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miércoles, 28 de diciembre de 2016

Certamen Literario Raphael



Yo tenía pendiente compartir con vosotros un momento muy grato. Me estoy refiriendo a la entrega del premio del Certamen Literario Raphael de este año 2016, en el que gané el primer premio.

La entrega fue el día 25 de septiembre de 2016 y yo, con todo el dolor de mi corazón, no pude asistir porque ese día estaba en los EEUU. 

Estuvimos comentándolo la organización y yo, y ni ellos podían cambiarlo a otro día porque es un evento preparado con muchos meses de antelación, para empezar tienen que tener en cuenta la agenda del cantante Raphael y demás, y no se podía atrasar; ni yo tampoco podía hacer mucho porque ya tenía también desde hacía tiempo mis billetes de avión y hoteles y demás. 

Pero tuve la gran suerte de que pudiera ir a recogerlo mi hermano Alberto, que también tuvo muchos avatares con el día de la entrega, pero finalmente fue acompañado de un amigo nuestro de toda la vida.

Y qué bien, porque disfrutaron muchísimo con la celebración. Vinieron encantados con el trato que recibieron por parte de la Asociación Raphaelista organizadora del certamen, y me comentaron lo majos que habían sido todos, por supuesto incluído Raphael, con el que jugaron incluso a las películas con los títulos de sus canciones. Muy divertido debió ser.


Quería dejaros con algunas fotos de la entrega de premios, y ya también con mi relato por si os apetece leerlo.

El tema del certamen era suspense. Y yo me acordé de este relato mío que ya tiene un montón de años, pero que si algo tenía, era suspense.







Nadie había muerto, todavía

 Nadie había muerto, todavía. Eso lo sabía bien, porque cuando alguien se muere, la persona que está con él grita. Grita con un grito largo, larguísimo, hasta que se queda sin respiración y luego dice: “No, no…” Dos veces seguidas lo dice. “No, no, (otras dos) Fulanito, no, no te mueras… Fulanito”. Y repite el nombre que ya había dicho, el del muerto, para que el muerto esté seguro de que le están hablando a él y no a otro muerto cualquiera. Eso dice la persona que está con el muerto cuando se acaba de morir. Lo había visto en millones de películas. Pero eso pasa si no es el asesino el que está con el muerto. Porque si es el asesino, entonces lo que hace es mirar al muerto, y cuando está seguro, segurísimo de que ya no vive, siempre, siempre, echa a correr. Muy deprisa, y casi siempre dejando la puerta abierta y corriendo escaleras abajo. Casi siempre hay escaleras. Pero corre muy deprisa para que nadie le pueda ver con el muerto y pensar que él lo ha matado. Eso también lo ha visto en millones de películas. Así que como no había escuchado ningún grito ni a nadie corriendo por las escaleras, estaba seguro de que nadie había muerto. Pero todavía.

Lo malo es que iba a morir en cualquier momento: el muerto. Porque llevaba ya mucho rato escuchando ruidos y quejas y muebles. Y cada vez los ruidos eran más grandes. A esas horas de la noche como todo el mundo duerme no se tiene que oír nada. Nada de nada o como mucho los coches y los ronquidos. Lo malo es si se oyen otras cosas. Porque si es de noche y se oyen cosas raras solo pueden pasar tres cosas:
1. Que sea la noche de Reyes, ese día siempre hay ruidos, pero no pasa nada porque es la noche de Reyes y son ruidos buenos.
2. Que alguien se haya puesto malo en su casa, pero él no ha oído ni a su padre, ni a su madre que estén malos, porque su “hermanoto” no cuenta, él aún no anda, ni casi se mueve, esté malo o no, no hace esos ruidos.
Y 3. Que pase algo, algo malo, algo como que haya asesinos y muertos. Y eso es lo que él creía que estaba pasando…
Pero ni su padre ni su madre ni su “hermanoto” los escuchaban, no podía entender como con esos ruidos seguían durmiendo tan felices. Los tres, y encima los tres juntos. Y él ahí solo, oyendo todos esos ruidos. Y ellos tres juntos, su padre, su madre y el hermanoto, que no necesitaba verle para saber cómo estaría: durmiendo con el chupete incrustado en su boca como una ventosa.

Lo que más le gusta en el mundo a su hermanoto es el chupete, así que cuando a veces pasa por su lado y no sabe por qué le entran esas ganas de darle un pellizco, un pellizco muy pequeño, pequeñísimo, que casi ni es pellizco ni es nada, y se lo da, muy rápido, rapidísimo para que nadie le ve, con la otra mano libre, que no le ha dado el pellizco y que ya tiene preparada muy cerca de la boca, le mete el chupete a cien por hora para que no le puedan oír como quiere llorar. Que no ha sido nada… nada de nada… un pellizco muy pequeño, pero es un quejica. Menos mal que tiene el chupete, porque con él casi siempre, casi siempre, lo consigue. Que llore muy poco, o casi nada. Es un chupete mágico. Por eso él, en cuánto se le cae al “hermanoto” de la boca, como un hermano muy bueno lo coge del suelo y lo pone debajo del agua del grifo como hace su madre, porque así siempre está preparado, porque así su madre le da un beso por hermano bueno, y porque él sabe con una seguridad aplastante que eso es lo que más le gusta en el mundo a su “hermanoto” y le hará callar cuando le dé el pellizco que no sabe por qué siempre tiene ganas de darle.

Pero en la casa de al lado, nadie tenía un chupete-ventosa puesto en la boca, porque seguía escuchando las quejas. Y si casi no respiraba podía escuchar unos golpes contra la pared que es la misma que la suya, porque eso se lo ha dicho su madre que no dé golpes contra esa pared porque al otro lado está la habitación donde duerme su vecina. A él su vecina le gusta. Porque no es una de esas vecinas que cuando está en el portal dice que cuidado con las plantas no las vaya a aplastar, sin que él las haya aplastado ni esté cerca de ellas. Ni tampoco es una de esas vecinas de las que dicen que a jugar mejor a la calle que está haciendo mucho ruido, sin que él haga ruido ni nada. Ni tampoco es una de esas vecinas que le dice cosas al “hermanoto” siempre, y a él solo cuando está su madre delante. No, no es ninguna de esas vecinas que huelen a repollo o a cristasol. La vecina de al lado le gusta porque siempre huele muy bien, y siempre le sonríe a él, esté su madre delante o no, y siempre después de sonreír le dice: “Hola Javi, ¿Cómo estás?” Ninguna de las otras vecinas dice su nombre y ninguna le pregunta “¿Cómo estás?”. Por eso él siempre le sonríe también y le dice “Bien gracias” cómo le ha dicho su madre que hay que responder.

No sabía qué hora era. Pero debía ser muy de noche, porque todo estaba muy oscuro en la calle y en casa. Solo se oía muy lejos algún coche que pasaba por debajo de su ventana, y solo se oían en casa los ronquidos de su padre, que son tan grandes, grandísimos, que retumban por toda la casa, todo el bloque, todo el barrio y seguro que por toda la ciudad. Por eso su madre se pone esas cosas en las orejas para poder dormir, por eso cuando a él le duele la tripa ella le tiene dicho que ya es mayor y tiene que ir hasta su cama, con los ojos medio cerrados para no morirse de miedo, y darle en el brazo un buen rato hasta que se despierte porque no le podría escuchar desde su cama aunque él diera un grito tan largo como si hubiera un muerto.

Pero aunque ya hacía mucho rato desde que empezaron las quejas y los ruidos, él no iba a ir a despertar a su madre porque ni le dolía la tripa, ni nadie había muerto todavía. Además y sobre todo es que estaba demasiado oscuro. Al otro lado de la pared seguían los ruidos, cada vez más ruidos, en la casa de su vecina favorita. Y le parecía que abrían y cerraban un cajón, aunque de eso no estaba muy seguro, y también le parecía que escuchaba la voz de su vecina diciendo: “Porque no” con esa voz suya de vecina favorita. Y también le parecía que se oía otra voz, la de un hombre, la de ese señor que vive a veces con su vecina, y que dice su madre que es su marido, aunque a él no se lo parecía porque no es como su padre, que es el marido de su madre. Y a lo mejor ese señor que dice su madre que es el marido de su vecina estaba diciendo: “Y yo que digo que sí…” pero eso no lo podría prometer, porque se seguían escuchando los golpes en la pared y no podía escuchar bien, y a lo mejor uno de ellos tenía hipo, porque le parecía oírlo, y si estuviera allí y fuera su vecina la del hipo le daría un vaso de agua como le da a él su madre, para que se le quitara porque se está muy mal cuando se tiene hipo, pero si fuera ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita, el del hipo, entonces le dejaría que siguiera teniéndolo horas y horas hasta que tuviera agujetas en la boca, en la garganta, en el pecho y en todas partes de su cuerpo porque ese hombre ni es su vecino favorito ni nada.

Un día él estaba sentado en los escalones jugando con los cochecitos a hacer un circuito como el del Jarama y ese vecino que dice su madre que es el marido de su vecina favorita vino de trabajar y no saltó por encima de él como había hecho el hijo de la vecina del tercero, ese que tiene una moto y una novia muy flaca con la que se besa en el portal. Ni tampoco ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita le dijo que si se podía apartar un momento, como le dijo el marido de la vecina del cuarto, ese que siempre va fumando. No, que va, no le dijo nada, sino que le pisó los dedos para pasar y ni le dijo perdona ni nada de nada, sino que además le tiró uno de los cochecitos por el hueco de la escalera. Por eso a él no le gusta, aunque su madre diga que es un vecino muy amable el marido de la vecina del segundo derecha, porque la deja pasar delante de él en el ascensor.

Por eso él cruzaba los dedos para que el que tuviera hipo fuera el marido de la vecina de al lado, no ella. Y seguía cruzando los dedos para que no se le quitara nunca jamás. Pero seguía siendo muy de noche, mucho, y seguían durmiendo su “hermanoto”, su madre y su padre como si no pasara nada de nada. Su “hermanoto” seguro que con el chupete-ventosa en la boca. Ahí, al lado de su madre que dormía con esas cosas en las orejas y al lado de su padre que no dejaba de roncar con esos ronquidos monstruosos. Como si no pasara nada de nada. Y sí pasaba, claro que pasaba, porque al otro lado de la pared las voces no se callaban, ni tampoco los hipos que ahora ya no sabría decir de quién eran porque parecían de él y parecían de ella, ni paraban los ruidos que eran muchos y distintos, ni paraban los golpes en la pared que cada vez eran más rápidos, ni se callaban las voces que cada vez eran más difíciles de no oír, él que sí y ella que no.

No era la primera noche que oía esos ruidos al otro lado de la pared, en casa de su vecina favorita, no era la primera vez, porque algunas veces, algunas noches ya se había despertado con ellos. Pero nunca habían sido tan grandes, ni tan seguidos, ni durante tanto tiempo... Pero él no iba a ir hasta la cama de sus padres a decírselo porque estaba muy oscuro y ya fue alguna vez y ellos le dijeron que no pasaba nada, que era una pesadilla… y no le hicieron hueco en su cama y tuvo que volver a la suya y ya no se acuerda de más. Y otra vez también fue hasta la cama de sus padres a decírselo y entonces lo dijo tantas veces que al final se levantaron y fueron hasta su habitación y entonces le dijeron que eso no era nada, que eran cosas de mayores... Y le dieron un vaso de leche pero ni le dejaron ir a su habitación, ni le hicieron hueco en su cama. Le gusta dormir con sus padres en su cama, él en medio de los dos y su “hermanoto” fuera. Pero ya nunca le dejan quedarse...

Al otro lado de la pared cada vez se escuchaban más ruidos, muchos, muchos ruidos y las voces eran más fuertes, y los golpes, los golpes, los golpes, no paraban. Y a él le parecía que su vecina se estaba quejando, y diciendo “por favor, por favor para…” seguía siendo muy de noche, mucho y él lo que tenía era cada vez más sueño, mucho, muchísimo sueño, bueno y un poco de miedo también. Se le abría la boca y los ojos no querían, no podían abrirse, si no fuera por los ruidos... se dormiría...

Y de pronto se pararon. Dejó de escuchar los golpes. ¿Se habían parado? Dejó de escuchar las palabras. Intentó no respirar para oír mejor, pero solo alcanzó a escuchar una puerta y a alguien que corría por las escaleras.

Y entonces sí, entonces quiso ir hasta la cama de sus padres, decirles que algo había pasado, que primero hubo muchos ruidos, y voces y quejas y que de pronto se habían callado, pero alguien había corrido muy deprisa, mucho, escaleras abajo... Como en las películas, en las películas en las que es de noche y se oyen ruidos y todo está muy oscuro y la persona que está con el muerto es el asesino. En los millones de películas en las que ya ha muerto alguien.

Quiso ir, darle a su madre en el brazo para despertarla, decírselo, ver si a su vecina favorita le pasaba algo, algo malo. Porque tenía que ser muy malo, pero... el silencio y el sueño pudieron al fin con él y sin querer se durmió.

Y no se volvió a acordar hasta que dos días después la policía llamó a la puerta de casa para preguntar si alguien había escuchado algo dos noches atrás. “¿Algo de qué?” había preguntado su madre. Y el policía mirándole a él y al hermanoto que, cómo no, tenía su chupete puesto, y se estaban asomando desde la puerta del comedor, le dijo a su madre: “¿Puede salir un momento aquí al rellano para contestar unas preguntas?” Y mamá dijo: “Me está asustando… ¿Qué ha pasado?” Pero también volviéndose a nosotros, al hermanoto y a mí, dijo: “Javi cuida de tu hermano cinco minutos, que tengo que hablar con este señor de cosas de mayores…”

Y como siempre, nadie me preguntó a mí, y yo sí, yo sí que había escuchado algo.

©Rocío Díaz Gómez




Os dejo con este pequeño vídeo del día de la entrega.

Y ya solo me queda, desde aquí, volver a darle las gracias al niño protagonista de mi relato, a Javi, al que yo sí que le hice caso y le mandé a que lo contara y me ha traído esta buena noticia; a la Asociación Raphaelista por considerar que mi relato se merecía el premio y por su amabilidad en todo momento; y a mi hermano Alberto por aparcar sus responsabilidades y tareas para recogérmelo.

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