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lunes, 23 de julio de 2012

La librería ambulante de Christopher Morley




Que nos llamen hombres no nos convierte en hombres. Ninguna criatura sobre la faz de la tierra tiene derecho a creerse un ser humano a menos que esté en posesión de un buen libro. (pag. 63)


Ayer me terminé de leer el libro "La librería ambulante" de Christopher Morley. Un libro que habla del amor a los libros.

Un libro ligero, corto, que se lee en un suspiro, pero simpático, mientras lo lees tienes una sonrisa en la cara al descubir las aventuras que viven esos personajes tan peculiares. Aunque, al mismo tiempo se trata de una historia profunda donde te encuentras con frases como esa que encabeza esta entrada.

Su tema: El amor a los libros, a la naturaleza, al placer y la importancia de las cosas sencillas.

Está contado en primera persona, lo cuenta uno de los personajes: Helen McGill, una granjera soltera en torno a los cuarenta años (los cuarenta años de principios del siglo XX en los EEUU rurales, no los de ahora) que vive en el mundo rural de los Estados Unidos de principios del siglo pasado.

Pero vamos al argumento de esta singular novela, que parece un cuento:

La protagonista y narradora de la historia, Helen McGill, es una soltera cuarentona, que fue institutriz y ahora es granjera. Vive junto a su hermano Andrew (otro granjero que se ha convertido en escritor famoso y solo vive para escribir) y durante años no ha hecho otra cosa que ocuparse de la granja, cocinar, cuidar de los animales y de su hermano. Hasta que un buen día llega a la granja un personaje curioso, el señor Mifflin que va conduciendo un carricoche tirado por un viejo caballo Peg. El carricoche es una librería ambulante bautizada como El Parnaso y le acompaña Bock, un perro muy juguetón. Esa comitiva con el señor Mifflin al frente recorre el país, de pueblo en pueblo, vendiendo libros, tratando de convencer a los habitantes de cada casa de las ventajas de tener el hábito lector. 

El señor Mifflin ha oído hablar de Andrew y de su voracidad lectora y pretende venderle la librería con todo su contenido en libros y con el perro y el caballo, para dedicarse a escribir un libro. Helen entonces
piensa en adquirirla antes de que la vea su hermano y la compre él, dejándola sola y abandonada en la granja. Y en unos minutos se gasta todo el dinero ahorrado a lo largo de su vida en la librería ambulante y se va con el Sr. Mifflin a emprender una nueva vida. Pero las cosas no son tan fáciles como parecen y comienzan los problemas.

Los personajes pues ya los veis: Personajes caricaturescos. Una granjera regordeta, un vendedor de libros estrafalario, dicharachero, bravucón con pinta de enano saltarín y el granjero, hermano de la primera. Personajes principales que se van alternando con otros secundarios que van encontrando en el camino y con los que van viviendo mil y una aventuras.

Toda la historia tiene un ritmo tranquilo, pausado, escrito con un lenguaje sencillo pero con referencias a los clásicos de la literatura. Está escrito en un tono humorístico y fresco, pero salpicado de las sentencias filosóficas, profundas y maravillosas sobre libros que va diciendo el Señor Mifflin:

"La última vez (un cliente) quería algo de Shakespeare pero no se lo di porque no lo vi preparado para leerlo"

"Un buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar entre la segunda y la tercera costilla: debe haber un corazón latiendo en su interior".

La historia se desarrolla en apenas cuatro días, y está ambientada en el mundo rural de EEUU, el señor Mifflin quiere llegar al tren que le ha de llevar a Brooklyn, y van pasando por los bosques cercanos a Long Island.

 
 
 
Christopher Morley (1890-1957) nació en Haverford, Pensilvania. Fue periodista, novelista, ensayista y poeta estadounidense. También produjo obras de teatro durante algunos años.


Estudió en Harverford College, donde su padre trabajaba como profesor de matemáticas. Posteriormente, se matricularía en la universidad inglesa de Oxford para estudiar historia moderna durante tres años. En 1913, de vuelta en Estados Unidos, se instaló en Nueva York y comenzó a trabajar en la editorial Doubleday. Pocos años después se convertiría, recorriendo Estados Unidos como columnista y reportero, en uno de los periodistas más prestigiosos de su época. Su primera novela, La librería ambulante, fue publicada en 1917, y se considera un clásico.