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miércoles, 4 de agosto de 2010

Si alguna vez vas a Moguer...



Si alguna vez vas a Huelva, no dejes de pasar por Moguer. Te recibirán sus casas blancas y las verjas de sus enormes ventanas. Pasearás sus calles adoquinadas y limpias muy despacio, y desde las suelas te trepará esa calma de los lugares andaluces que palpitan en silencio bajo el sol de las cinco de la tarde.

Si alguna vez vas a Moguer no dejes de entrar en la casa de Juan Ramón Jimenez, donde una guía muy amena te invitará a sumergirte en la vida y obra de este Nobel escritor y su buena esposa Zenobia en una visita fresca y entretenida por lo que fueran sus habitaciones y objetos. Tampoco dejes de visitar el convento de Santa Clara y el de San Ignacio, la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada y la Ermita de Nuestra Señora de Montemayor.

Pero si alguna vez vas a Moguer no tendrás más remedio que conocer el Café-Bar “Mi Habana”. No tiene pérdida, no te costará encontrarlo, porque entre la Plaza de las Monjas y la calle de Juan Ramón Jiménez, rodeado de tiendas de congelados, está el Café con más calor humano de aquel pueblo blanco.

Hasta allí un cubano flaco e inquieto se fue corriendo tras un amor. Y allí se quedó, despertando del sopor a medio pueblo con su griterío alegre y sus carreras impacientes. Allí se quedó al lado de un farmacéutico moguereño que si te dejas convencer por su cara de buena persona y su acento andaluz, te cuelga un piercing en tu ombligo forastero. Mientras, eso sí, el cubano te seduce con “una media” recién tostada, pringada de tomate y jamón, acompañando el aroma de un café con leche… uuhhmmm, un café con leche que ni muerto te podrás perder.

Allí se quedó aquel cubano improvisando cenas de empresa y navidad, cenas de compañeros a un lado y otro de la barra, cenas de amigo invisible, con el amor de los piercings y todo un abanico de clientas que desayunan cada mañana en su bar. Sí. Hasta allí, que se fue mi amigo.

Si alguna vez vas a Moguer no dejes de entrar a conocer este pueblo, no dejes de pasear despacio sus calles adoquinadas, de buscar la sombra de aquellas casas pintadas de blanco y albero. No dejes de vivir aquella caló y aquella calma, pero también, hazme un favor, uno que no te llevará mucho tiempo. Si alguna vez vas a Moguer pásate por “Mi Habana” y recuérdale a aquel cubano loco cuánto le echo de menos.


De Moguer a Madrid. Julio de 2010

©Rocío Díaz Gómez