Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

domingo, 29 de noviembre de 2020

"La herencia de una pasión" Relato de Rocío Díaz

 


Se nos va noviembre, así de callando, casi sin darnos cuenta. 

Y antes de que se vaya, he pensado dejaros con uno de mis relatos. Le dieron un segundo premio en el XXII Premio de Narrativa "Montserrat Roig". 

No pude ir a recogerlo con esta pandemia que nos tiene a todos tan limitados, pero siempre es motivo de alegria y nos empuja a seguir peleándonos con las historias y las palabras.

Aquí os lo dejo por si os apetece leerlo.


 

LA HERENCIA DE UNA PASIÓN

El Eusebio no me entiende. Por eso tampoco entendería que yo le diera unas perras cada día al pequeño de la maestra por venir hasta aquí arriba y echarme una mano con lo de la escritura. Por eso no se lo he dicho. Mejor así.
El primer día que llegó el Eusebio de faenar y le encontró aquí, en la cocina, sentado a mi lado y yo escribiendo, me miró con ojos de pez frito y no dijo ni media. Entonces le dije al muchacho que ya iba siendo hora de cenar y el chaval, que avispado es un rato, también sin decir ni pío, recogió en un santiamén y salió corriendo. Al poco entraron los hijos, y las muchachas se liaron a poner la mesa y con el cacharreo y el guirigay de las cenas parece que se le fue de la cabeza. Pero ya sabía yo que al Eusebio no se le iba a olvidar así como así. Por eso al día siguiente ahí me tienes, con un ojo en la escritura y otro pegadito al reloj, para que antes de que llegara el Eusebio, el pequeño de la maestra ya se hubiera ido. ¡Pero me cachis que me descuidé! Estuve un día y dos y tres pendiente de la hora, que no se me escapaba ni un minuto, a punto de quedarme con un ojo mirando para cada lado de por vida, de tanto atender aquí y allá, allá y aquí, pero al cuarto día estaba tan enfrascada en lo que quería escribir que ¡ahí iba a estar yo a vueltas con el dichoso reloj! Y claro llegó el Eusebio y ahí andábamos los dos, con el trajín de las palabras... Y por muy pronto que quise yo espabilar al muchacho, ya sabía yo que el Eusebio algo me iba a decir en cuántito nos quedáramos solos.
- ¿Y ese...?
- ¿Quién? -Pregunté yo haciéndome de nuevas.
- Quién va a ser, el de la maestra. ¿Qué pintaba aquí? Porque ya no es el primer día que llego y me lo encuentro.
- Pues que va a ser... Que su madre lo manda con el recado de preguntar cómo sigo. Acuérdate de que me caí...
- ¿No me iba a acordar? Que cosas tienes... ¿Pero para preguntarte cómo sigues se tiene que andar sentando ahí contigo a escribir no se qué cuentos...?
- Hombre Eusebio, que de bien nacíos es ser agradecío, y si la mujer me manda al muchacho le tendré que sacar algo, que viene con la lengua afuera y está en edad de crecer. Que para eso somos vecinos...
- No sabía yo que para masticar se necesite escribir. ¿A que venían tantas palabras...?
- ¿A santo de qué van a venir? Pues que le he dicho que me escribiera cuatro letras bien puestas para dar las gracias a su madre, que es la mar de atenta conmigo, la verdad, tú lo sabes.
- Lo que sé es que desde que esa mujer llegó, te llenó la cabeza de pájaros. Esto es lo que sé. Y los pájaros los cazo yo con la escopeta de perdigones y me los como.
- Anda, anda, anda... si luego eres un bendito. Hablando de pájaros ¿Quieres los huevos en tortilla o fritos?
- ¡Que pregunta...! Fritos, como Dios manda... ¿De cuando acá ando yo con las mariconeces esas de las tortillas...?
- Cómo decías que te dolía una muela y no sabes comerte el huevo frito sin andar mojando y mojando pan. Porque no te hicieras daño con el churrusco tan duro, al masticar...
Al Eusebio se le va la fuerza por la boca, que no es mal hombre, pero bruto, lo que se dice bruto, lo es y mucho. Que si alguien le escuchara a veces cuando habla se creería que anda siempre con la escopeta de perdigones al hombro apuntando a lo que se mueve y a lo que no... ¡Ay que hombre! Pero yo ya aprendí hace mucho tiempo a cogerle el aire y sé cómo llevarle hasta mi terreno.


Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así.
La mente práctica y cuadriculada de Iván no entendería que necesito saber más de mis antepasados. Necesito llenar unos huecos que no conozco, profundizar en mis raíces, reconocerme como parte de un pasado al que pertenezco y está tan desértico en contenidos que no siento como propio. Pero confeccionar el árbol genealógico supone tiempo y dinero. Justamente las dos cosas por las que Iván siempre estaría en desacuerdo conmigo.
Con la cuestión del tiempo ya tuvimos varias discusiones cuando decidí dejar de dar clases por Internet. No entendía que yo necesitaba conocer a mis alumnos, relacionarme con ellos, saber de sus gestos y su sentido del humor.
- ¿Pero para enseñarles a escribir les tienes que conocer?
- A escribir no se enseña…
- Bueno ¡pues a eso que hagas con ellos!
- Compréndelo... ¿Cómo te diría yo? Es más frío hacerlo por correo electrónico. Es mucho más enriquecedor tanto para ellos como para mí que sea en forma presencial. Me gustan las tormentas de ideas y las asociaciones de palabras, la improvisación y su opinión, el posible debate, la tertulia…
- O sea que apenas tenemos tiempo para estar juntos y tú ¿prefieres irte de charla con los alumnos?
- No es eso… -suspiraba yo derrotada- No se trata de preferir nada. ¡Anda! Déjalo, ya lo hablaremos, ahora estamos cansados. ¡Va venga! Date prisa que he reservado para cenar en el sitio aquel al que querías ir…
Iván nunca entendería que escribir y llevar un taller de escritura es un raro placer que uno no siente con otra cosa. Y no solo se trata de escribir, yo necesitaba regalar una voz a lo que está escrito. Escucharlo de quién nació, corregirlo en voz alta, buscarle su sentido junto al autor... Compartirlo. Quería compartirlo con ellos, a quiénes les importaba tanto como a mí. ¡Pero cualquiera dice eso! Iván no lo puede entender, pero yo ya he aprendido a distraer su atención de aquello que nos separa, ofreciendo, poniendo a sus pies algo que le guste mucho. Y eso no me suele fallar...
La verdad es que estamos pasando una época complicada. La hipoteca de nuestra casa no deja de subir y subir, así que trabajamos sin parar para poder ganar algo más de dinero. Unos extras que nos permitan afrontar los pagos y que aún nos dejen en una posición desahogada. Pero inevitablemente trabajar más, significa también vernos menos. Es un círculo vicioso.
Y luego está el tema de los niños. Iván quiere que tengamos algunos para ya. Pero yo voy retardando la cuestión, dándole largas, y en ésta demora llevamos ya cuatro años. Él no me dice nada, pero yo sé que le preocupa que yo ande rondando ya una edad peligrosa... Pero no seré ni la primera ni la última que tenga su primer hijo a los cuarenta... Hay tiempo para todo.


El Eusebio anda con la mosca detrás de la oreja, así que he tenido que mandar recado al pequeño de la maestra para que llegue más tarde y se vaya antes. Noto al chaval revenido con el cambio, porque quieras o no son menos perras... Lo comprendo, ¿no lo voy a comprender? y a mí bien que me pesa, él se ganaba unos dinerillos que yo le pagaba bien a gusto y andábamos los dos la mar de contentos en el trato. Pero el diablo no deja de enredar está visto y más que visto... ¡Ay si el Eusebio lo supiera! Se le llenaría la boca de voces, diciendo que el muchacho es un sacacuartos y yo más corta que las mangas de un chaleco. Échale el espabilado… “Tirar el dinero así, con el sacacuartos esmirriado ese. ¿Dónde anda la escopeta de perdigones?” Preguntaría a voces para que le oyeran bien desde el pueblo. Angelito, si lo hace más que nada por hacerme un favor, que no será por lo que el pobre se saca. Y para lo poco que es, encima tengo a media familia en danza.
Gracias a mis pequeñas que aún no tienen años para mandarlas a la escuela pero me han salido más listas que el hambre, sin que se entere el Eusebio hemos multiplicado los quesos. Las dos más crías se encargan de hacerlos conmigo. Qué buen remango se dan ya con ellos. Y las tres mayores los llevan a vender por los mercadillos. Así me quedo con las perras que sacamos por ellos a escondidas de los hermanos y el padre.
En esta casa hay tantas bocas que alimentar y por cuerpos por vestir… Pero ya nos encargamos nosotras de que alcance para lo más necesario y además nos sobre para intentar que llegue para las pequeñas cosas que nos hacen más felices. Todas a una para que a las mayores les alcance para ir haciéndose el ajuar a su gusto. La mediana quiere un pellizco, que va ahorrando, para ir a aprender a coser como Dios manda, que es lo que ella quiere hacer algún día. Y yo lo que quiero, es que a las pequeñas no les falten unos buenos zapatos para cuando empiecen a bajar a la escuela, que tienen una buena caminata; unos que les abriguen los pies, que luego se les quedan helados por mucho ladrillo caliente en el que los apoyen, a ver si por aprender las cuatro reglas se me van a poner malas las pobrecitas. Y si sobra, que ya me encargo yo de las reparticiones para que sobre, con eso, es con lo que yo tengo que pagar al muchacho, que algún día será maestro como su madre, porque lo lleva en la sangre y ¡anda que no se le nota! Y yo le pago unas perrillas bien a gusto para que también vaya ahorrando, mientras viene a enseñarme a escribir mejor. Enseñarme más palabras, enseñarme más verbos y a hacer las frases tan largas como hablan ellos, que dicen las cosas de esa forma tan enrevesada y bonita...
Dice el muchacho que escribiendo me parezco a los terneros recién paridos que se enganchan a chupar de la madre, ansiosos, desesperados por sacar más, que todo es poco para ellos... Eso me dice el muchacho de cómo escribo yo. Y a mí me gusta.


Iván anda enfadado porque cuatro tardes a la semana me ausento de casa unas horas para ir a dar clase a un centro cultural que me ha contratado. Ya dijo tantas cosas al respecto antes de decidirme, que ya no me ha vuelto a decir más, simplemente ha transformado el discurso en una actitud distante salpicada de largos silencios. Odio verle así, en el fondo prefiero los reproches, porque ellos me dan la medida exacta de su ofuscación. Pero cuando se vuelve así, para adentro, huraño, frío, me gusta menos y lo sabe. Quiero creer que se le pasará, seguro que sí, pero por ahora tengo que aguantar estoicamente esa fingida indiferencia con la que me trata. Pero porque le quiero, y no me gusta que estemos así, a cambio le he dicho que me pensaré lo del niño para primavera...
Aunque la verdad es que ya lo tenía decidido, no me lo voy a pensar más. Y la verdad también, es que de esas cuatro tardes que me ausento para ir a dar clases, solo dos lo hago, las otras dos las dedico a lo del árbol genealógico. Pero él, eso aún lo entendería menos, y la pérdida de tiempo, entre comillas, con la que lo bautizaría “mi capricho” cómo diría también, le haría enfadarse aún mucho más. Por eso he omitido convenientemente esta parte de la sinceridad mutua. Es mejor así.
Es muy laborioso lo del árbol genealógico y necesito ese tiempo. Un tiempo para multiplicar mis visitas a los parientes más longevos. Y me alegro de haberlo hecho. En esta vida andamos siempre tan ocupados y con tantas prisas que olvidamos el placer de escuchar. Y estos viejos parientes siempre tienen tanto que contar... Empezar a escucharles es como abrir la caja de Pandora. Les hago una visita, les hago compañía por un rato, y ellos me obsequian con el maravilloso regalo de sus historias. Son un verdadero tesoro que voy reuniendo y anotando. Mientras con las fechas que logro apuntar entre unos y otros, he consultado ya varias parroquias y juzgados, anotando y anotando datos, rellenando huecos, dando un nombre y apellidos a los parientes que ya no están.
Lo mejor de todo es que me ha mandado aviso una tía abuela para que vuelva a visitarla en su residencia. Pobre mujer, dice que ha recordado que en el desván de su casa, aún hay una vieja caja con papeles de su madre... Mi bisabuela. Y yo que creía que estaba medio senil... Pero ella ha pedido a una enfermera de la residencia que me llame y me dé su recado. Y a lo mejor es una tontería, un delirio de grandeza de una memoria que se va marchitando. Quizás... Pero el detalle de pedir que me llamen, de querer dejarlo en mis manos, me ha parecido tan tierno, tan conmovedor, que yo voy a acercarme a por esa caja. Quizás no sea ningún delirio y no me perdonaría el habérmelo perdido. Claro que voy a acercarme. Mañana mismo.


El Eusebio un día llegó torcido de faenar, y como un toro al que le ponen un trapo rojo delante, arremetió contra el pequeño de la maestra que aún estaba por aquí. Ya eran demasiados días los que llegaba y yo me había despistado con la dichosa hora. Demasiados sumaban ya, en los que la cara del muchacho era lo primerito que veía mi Eusebio, y lo de ser agradecío ya no coló. Menudo se puso el Eusebio con el muchacho y menudo se puso éste con el Eusebio. Y no me extraña ni pizca porque mira que se ponen brutos los hombres, da igual los años que les hayan caído encima. ¡Hay que ver! Que parecía que al muchacho no se le movía la ropa pero échale el genio que sacó de algún sitio de su esmirriado cuerpo.
El Eusebio, más bruto que un arado, lo resumió en que “si hay hombre de por medio, por muy verde que esté o parezca, siempre es que mujer quiere”. Y el otro, muy gallito él, fue y le hizo frente. Parece mentira, como críos que llegaron a las manos por una gallina vieja como yo, que no valgo ni para hacer caldo y que lo único que quiere es escribir.
Escribir no más ¿Es eso tan difícil de entender…?
Pues debe ser que sí. Sentí en ese momento, que mi pellizquito de las sisas de los quesos de más, que seguíamos haciendo a escondidas, ya no iba a ir a parar a los ahorros del maestrito. Y ¡vaya sí lo sentí! Que se me pasaban en un suspiro las dos horas que él estaba aquí conmigo enseñándome a dejar en el papel todo aquello que yo necesitaba escribir. ¡Qué lástima!


Iván no sabe de dónde he sacado la caja de los viejos papeles. Imagina que he andado revolviendo entre mis trastos de niña o que los he traído de casa de mi madre. Tampoco le han interesado mucho, les ha echado una mirada fugaz y se ha ido a sentarse en el ordenador. A sus cosas. Pero por una vez en la vida a mí no me ha importado su desinterés para con las mías. Es más, creo que hasta he sentido alivio e incluso alegría. Son míos y solo míos.


El Eusebio me prohibió que el muchacho viniera más. Que simples son los hombres a veces… Porque no hacía falta, antes de que él me lo prohibiera yo ya, en mis adentros, me había despedido de él con todo el dolor de mi corazón. No quiero que los hijos le vean enfadarse, por estas cosas. No me gusta. Y tampoco quiero dar ejemplo a las muchachas de una mujer que se enfrenta a su marido… No… No quiero que aprendan eso. En menos que canta un gallo, porque los años pasan volando, ellas estarán en sus casas, con sus familias, y no quiero haberlas enseñado eso. Las mujeres, siempre se lo digo, podemos conseguir las cosas de otra forma, callandito, callandito, pero nosotras a lo nuestro… Como ha sido siempre y debe de ser. Eso le enseñó mi abuela a mi madre, y después mi madre a mí, y ahora yo debo enseñárselo a ellas. Sin dar tres voces al pregonero de lo que pasa dentro de su casa, ni dentro de una misma.

Iván no me entiende. No entendía por qué quería dejar las clases que daba por Internet, decía que eso lo único que iba a reportarme, es falta de tiempo. Por eso lo del árbol genealógico ni tan siquiera se lo comenté. Era mejor así. Y ahora sé que hice bien.
Tengo un tesoro de palabras. Un montón de listas con la letra que debió tener mi bisabuela donde les contaba a sus hijas, mi abuela y tías abuelas, como se hacía ésta o aquella comida. Tengo los refranes que le gustaba repetir, los consejos que les dejó, tengo, al fin y al cabo, el testamento de su necesidad de escribir.


Mi Eusebio me podrá prohibir que venga hasta aquí el pequeño de la maestra, pero no me va a prohibir que yo escriba… Eso nunca. Por eso desde aquel mal día del rifirafe, aunque no sube el muchacho, yo sigo sentándome mis dos horas cada tarde delante de un papel. En un cuaderno voy dejando mis días, solo por el gusto de verlos escritos en unas líneas, en frases largas llenitas de palabras distintas y muchos verbos que antes no conocía. También voy escribiendo listas y listas de cosas, cómo se hacen las comidas, qué faenas hay que hacer en cada estación y solo en esa, remedios, consejos y santos del día, refranes y pensamientos. Y cuando me canso, aún me dan las ganas para escribir muchos testamentos, muchos, que no habrá perras que dejar a los hijos, pero sí mucho cariño y buenos deseos que deshacer en palabras que una vez escritas el tiempo no podrá borrar.


Iván no sabe que queriendo hacer mi árbol genealógico, no solo he descubierto el nombre de algunos de mis antepasados, sino también el origen de esta pasión mía por la letra escrita.
Iván no me entiende, no entiende, pero como diría mi bisabuela:

 ¿Qué necesidad tengo yo de que lo haga…? 


@Rocío Díaz Gómez



sábado, 21 de noviembre de 2020

21 de noviembre Día Mundial de la televisión

 


La primera vez que te recuerdo viendo la tele estas sentada con tus hermanos delante de "Un globo, dos globos, tres globos". En vuestras manos los bocadillos, en vuestros cuerpos el uniforme y en vuestros ojos, la luna era un globo que se escapó.

Cuando terminara, comenzaría Vicky el Vickingo con Tejure diciendo que estaba entusiasma-do mientras chasqueaba las piernas en el aire.


La primera vez que te recuerdo viendo la tele, os veo de nuevo así, recien llegados del cole, despeinados y sentados con el bocadillo delante de la pantalla en blanco y negro, viendo cada tarde la misma programación.

Cuánto os unía la tele entonces.

En torno a ella os juntábais toda la familia, mirando lo mismo, escuchando lo mismo, sintiendo algo muy parecido a "lo mismo".

Un globo, dos globos, tres globos, Vicky el Vickingo, La pantera rosa, Scooby-doo... Después llegaría Heidi que lograba que a todos se os encogiera al unísono el corazón, y aquellos domingos en los que en la sobremesa os íbais a vivir, a sufrir, a La casa de la Pradera con la repelente Nelly Olleson cerca. Por la tarde tu padre y tus hermanos veían el futbol, mientras tu madre hacía rosquillas y un inolvidable aroma a canela y anís correteaba por aquella casa entre los gritos del gol que acababan de marcar. Hasta después de cenar, que si la película tenía dos rombos, se escuchaba la inevitable orden de tu madre ¡Venga, vosotros a la cama! que indicaba que sin rechistar había ya que acostarse.

 

Os recuerdo juntos entrelazados a mil y una series. Algunas que apenas recuerdas pero siempre escuchaste como "Cronicas de un pueblo". 

Otras que sí seguiste episodio tras episodio: Los Mallens con aquel mechón blanco que tenían todos, y Poldark con su Demelza.  Los gozos y las sombras y Fortunata y Jacinta, Un hombre en casa y Los Roper, Arriba y abajo, Curro Jimenez, Hombre rico y hombre pobre con un malvado Falconetti a quién odiar hasta que llegara JR.

 
 
 
Baretta y Colombo. Swatt y Los Ángeles de Charly. Starsky y Hutch. Dallas, Dinastía y Falcon Crest. El coche fantástico y Miami Vice. Aquellos increibles años y Vacaciones en el Mar.

Sus bandas sonoras son la vuestra.

Sus personajes han crecido con vosotros. Son parientes, primos lejanos, la otra familia que teniais en casa, cenando con vosotros, noche tras noche.

Y no solo la series....

Acuerdate de Los payasos de la tele y Un, dos, tres responda otra vez. La clave y Aplauso. Salpicados de tantos anuncios de los que todavía recuerdas los estribillos palabra por palabra:

Bic naranja escribe fino, bic cristal escribe normal.

¡Natillas danone, listas para tomar!

Queso en porciones El Caserío. ¡Del Caserío me fío!

¡Scotch Briiiteee yo no puedo estar sin él!

 Y de nuevo lo dijiste cantando.

 

Entonces no se podía estar sin scotch brite, como no podíais estar sin la tele.

Después llegaría la tele en color, despues llegarían más televisores a casa y más cadenas donde elegir.

Y después creciste.

 

Y aquel tiempo se quedaría, como un ejercicio de nostalgia más, para fines de semana melancólicos.

 


viernes, 20 de noviembre de 2020

"El banco de la paciencia" y "Por los pelos". Frases hechas de origen marinero

 


Heredamos mil y un detalles de los nuestros. 

Quizá el color de los ojos o el tipo de pelo, seguramente más de un par de gestos y hasta es posible que el carácter.

Heredamos incluso el lenguaje. 

Heredamos la música que tiene nuestra voz, heredamos las expresiones y las frases hechas que escuchabas en casa sin apenas prestar atención.

Tú heredaste, que en ocasiones, más vale sentarse en "el banco de la paciencia". 

Qué especial es la palabra "paciencia". Como tantas nos llegó del latín, de patiens, patientis, y quiere decir "el que sufre o soporta la acción de algo o alguien". De ahí que "paciente" tenga dos significados: Alguien que sufre de una enfermedad y alguien que tiene paciencia porque sufre una molestia. 

Estar en el "banco de la paciencia" es es estar aguantando o sufriendo alguna molestia grave o incómoda que hay que aguantar pacientemente.

Leíste que la expresión, antigua, es un rato... Aparece por primera vez en el Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana [...], de Esteban Terreros y Pando, en el Tomo primero, que se publicó en 1767 (aunque la obra completa data de 1786). La definición está motivada. Dice así: «banco de la paciencia. Frase castellana que explica el trabajo con que uno espera o hace alguna cosa: por ventura se tomó del que llamaron banco de Hipócrates, que era la cama, o banco sobre el que se concertaban, con una especie de torno, los huesos o partes dislocadas».

Pero a poco que leas ya no sabes si viene de aquel banco de Hipócrates, o viene de ese banco de los barcos con ese nombre tan curioso:

banco de la paciencia

1. m. Mar. banco que estaba en el alcázar de los navíos delante del palo de mesana.

 

Y de los barcos también sabes que nos llegaron otras expresiones igualmente curiosas.  

En este blog tienes algunas de ellas:

 A palo seco, irse al garete y dar al traste:

http://rociodiazgomez.blogspot.com/2010/12/tres-frases-hechas-de-origen-marinero.html

 De las palabras deriva y derrota:

http://rociodiazgomez.blogspot.com/2011/03/de-las-palabras-derrota-deriva.html


Y para terminar te acordaste de aquel viaje cuando visitaste Palos de Moguer (verano del 2010).

Te acordaste de la reproducción que tenían allí de las tres carabelas y la visita que disfrutaste.

Te acordaste de aquel guía y esa disertación súper amena y completa sobre aquel tiempo y las dificultades para hacer el viaje del descubrimiento, las características de aquellas embarcaciones y de los marineros...

Te acordaste, en fín, de la explicación sobre el origen de la expresión "Por los pelos" que procede de la costumbre que existía entre los marineros de llevar melena, para que si tenían la mala suerte de caer el agua, por algún temporal, fuera mucho más sencillo agarrarlos del pelo y volver a subirlos a bordo lo antes posible.





Y terminaste la entrada en el blog añorando el picor de la sal sobre la piel. 

Terminaste, echando de menos el mar.


sábado, 14 de noviembre de 2020

Hicimos olas. Faros de Málaga

 

La Farola de Málaga. Verano 2020

Y llovió.

Llovió y llovió tanto ese día, que se hizo un gran charco en el patio en el que se miraron todas las flores de otoño.  

Los crisantemos y las flores del cactus, los cyclamen y las caléndulas, contemplándose en aquella superficie lisa y líquida, se nos volvieron nenúfares. 

Y el agua, creciendo sobre el pavimento, nos rodeó, 

nos invitó a entrar despacio en su ilusión. 


Y no sé por qué lo hicimos,

pero sacamos la colección de faros. 

Todos los que habíamos ido trayendo,

de aquí, de allí y de allá.

Todos los que habíamos ido guardando celosamente a salvo del paso del tiempo y la desmemoria, fuimos sacando al patio, 

fuimos dispersando,

 y recolocando entre aquellos improvisados nenufares. 

 

Y era noviembre, y hacía frío, 

pero miramos a nuestro alrededor, 

y sonreímos.

Teníamos un mar, un mar nuestro.

Solo nos quedaba dejarnos llevar, mecernos, disfrutar.

E hicimos olas.

Os lo juro, las hicimos.

Con las palmas de nuestras manos, chapoteando entre sueños, inventamos olas.

Olas enormes, de cuatro metros algunas, y otras chiquitas, chiquitas y suaves, de esas que se deslizan y solo alcanzar a mojarte las plantas de los pies.

Las hicimos.

Muchas, muchas olas. 

Olas que salpicaban los faros, que movían los nenúfares, que 

nos dejaron sumergirnos en ellas, subirnos a su  cresta, y

a lomos de su humedad

escapar,

escapar,

muy lejos de nuestra ciudad. 


Faro de Puenta Doncella en Estepona. Verano 2020

El Faro de Torroz /Málaga) Conjunto arqueológico Villa Romana. Verano 2020

Faro de Calaburras (Mijas costa) Verano 2020

Faro de Marbella. Verano 2020


viernes, 13 de noviembre de 2020

Palabrotas de hoy. Viernes 13

 


Hoy te frotas las manos.

Hoy te puedes echar al plato un suculento menú compuesto de:

- Triscaidecafobia

- Parascevedecatriafobia

Ainssss, no me digáis que no huelen que alimentan. Están para echarles el diente...

 

Y resulta que incluso las masticas al decirlas de lo enrevesadas son. Las saboreas muy despacio, degustándolas de puro diferentes. Y hasta las puedes echar al plato e intentar cortarlas en trocitos: 

Triscaidecafobia: separando sus términos griegos, en 'triscaideca' ('trece'), que cortas a su vez en otras dos, deca (diez) y tri (tres) y el último cachito: 'phobos' ('miedo').

Parascevedecatriafobia, la puedes dividir todavía en más trocitos con sabor griego, por un lado "parasceve" o viernes, por otro "decatreis" o trece, que cortas a su vez en otras dos, deca (diez) y tri (tres) y como antes, por último el de "phobos" o temor.


Hoy, viernes 13, hemos cazado estos dos ejemplares del lenguaje dignos de disfrutar.

- Triscaidecafobia: Fobia al número 13.

- Parascevedecatriafobia: Fobia al viernes 13


Pero claro, de puro raras, no hay que quién las diga de un tirón.Ni de un tirón ni de varios, a no ser que las vayas leyendo despacio. 


Y es que lo del número 13 viene de muy antiguo. Dicen que en la Edad Media se agudizó el miedo a ese número porque era el de los comensales que estaban en la última cena. El núm. 13 sería Judas, claro. 

También dicen que para los antiguos egipcios la décimo tercera fase del ciclo de la vida, era la muerte. O que en el Apocalipsis, en su capítulo 13, aparecía el Anticristo o la Bestia...

Dicen, dicen y dicen. El caso es que desde tiempos inmemoriales se la hemos jurado al número 13.


Aunque lo nuestro, y si acaso, es lo de "En martes y trece...

En trece y martes ni te cases ni te embarques ni vayas a ninguna parte.

En Martes y trece ni te cases ni te embarques, ni de tu familia te apartes. 

En martes y trece, ni tela urdas ni tu hija cases; ni la lleves a confesar que no dirá la verdad.

 

Refranes de martes y trece los tenemos "a puñaos", porque ésto sí que suena más a guiso nuestro haciendo chup chup. 

Lo del Viernes 13, nos pilla como más a desmano, ¿no creeis?


En fin... Lo que sí es cierto es que hoy es viernes. Y hoy es día de hasta decir ¡palabrotas!

No os olvideis:

- Triscaidecafobia: Fobia al número 13.

 - Parascevedecatriafobia: Fobia al viernes 13

 

Y a disfrutar del fin de semana.

lunes, 9 de noviembre de 2020

9 de noviembre. Almudena y Cecilia

 


Te gusta ver de dónde vienen las palabras, por qué hablamos como hablamos. 

Te gustan los binomios, esos dos elementos en equilibrio.

Te gustan estos días, como hoy, como los 9 de noviembre, que oscilamos entre dos nombres: Cecilia y Almudena.

 

Porque tú, como aquel, y el de más allá, sobre todo si se apretuja contigo en esta ciudad, sabe que en Madrid, el 9 de noviembre, se celebra la Virgen de la Almudena.

Dicen, entre otras versiones, que la palabra Almudena viene del arabe. Viene de la palabra Al Mudayna, que significa "la ciudadela". 

Dicen que la Virgen, una talla de madera de estilo gótico que entonces tenía otro nombre, fue escondida por los cristianos en la muralla que rodeaba la villa de Madrid, en concreto que rodeaba la parte del Palacio Real, para que no la encontraran los musulmanes que la tomaron entre el año 711 y el 714 d.C. 

Y ahí la encontró siglos después el Rey Alfonso VI de León, en la Reconquista. Quería encontrarla y organizó una procesión y justo cuando pasaba ésta a su altura, unos ladrillos se desprendieron dejándola a la vista. Solo habían pasado unos 400 años... 

Pero permanecía intacta, hasta con dos velas encendidas que le pusieron cuando la escondieron, en un hueco dentro de la muralla arabe. Muy cerca de donde ahora está la Catedral de la Almudena.

Cosas que dicen, que dicen que pasan.

Por eso la Virgen se llama de la Almudena. Y es la patrona de Madrid desde el año 1977.


Pero a tí que eres de Madrid lo del "9 de noviembre" te suena a la Virgen de Almudena, pero también, tú lo sabes, como a tantos otros, te lleva a otra historia.

Esta historia en la que cada 9 de noviembre alguien regalaba un ramito de violetas.


 

 El 9 de noviembre oscila buscando el equilibrio entre dos nombres femeninos Almudena y Cecilia.

¿A quién, que no tenga ya una edad, no le viene a la cabeza siempre con esta fecha aquel verso de la canción de Cecilia?

Y ahora te preguntarás de dónde viene el nombre de Cecilia... Porque ya que nos ponemos... nos ponemos.

 

Cecilia, el nombre de Cecilia, no proviene del arabe, sino de la palabra latina Caecilius. 

Caecilius nos lleva a una familia plebeya, que a su vez viene de un ser mitológico caeculus, un hijo del dios Vulcano que nació de una chispa encendida. Se llamó así porque era ciego.

La palabra Cecilia viene entonces de caecus, ciego y de illius/illa, un diminutivo. Sería algo así como "cieguita" o "pequeña ciega".

Y si Almudena era una virgen, Cecilia, fue santa.

Santa Cecilia patrona de los músicos, fue una mártir y virgen romana del siglo III. Es patrona de la música, pues la leyenda le atribuía el canto de Dios en el corazón. Su santo se celebra el 22 de noviembre.


¿Tú eres más de Almudena o de Cecilia?

Yo, cada 9 de noviembre, le mandaría a alguien un ramito de violetas.



sábado, 7 de noviembre de 2020

2020 Año Galdós. Galdós y Madrid.


En este año raro en el que casi siempre haces el mismo paseo por Madrid, de casa al trabajo, del trabajo a casa, buscas ocasiones de celebrar. 

¡Cuánta falta nos hace este año celebrar! Lo que sea. Tienes razón, no hay mucho que festejar, si no es por prevención, es por miedo, sales menos.

Aún así, sientes que debes esforzarte, intentarlo, obligarte si cabe. Que no nos roben aún más del 2020.

Arropa mucho una buena celebración, un aniversario, un reencuentro, una ilusión. 

Este año somos más vulnerables, más frágiles. Regálate una celebración, una pequeñita.

 

Y en este año raro celebramos el año Galdós. Tocaba. Hace 100 años que murió en Madrid el gran Galdós. Aquel autor que conociste por primera vez gracias a la serie de televisión "Fortunata y Jacinta".

Qué bien retrataba este autor las pasiones, las desigualdades, la sociedad y el Madrid de entonces. Sí, acuérdate, le conociste primero por aquella serie que nunca se te olvidará, ni por sus personajes, ni por su argumento, ni tan siquiera por aquella música tan especial que tenía, de Antón García Abril. 


Y Galdós era aquel hombre alto, delgado, solitario, tímido pero sin embargo mujeriego, y sobre todo un enorme narrador. A tu vida después llegarían sus novelas. 

En este año raro celebramos el año Galdós, y tú no has podido ir a ninguna lectura, ni obra de teatro, ni concierto. Pero queda alguna que otra exposición, a la que quizá aún llegues.

 

 

¿Te acuerdas cuando en Gran Canaria visitaste la casa donde nació? La casa-museo de Benito Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria.

Era de color azul por fuera y de color albero en su patio interior. Era luminosa.

Dentro, entre otras estancias, estaba su despacho, que habían copiado del que tenía en su residencia de Santander (San Quintín). Porque Galdós en su casa natal solo vivió hasta los 19 años que se vino a Madrid. 

Te gustó mucho aquel despacho, con páginas manuscritas del autor con su caligrafía igualita, menuda, inclinada hacia la derecha, con sus tachones incluídos, fruto de haber estado corrigiendo. Y del sacapuntas... ¿Te acuerdas de aquel enorme sacapuntas? 




 
Curioso afilador de lápices ¿Verdad?

En el año 1862 pisó la estación de Atocha por primera vez. Y se sintió tan bien, que después dijo que él había nacido ese año en Madrid. 
Por eso, a falta de otras manifestaciones culturales, debes celebrar Galdós buscando sus huellas por tu ciudad, esa misma ciudad que el autor adoptó como propia. 
 
Por la zona de Sol, en una callecita perpendicular a la calle Mayor, una llamada Las Fuentes, en el núm. 3 estaba la pensión donde vivió el jovencito Pérez Galdós al poco de llegar a Madrid. Había estado en otra en Lavapiés, pero ésta le quedaba más céntrica para ir al Teatro Real y a los Cafés de la zona. Estamos hablando de los años 1862-63. 

Te salieron muy reguleras las fotos, era de noche y sin la cámara, pero bueno, no eran para ningún concurso.


 

Por la zona de la Plaza de España, en una callecita muy poco transitada,otro día topaste con esta placa en un edificio nuevo: "En este lugar se alzaba hasta 1989 la vieja casa donde Benito Perez Galdós dirigió el diario "El Debate" entre los años 1871 y 1873". 





Y caminando por la calle Hortaleza, un día de verano, fuiste a dar sin querer con el edificio en dónde estuvo la editorial fundada por el autor "Obras de Pérez Galdós", que duró desde 1907 hasta 1904.
 

 

Además, y por otra parte, no puedes evitar acordarte también de él, cuando paseas por Madrid y te encuentras con la huella dejada por "La inevitable", como apodaban algunos de sus colegas (¿Clarín?) a la escritora Emilia Pardo Bazán. . 


Mi bien, miquiño mío del alma: [...] Haz por venir pronto, cielo feo, monigote, y mientras no puedas arrancarte de esas playas, escríbeme [...] y un deseo tal de verte otra vez en cualquier misterioso asilo, apretaditos el uno contra el otro, embozados en tu capa o en la mía los dos a la vez, o tumbados en el impuro lecho, que nuestra amistad tiernísima hace puro en tantas ocasiones. Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria... porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro.

Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós

Se sabe y se conoce de 94 cartas de amor entre ellos. 93 de Doña Emilia a Don Benito, y una sola de Don Benito a la escritora.


Y finalmente, cómo no vas llegar hasta la casa donde dice la placa que vivió y murió...

 En esta casa de la calle Hilarión Eslava 7, en 1922, por fin, apareció una lápida conmemorativa en latín clásico. Victoriano Moreno, secretario de don Benito, manifestó que el sobrino de este, José Hurtado de Mendoza, cansado de esperar a que el Ayuntamiento la pusiera, la hizo colocar él en la casa.
 
Llegó 1924 y una mañana, en el mes de junio, un obrero puso en la tapia del jardín de Hilarión Eslava unos azulejos con letra formando un rótulo que decía: "Aquí vivió y murió Benito Pérez Galdós". Finalmente, en noviembre de ese año el Ayuntamiento subsanó el olvido y colocó una lápida en donde aparece en bronce el busto del novelista y se lee: "A Galdós, el pueblo de Madrid".
La lápida, al derribarse la casa, se conserva en el edificio moderno que se levantó en aquel lugar. 
 



Don Benito está aún en Madrid.

Hay huella de su vida en tantas esquinas... vive en sus rincones.

No dejes de celebrar su escritura, su paso por aquí, por nuestras calles, por nuestra literatura, donde dejó escritas en mayúsculas sus enormes obras, a fuerza de escuchar a los demás primero, y después a saber contar esas vidas, con la fuerza y la naturalidad que él lo hacía. 

Ya te hubiera gustado conocer a Don Benito ¿verdad? 

A mí también.


viernes, 6 de noviembre de 2020

"Agua salada" de Jessica Andrews. Reseña Literaria



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Acabamos con los desechos de la vida de mi abuelo
por toda la ropa y el pelo. Por toda la piel. Me enteré de
que a los pedacitos volantes de ceniza se los llama «ánge
les de fuego». Después de un incendio doméstico, se los
considera muy peligrosos porque pueden reavivar las
llamas. Son pequeños y frágiles, pero siguen ardiendo.
 
 
 Terminé de leer "Agua salada" de Jessica Andrews con una sensación ambigua.
La primera mitad del libro me gustó bastante, sin embargo luego me fui desinflando. 
 
Es una novela de la que me atrajo la forma en la que está escrita. Está dividida en cuatro partes y un epílogo. Son capítulos muy cortos, muchos de menos de una página. Lo que imprime a la lectura que sea muy ágil, muy fluida. Y por otra parte muchos capítulos son muy poéticos, es una prosa poética. En cualquier caso están llenos de imágenes y son muy visuales. También se trata de imágenes muy sensoriales, mucho de la piel, del cuerpo. Llevando los sentimientos hasta lo físico. Eso me resultaba muy atractivo.
 
Por otra parte no lleva un orden líneal, sino que la autora escribió todos los capítulos seguidos, toda la historia y luego los descolocó y buscó para ellos otro orden, para que dieran la sensación de que son recuerdos. Eso me ha parecido un acierto. También con eso se consigue que la lectura sea menos rutinaria porque vamos dando saltos para atras y hacia adelante en la historia.

Todo eso que afecta a la creación literaria de la novela me sorprendió y me ha gustado leerla para descubrir cómo había quedado. Ese aspecto me ha parecido positivo.

El argumento de la novela es la historia de una chica, Lucy, desde que es niña hasta la madurez. Está contada en primera persona. Y espacialmente se desarrolla entre el pueblo de su niñez Sunderland, su vida universitaria de Londres, y por último en un pueblecito irlandés. 

Al hacerlo toca temas como las relaciones familiares, los problemas de dinero, el alcoholismo... En general el tema es la búsqueda de sí misma por parte de la protagonista. Aborda la pertenencia o no a una familia, a un lugar.

A mí me han llegado bastante más los capítulos en los que la voz narradora aún es una niña. La parte en la que ya es una universitaria que vive en Londres se me ha hecho más pesada. Tanto desenfreno nocturno y resaca mañanera, se me ha hecho un poco ya cansado. Sin embargo, me atraían los capítulos que están ambientados en Irlanda. 

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Hubo momentos en los que Londres era como si me
perteneciese. Tumbada sobre el rocío en lo alto de Tele-
graph Hill después de una fiesta, el color albaricoque de
rramándose por el horizonte. Zigzagueando en bicicleta
entre el tráfico con un vestido fino, una mano en el mani-
llar y la otra en el aire, agarrando hilos invisibles. Bailan
do en un almacén sucio con el sudor goteándome entre
los pechos como jarabe y mis amigos contorsionándose a
mi alrededor.
Se me ocurre que quizá ése es el encanto. Londres te
empuja hasta el límite sin concesiones y cuando te parece
que estás a punto de caer te hace saber, por un instante,
que has encontrado tu sitio.
Es una ciudad en constante renovación, y en el fragor
de las oportunidades y las trabas comencé a perder de
vista quién quería ser. Me quedé tumbada en la cama ob
servando cómo se derretía el sol hasta quedar reducido a
farolas y vuelta a empezar, siguiendo con los dedos los
dibujos que me hacían las sombras en la piel.
 
 
En conclusión, aunque me ha parecido un poco repetitiva en una de sus partes, me ha resultado atractiva esta novela por su forma de contar, por el intimismo que transmiten algunos capítulos o pasajes, por esa prosa poética a veces tierna y otras salvaje con la que se expresa la protagonista. También, más que por su argumento, por la originalidad a la hora de montar la estructura de la novela. 


“En los meses que precedieron a la muerte de mi abuelo, algo entre mi madre y yo se rompió. Su presencia en mi vida había sido sólida y valiosa; luego, de repente, ya no estaba allí. Noté que se apartaba de mí. Me dolió por dentro como si me tirasen de los intestinos. El amor me tenia confusa; esa capacidad que tiene el amor de atraparte y darte la libertad al mismo tiempo. Cómo podía hacer que la gente intimase hasta esos extremos para luego separarlos por completo. Cómo podía abandonarte la gente que te quería cuando más la necesitabas”.
 
 
 


lunes, 2 de noviembre de 2020

2 de Noviembre. Día de los Difuntos. Cementerio Inglés de Málaga

 

¿Te acuerdas del Cementerio Inglés de Málaga?

Hoy, día de los difuntos, me acordé de todas aquellas tumbas que tenía recubiertas de conchas. Estaban en su parte más antigua, como en un pequeño cementerio dentro de otro.

Y todas aquellas conchas me recordaron cuánto necesitaban construir su propio cementerio los protestantes. Hartos ya de tener que ir de noche a la playa para dejar a sus muertos en la orilla y a la intemperie, para que las olas se los llevaran si tenían suerte, y no se lo había llevado antes algún perro. No les quedaba más remedio, en los cementerios católicos no les dejaban enterrarse. Hasta que al fin se fundó en el 1831: el primer cementerio protestante de España.


Aquella mañana veraniega llegamos casi cuando iban a cerrar. Solo abrían por las mañanas. Nada más entrar, nos dieron aquel mapa de plástico, a modo de guía, y lo fuimos recorriendo despacio. Qué calor hacía, mientras lo visitábamos, acuérdate. (Y nos hacíamos pis ¿Te acuerdas? shhhh ¡eso no se dice!). 

Era un lugar con mucho encanto. Tan tranquilo y en cuesta, dividido en terrazas y lleno de héroes de guerra, de naúfragos y algún que otro "hijo predilecto".

Pero lo que más nos gustó fue aquel poema tan sentido de María Victoria Atencia a Violet, la niñita enterrada que tenía aquel epitafio precioso, y tan oportuno, en su pequeña tumba: “ce que vivent les violettes” (Violeta: Lo que viven las violetas).

 

EPITAFIO PARA UNA MUCHACHA DE MARÍA VICTORIA ATENCIA

Porque te fue negado el tiempo de la dicha 
tu corazón descansa tan ajeno a las rosas. 
Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico 
y la tierra no supo lo firme de tu paso. 

Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente 
-tal se entierra a un vencido al final del combate-, 
donde el agua en noviembre calará tu ternura 
y el ladrido de un perro tenga voz de presagio. 

Quieta tu vida toda al tacto de la muerte, 
que a las semillas puede y cercena los brotes, 
te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca 
sabrás el estallido floral de primavera. 

 

Nos gustó mucho aquel epitafio, aunque nos costó nuestro rato ir leyendo cada palabra en la piedra bañada en sombras y alfombrada con las agujas de los pinos. 

Mereció la pena. 

Después nos entretuvimos viendo las tumbas de Gerald Brenan, el escritor e hispanista británico.




Y por supuesto y por último, la de Jorge Guillen, el poeta vallisoletano de la generación del 27 que pidió ser enterrado en este cementerio, de tanto cómo le había gustado el lugar. Fue curioso también enterarse de la errata que hay en su lápida, donde dice que murió en enero y fue en febrero... Se equivocaron cuando la rehicieron al morir su viuda.

Hoy, día de los difuntos, volví a mirar todas las fotos que hicimos en el Cementerio Inglés de Málaga. Fue agradable recordar ese rincón silencioso y tranquilo con tanta historia.  

Ese rincón que conocimos un verano, un verano raro.

Te acuerdas ¿verdad?

 


 


domingo, 1 de noviembre de 2020

1 de noviembre. Día de todos los Santos.

 

Cementerio de Casabermeja

Quizá se trate de buscar paz,

la silenciosa paz que transmiten 

quiénes tienen ya

todo el tiempo del mundo.

 

Quizá sea seguir cuidando 

a los que ya no vemos,

a los que sentimos,

y siguen viviendo en nosotros.  

 

O quizá sea volver

volver a ellos, 

rezándoles o no, 

pero contándoles,

acompañándoles,

regalándoles bellas flores que no podrán oler.

 

O solo sea, en fín,

encontrarnos a nosotros mismos,

en ellos,

en los que nos precedieron, 

en los que nos quisieron,

y a quiénes debemos tanto.  


Cementerio de Casabermeja

Cementerio de Casabermeja

 

Las fotos las hice este agosto en el Cementerio de San Sebastián de Casabermeja, a las afueras de Málaga.

Construido en el siglo XVIII, cuenta desde 1980 con la declaración de Monumento Nacional y desde 2006 con el título de Bien de Interés Cultural. 

Las formas de sus tumbas, tan blancas, son tan curiosas que se extendió la leyenda de que ahí se enterraban a los muertos de pie.

Al escritor Antonio Gala le gustó tanto que pidió ser enterrado ahí cuando muriera...