos los personajes estén contentos y en paz con ellos mismos, con lo que tienen y lo que son.
 Y mientras, seguiremos atentos a ver si aparece la dichosa cesta.

©Rocío Díaz Gómez

 


domingo, 18 de febrero de 2018

Entrega de Premios del XXXI Certamen Nacional de Cartas de Amor de la Asociación El Timón de Puertollano



Como os decía en la entrada anterior, este viernes 16 de febrero me hice un viajecito relámpago a Puertollano, para regalarme una tarde literaria. 

Me dieron el 3º premio por una de mis cartas de amor en el XXXI Certamen Nacional de cartas de amor que organiza la Asociación El Timón de Puertollano. Un premio es un premio.

Mereció mucho la pena el viaje porque lo disfruté mucho, aunque yo era la tercera me sentí muy bien tratada. Todo el acto fue muy variado y completo, las tres ganadoras leímos nuestras cartas de amor y fue la entrega correspondiente. Habló después la Presidenta de la Asociación. A continuación hubo un pregón por parte de un escritor, poeta y Alcalde de La Solana Luis Díaz-Cacho Campillo. Y después habló la Alcaldesa de Puertollano, Mayte Fernández. Para finalizar hubo dos actuaciones por parte del grupo de danza "José Granero" que me encantaron, originales y entretenidas, qué bien lo hacían estas chicas. Lástima que no lo pude ver terminar del todo (aunque me dijo Pilar, la secretaría de la Asociación, que ya debía quedar muy poquito) porque me tenía que ir corriendo al Ave. 

Quiero dejar memoria de la tarde aquí, porque ya va a formar parte de mi biografía literaria por méritos propios. 

Por último volver a dar la enhorabuena a mis compañeras premiadas: Raquel Gómez Castellanos, de Puertollano, con el trabajo “Mi amor es un poema" con el que ha obtenido el primer premio y a Angeles del Blanco, de León, con “Carta inacabada”que obtuvo el segundo premio. Y muchas gracias siempre al jurado que entre tantísimas cartas quiso que la mía estuviera entre las tres premiadas y a Pilar, la secretaría de la Asociación, y a Manoli, otra compañera de la Asociación, creo que se llamaba así porque con tantos nombres a la vez dudo, por estar pendiente de mí y ser tan amables.

Con muchas señoras de la Asociación, la Alcaldesa, el jurado, el Pregonero, las premiadas...

El presentador, que la verdad es que lo hacía muy bien

De dcha a izda. La Presidenta de El Timón, La Alcaldesa de Puertollano y el Alcalde de la Solana y poeta

Pilar, la secretaria de la Asociación El Timón

Las tres premiadas en nuestro sitio

En el momento de la entrega de mi premio

La ganadora del 2 premio: Angeles del Blanco

La ganadora del 1 premio: Raquel Gómez



Y por último dos momentos de la actuación. Estuvieron fenomenal.





sábado, 17 de febrero de 2018

"Esa mancha de harina de tu frente" Relato de Rocío Díaz Gómez

La preciosa foto está tomada de internet. Chuerrería Madrid 1883

Ayer, 16 de febrero de 2018, me dieron el tercer premio en el XXXI Certamen de Cartas de Amor de la Asociación "El Timón" en Puertollano.

En otra entrada os contaré la entrega de premios, que mereció mucho la pena, pero hoy quería dejaros con mi Carta de Amor que se titula "Esa mancha de harina de tu frente" y dice así:


Esa mancha de harina de tu frente 
Rocío Díaz Gómez

Princesa,
Una vez escuché que en un desierto había nevado. Durante unas horas solo, pero bastaron para que la nieve cubriera toda la arena, como si la arropara, deshaciéndose después sobre ella, empapándola despacio, como si la mimara. Cuando lo escuché, cerré mis ojos, y sin querer sonreí, porque si eso había ocurrido, también ocurriría nuestra historia. Aunque fuera la más difícil del mundo porque nunca estábamos al mismo tiempo en el mismo lugar. Aunque en ese mismo lugar pasáramos ambos seis meses al año, pero siempre esos seis justo que el otro no estaba. Ya era mala suerte. Pero una vez en un desierto nevó. Y tú eras puro arrope.  

Todos los años cuando llegaba junio y el calor picaba a traición en el cuello y el alma, apetecía de postre una rajita de melón. Y para eso estaba yo, para venderlos, para convencer a las señoras de que los míos eran puro azúcar. “Puro arrope María” les decía a todas: “Puro arrope y no esos pepinos que os venden en el mercado” decía con desparpajo y naturalidad a las clientas porque era la pura verdad. “¡Anda zalamero! no eres tú negociante ni nada...” me contestaban con una sonrisa. Pero se los llevaban porque era verdad y me creían. Yo era de los auténticos del ramo, de los genuinos meloneros de la Asociación de vendedores de melones y sandías de la Comunidad. Y allí estaba, como un clavo más de mi puesto, todos los junios en la misma esquina. Año tras año. En esa misma esquina donde tú todos los octubres, una vez que yo me había ido, colocabas la churrería. Porque cuando llega el otoño y ellas se ponen la rebequita que parece que refresca, con esa brisa que se cuela por el escote poniendo piel de gallina hasta en la etiqueta de la ropa, llegaban tus churros y llegabas tú. Y yo sin saberlo…

Hasta que aquel bendito año, mediaba junio cuando me acerqué por el barrio a echar un vistazo. Me gustaba pasarme unos días antes por los alrededores, por aquello de ir tomando contacto. Mediaba junio y encontré que aún la esquina estaba ocupada. Junio claro y fresquito para todos es bendito. Y a mí me bendijo Cupido, vaya si me bendijo, aquel junio que remoloneaste para estirar más el negocio aprovechando aquellas tardes que aún se dejaban acompañar por un cafetito con leche y unas porras. Porque allí te encontré, allí subida en tu torreón de caravana móvil, manchada la frente de harina, que ¡ole que mancha!, ya hubieran querido los indios saber pintarse así para sus guerras. Allí subida, con los colores dibujados por el calor que desprende la máquina de amasar en tus mejillas, con la pala mezcladora de madera en tu mano, como una hechicera mágica revolviendo pócimas. Allí, mezclando la harina de trigo con el aceite de oliva, la sal marina con el agua, mezclando requetebién todos los ingredientes con tus manos sabias de churrera. Sabias, tenían que ser. Porque desde ese mismo momento que te vi allí en mi esquina, la deseé nuestra. Y lo que hubiera dado por ser la masa de tus churros, sentir tus manos moldeándome, sujetándome en los malos días para no dejarme caer al aceite, acariciándome en los buenos para dejarme sentirte.  

“Buenas tardes señorita” dije todo lo educadamente que supe. “Buenas ¿Cuántos le pongo?”, dijiste sin apenas mirarme. “No, tartamudeé, si yo, yo no quiero churros...”. Tartamudeé, con el desparpajo que gastaba yo con mis clientas.

Ya hace mil años de aquello, y aún hay momentos, muchos, que me haces tartamudear. Ahora que hace mil años que compartimos nuestra esquina porque no paré hasta que cambié mi puesto por tu torreón Princesa. Yo que era de los genuinos dejé el gremio para estar contigo. Y jamás me he arrepentido. Bendito aquel junio fresquito y benditos todos los años que llevamos juntos. La nuestra era la historia más difícil. Pero nada más verte supe que todos los días de mi vida tenía que mirar esa mancha de harina de tu frente, ole qué mancha. Porque una vez en un desierto nevó y bastaron solo unas horas para que la nieve lo arropara. Porque tú eras puro arrope y yo solo un insignificante melonero, pero uno que si de algo sabía, era de arrope.

Febrero 2018
Rocío Díaz Gómez

domingo, 17 de diciembre de 2017

Mi último relato premiado: "Magia" en Navalmoral de la Mata



Ayer, en Navalmoral de la Mata, me dieron mi última alegría literaria. Parece que poco a poco voy remontando un año que sentía pobre en reconocimientos literarios. 

Los premios son un estímulo a seguir enfrentándose al folio en blanco. Por supuesto que no hay que depender de ellos para seguir escribiendo. Escribir es una necesidad y un placer. Pero los reconocimientos motivan mucho cuando algunas historias se te resisten.

Se celebró ayer la entrega de premios del  XIX Certamen de Relatos de Navidad organizado por Radio Navalmoral-Cadena Cope con el patrocinio de la AIEAlmaraz-Trillo, en la Fundación Concha de la misma localidad. Entre 95 relatos me dieron el primer premio por mi relato "Magia". 

No era la primera vez que me premian en Navalmoral, y siempre es agradable volver.

Fue una entrega de premios en la que se habló de Rosa Montero que los había visitado días antes. Decía Rosa, de Radio Navalmoral, que la escritora había hablado de la memoria y del olvido. Que había comentado que charlando con su hermano de hechos que habían ocurrido en su infancia, parecía que no habían vivido con los mismos padres o las mismas cosas, así es la memoria de selectiva o el olvido. Decía también que hablando sobre creación literaria había comentado la diferencia entre un relato y una novela, el relato es como abrir una ventana y asomarse a mirar el paisaje, mientras que en una novela el autor camina ese paisaje. 



Fue una entrega donde todos los que iban saliendo a hablar, lo hacían muy bien, su discurso era entretenido, ameno y contaban cosas interesantes.

A mí me dió el premio la Alcaldesa Raquel Medina, que también me pareció que se expresaba muy, muy bien. Habló de lo que a ella le habían transmitido los dos relatos y creo que lo hizo de forma muy sencilla, emotiva y acertada.



Y cómo no podia ser de otra forma (aunque muchas veces si que ocurre) se leyeron tres relatos, uno por el Presidente de la Fundación Concha, Carlos Zamora, otro por el hijo del segundo premiado, Luis Monge Ciruelo, que tiene 94 años y es de Guadalajara y lo leyó su hijo Javier de manos de Aniceto González representande de la Central Nuclear de Almaraz-Trillo. 











Y finalmente lo leí yo. Os quería dejar al protagonista: Mi relato titulado "Magia", un relato de esa época que es la Navidad, que nos podrá gustar más o menos, pero que sobre todo es mágica.

Aunque sobre todo tiene mucho de mágico que te premien entre tantos relatos.




Magia

Traemos las bolsas llenitas de huellas. Señor Pérez ya estamos en casa. ¿Dónde se habrá metido? Ah, está aquí. Mire lo que traemos: ¡Huellas! Montones y montones de huellas. Fuimos a la playa y mire, de todos los tamaños y maneras, por si acaso. Asómese Señor Pérez, asómese... ¡Vaya...! qué pena, se descolocaron. Con lo que costó cogerlas y el cuidado que pusimos al guardarlas. Bueno, lo importante es que están ahí. Ahora hay que hacerlas sitio, a ver dónde, hay siempre tantas cosas que traer... ¡Vaya por Dios! Ya están llamando a la puerta. Todos los días igual. Qué vecindad. ¿No pueden estar en sus cosas sin ocuparse de la vida de los demás? “QUE NO ES ARENA, QUE SON HUELLAS...” No saben ni lo que ven. ¿Qué puedes esperar de la gente que no sabe ni mirar? Arena dicen... ¡Pues anda que no se ve que son huellas!  

Aquí mismo se quedan, encima de estos sacos de frases. A ver cómo andamos de género. Un buen paquete de “Aunque solo sea un pellizquito…”, otro aún más grande de “Para tapar agujeros…”,  otro casi del mismo tamaño de “A ver si me quita de trabajar…” y otro bien llenito de: “Por lo menos quitarse la hipoteca…”. Señor Pérez ya lo ve, tenemos variedad y bastantes de la primera tanda. A ver en el otro saco. Un montón enorme de “Hoy es el día de la salud” y otro un poco más pequeño pero también considerable de “No hay mejor lotería que el trabajo y la economía”. Hay menos variedad es cierto, pero suficientes de cada una. Ay Señor Pérez que jaleo con tanto preparativo, pero es que no podemos descuidarnos que se nos echa el día encima… Ah sí, tiene usted razón, qué cabeza, revisemos el saco de los números: Del 13 y del 69 tenemos de sobra. Y a ver… Sí el 7 también. Aquí hay un grupo de impares y otro de primos, unos cuántos números feos, otros cuántos de los bajitos, y sí al fondo hay ciertas fechas concretas de este año. Genial. No le pueden faltar a nadie ni nuestras frases ni nuestros números. Un momento ¡¿Los sonidos!? Señor Pérez ¿Dónde teníamos los sonidos guardados? Aquí no, aquí tampoco… ¿Dónde los habremos puesto? No se quede mirando ¡y busque! Pero qué animal es usted, menuda ayuda, déjese de tanta carrera, que tirará algo y eche una pata... Ah ¡aquí están! Como no ocupan nada se habían colado aquí detrás. A ver: El inconfundible del bombo y el soniquete de los niños de San Ildefonso. ¿Cuántos hay? Muy bien, suficientes. Y a ver los demás: El de descorchar una botella, el de cristal del brindis, los petardos, señor Pérez qué odioso es éste, pero tiene usted razón tampoco nos puede faltar, por supuesto “campanas”, algún soniquete de villancicos y el más importante ¡el de los caramelos chocando contra el suelo!, sí también ¡aquí está! Qué requetebién. Un abrazo señor Pérez vamos a celebrarlo. Ay no, no, pare, pare animal, que nos hará caer, pare, ¡pare! Le dije un abrazo, solo un abrazo, y no que se meta entre la ropa, me hace cosquillas, es usted imposible, venga salga, salga, salgaaaaa que nos caemos, nos caeeeeemooos… 

 ¡Usted perdone Doña Olvido! No queríamos incordiarla… Qué genio, si apenas hemos rozado su tela. Está usted siempre tan ocupada, a ocho manos venga a tejer y a tejer ¡cómo no incordiarla en algún momento! Pues claro que lo comprendemos, hay ocasiones en que es usted tan necesaria... Respetándonos todos, cada uno con su tarea, se puede vivir en paz. Si muchos de esos de allá afuera que aporrean la puerta siguieran nuestro ejemplo, cuánto ganaríamos todos. Nada mujer siga con su tarea que nosotros seguiremos con la nuestra.

¡Vaya se me cayó...! Que pena... Por hacer sitio a las huellas. Con la de círculos que teníamos aquí en este barreño. Que lástima se perdieron la mayoría, con lo concéntricos y transparentes que eran… Han salido rodando y salpicándolo todo. ¿Qué se juega señor Pérez a que vuelven a aporrearnos la puerta? Seguro que algún círculo ha escapado rodando, rodando y se ha colado por debajo de la puerta. Y cómo no saben ni lo que ven, dirán que ya hemos vuelto a dejar algún grifo abierto. ¿Lo ve? No falla. ¡¡Que no es agua que son círculos!! Lo que decíamos: ¿Qué puedes esperar de la gente que no sabe mirar? Pues es una tarea recogerlos: esperar que lleguen los muchachos, esperar que jueguen a tirar piedras y sobre todo esquivarlas mientras se recogen los círculos... ¡Malditos chavales! con esa mala educación que tienen ahora. En cuánto nos ven, nos tiran las piedras a nosotros: ¡Viejo loco, cara moco! gritan los desvergonzados. Jodíos críos qué puntería tienen, cómo aciertan a veces. ¡Ay Señor Pérez que día más cansino nos espera mañana! Vienen las vacaciones y termina el cole. Ha llovido pues ahí les tiene mañana tirando piedras para hacer círculos en los charcos. Son críos, es lo que toca. Pero a ver, y nosotros detrás, guardándolos para poder después prestárselos al pobrecillo a quién no le salen bien, que no se convierta en el hazmerreir… Bueno ya parece que no aporrean la puerta. Pero no nos engañemos: Por el momento. Volverán, son incansables. Siempre buscan alguna excusa para volver: “Que si se nos ha caído algo en el portal, que si lo hemos manchado, que si huele...” No ven más allá de sus narices. Pero nosotros Señor Pérez aquí inmutables, como el faro contra las mareas. Parece que ahora nos dejarán descansar. Estamos muertos de cansancio. Los días previos hay siempre tanto que acarrear, tanto que preparar... Y luego guárdalo con cuidadito para que no quite sitio al otro, mire usté lo que ha pasado con las huellas, que hemos perdido algunos círculos. Y después de ocuparnos de las cosas, ¡¡Viene ocuparse de las personas!! Lo peor. No podemos bajar la guardia señor Perez, que esta historia ya no es como era...  

Ahora empezando por la climatología, que ya ni nieva ni ná... ¡Con la de granizos que hemos esquivado! Las panderetas y las zambombas resulta que están muy vistas señor Pérez. Y los críos... los críos cada vez lo ponen más difícil. ¿Ha leído usted las cartas que escriben de unos años a acá? Unos juguetes que no hay quién entienda, que te vuelves loco para encontrarlos, que cuestan un dineral, qué pesan lo que nadie sabe. Y ¡que no se te olviden las pilas! sin pilas, estás perdido. ¿Qué ha sido de esos juguetes artesanos? Manuales, sencillitos... ¡Los de toda la vida! No había tanto catálogo, ni tanta variedad, pero todo el mundo entendía de qué hablábamos. Una bicicleta, un balón, una muñeca era una muñeca. Lo de toda la vida. Ahora ¡la Biblia en verso! Qué clase de futuros adultos estamos educando… ¿Qué fue de aquello tan cursi de los sentimientos y la ternura? Pues eso, Señor Pérez: algo muy, muy cursi.  No, no mueva usted los bigotes con esa indiferencia, que hay días que ya se está muy cansado. Porque esa es otra: ¡la de cosas que piden! Antes veías en las cartas uno o dos regalitos, como mucho tres porque egoistones, no nos vamos a engañar,  siempre hubo. Pero ahora... ahora escriben páginas y páginas. Y eso cuando escriben... que la mayoría se coge éste o aquel catálogo y con poner una cruz, lo tienen resuelto. Ya no es que no lean ¡es que no escriben! Ponen cruces. Ay señor Pérez risa me da, risa por no llorar. ¿No los ha oído usted nunca? Me lo pido, me lo pido, me lo pido... ese es el nuevo villancico.  Por cierto, hay que revisar ese sonido, apuntadlo. ¡Que no falte!

Un momento: ¿Qué es ese ruido? Pero no puede ser, si apenas ha dado tiempo a preparar nada... ¡Ay Señor Pérez quítese de encima! ¡Pesado! ¡Ande usté por ahí, a por algún diente perdido, leñe! Siempre correteando por encima de todo. ¡Pero por Dios qué griterío hay ahí fuera! Ya toca ocuparnos de las personas. Que sí, que ya vamos… ¿Pero qué escándalo es ese.? “YAAAA, QUE YAAAA...” Bueno, vamos a tranquilizarnos. Sí, es cierto, no tenemos horario. Y llegadas éstas épocas tan nostálgicas más. Pero háganse cargo, en algún momento tenemos que ir a por mercancía, clasificarla, guardarla... A ver, sin apelotonarse, por favor, por favor hagan fila. Pero ¿Cuántos son? Qué barbaridad... A ver, por orden y despacito vayan pensando cada uno qué perdieron el año pasado...

Bueno, bueno... Pues sí que empezamos hoy bien la jornada. No hace falta ni que hable, sus ojos, su expresión, sus hombros, su andar, “su todo” señor mío lo dice, sin necesidad de que diga ni una sola palabra. ¿Lo ha pensado bien? ¿No hay solución? No hay cosa que nos moleste más que tener que pasarle con la compañera... Mírela, mírela, cuando se pone así es insoportable. ¿No la ve? ya se está frotando sus ocho patitas con gesto de: “Ya viene otro...” Vamos a intentarlo, ande... A lo mejor entre todas estas cosas están sus recuerdos más bonitos. Mire, mire, tenemos muchas palabras, hágame caso, las palabras combinadas con las disculpas es un conjuntito que en cualquier época siempre resulta... No, ya lo ha intentado. ¿Lágrimas? A veces las lágrimas (no siempre, es verdad, bueno casi nunca, es cierto) Pero a veces... a veces, un poquito de voluntad y unas lagrimitas... Tenemos unos frascos llenos de ellas... Tampoco. Pues no deja usted recursos... Si está tan convencido de que no hay nada ya que hacer... Pues nada pase por allí, que le atenderá mi compañera, acérquese a aquel rincón que está deseando, ya la ve, deseandito está de tomarle medidas... No se preocupe tiene telarañas suficientes para todos sus malos recuerdos y los de todos estos señores si lo necesitan... Claro que sí hombre, tendrá tantos metros de olvido cómo necesite.

El siguiente... ¿Sombras? Creo que al final del verano pasado recogimos alguna, no sabemos si era despistada o espabilada, pero allí estaba, durmiendo entre las tumbonas. Un momentito, que a lo mejor en aquel rincón de allá, acurrucada, nos queda alguna y encuentra usted la suya. No le importa que esté arrugada ¿verdad? De aquí a la primavera se le estira.  ¡Vaya! usted todo lo contrario del primer caballero. Dese una vuelta por la tienda que recuerdos de infancia tenemos muchos... Allí tiene palitos que fueron de algodón dulce, más allá tenemos montones de “guas”... No quiero ni acordarme del día que los trajimos cómo se pusieron los vecinos con que había tierra en el portal. No saben mirar, no tienen ni idea... ¡Claro! Círculos en el agua acabamos de traer, están recientitos...

Pero por favor, guarden silencio, por favor, que los vecinos... Cada dos por tres los tenemos en la puerta llamándonos la atención. Ya saben, esas personas grises que no saben mirar, que no soportan que los demás sueñen, o sean felices... Ven, ya están ahí. “¿Pero de qué suciedad y qué ratones hablan? ¡¡Pues llamen a los Servicios Sociales o a quiénes quieran!!” ¿Ven lo que les decimos? No ven las huellas solo ven montones de arena, ni los círculos solo ven agua, no ven los guas, ni las sombras… No ven los metros de olvido tan necesarios para seguir adelante, solo ven telas y telas de arañas. “¡Aquí no hay ningún ratón!” ¡Por no ver, ni tan siquiera ven al señor Pérez! ¡Por favor váyanse de aquí, déjennos vivir la Navidad. Hay magia en todas partes ¿No se dan cuenta? Solo hay que saber mirar. Saber mirar leñe…”


©Rocío díaz gómez