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martes, 17 de septiembre de 2019

"Coche de punto", otro punto más. Y "El Madriles"


Coche «de punto» con su correspondiente cochero a la espera de clientes, Madrid, 1920. Foto: Alfonso Sánchez Portela.


Hace ya muchos años que yo supe del punto. 
De los dos puntos y el punto y seguido. Del punto y coma, y el punto y aparte.

Pero no me hablaron del "Coche de punto".

El "coche de punto" se empezó a utilizar en Madrid a mediados del siglo XIX. Se les llamaba de este modo porque podían ser alquilados en puntos determinados de la ciudad. Se alquilaban en algunas plazas o calles que todos conocían y a los que acudían a por ellos.

Se dice que había hasta 50 puntos diferentes donde se podían tomar. Y con ellos se empezó a cobrar una cantidad fija por carrera. Se quería favorecer con ellos la comodidad.


Así que ya sabéis que había otro "punto" más, el del coche.

Y ahora, para terminar, dejadme que os copie la historia de "El Madriles", un personaje que tenía su parada habitual en Cibeles y de quién dicen que fue el último cochero que circuló por Madrid.




Esta es la historia del último cochero que circuló por las calles madrileñas y del que la posteridad no ha conservado su nombre pero sí su mote: «El Madriles»; dicho término tiene que ver con lo relativo a la idiosincrasia, a la esencia y al carácter de los habitantes de esta bella y acogedora capital de España.
El caso es que fue un personaje castizo y pintoresco que bien podía haber salido de una zarzuela al estilo del Julián de La verbena de la Paloma. Nació en «Los Madriles», claro está, pongamos que hacia principios del siglo XX, ya fuera un poco antes o un poco después. Ataviado con gorrita de visera, pañuelo blanco de seda al cuello y pitillo de liar, era un hombrecillo de baja estatura, parco en palabras pero con sobrados dotes para la picaresca; en definitiva, un tipo auténtico. Le venía al «Madriles» el oficio de familia pues un tío suyo había tenido coches de caballos. Trabajó desde los quince años como cochero y estuvo durante dos décadas en Barcelona ejerciendo aquella vieja ocupación. 
De vuelta en Madrid, tuvo su parada habitual en la plaza de la diosa Cibeles, que le aventajaba por pocos puntos como poseedora del título de icono madrileñista fetén. Como no podía ser de otra manera, vivía el cochero en el segundo piso del número 84 de la calle de Mesón de Paredes, en una de aquellas corralas típicas. Allí lo visitó el escritor César González-Ruano que enseguida equiparó ese entorno con el mundo barojiano de La busca. De él dejó escrito en uno de sus brillantes libros, una conversación acontecida en 1955: «(...) «El Madriles» es barroco y mete de cuando en cuando, en su madrileño que es casi argot, timitos castizales». Nos situamos a mediados de los cincuenta y, al parecer, quedaban en Madrid solamente dos cocheros, Melitón y él, hecho que los convertía en dos tipos anacrónicos. Sin saber la edad de ninguno de los dos, Melitón era bastante mayor que «El Madriles», que entonces aseguraba socarrón, tener «un año más que el tabaco».




En el diccionario de la Real Academia de la Lengua
coche1.
(Del húngaro kocsi, carruaje).
1. m. Vehículo automóvil de tamaño pequeño o mediano, destinado al transporte de personas y con capacidad no superior a nueve plazas.
2. m. Carruaje de cuatro ruedas de tracción animal, con una caja, dentro de la cual hay asiento para dos o más personas.
3. m. Vagón del tren o del metro.

de plaza, o ~ de punto.
1. m. p. us. coche matriculado y numerado con destino al servicio público por alquiler y que tiene un punto fijo de parada en plaza o calle.