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viernes, 18 de diciembre de 2015

Día Internacional del MIgrante. 18 de Diciembre. "Ni una pizca de sal" relato de Rocío Díaz




«En este Día Internacional del Migrante, comprometámonos a dar respuestas coherentes, amplias y basadas en los derechos humanos, guiándonos por la legislación y las normas internacionales y un empeño compartido en no dejar a nadie atrás.»

Mensaje del Secretario General, Ban Ki-moon en el Día Internacional del Migrante
18 de diciembre de 2015

Hoy 18 de diciembre de 2015 es el Día Internacional del Migrante.

Para unirnos a los actos que hoy se celebran, he pensado dejaros con uno de mis relatos sobre este tema. Sobre la determinación individual de superar la adversidad, la determinación de buscar una vida mejor.

Mi relato se titula "Ni una pizca de sal" y fue primer premio en el Concurso de Cuentos Interculturales "Cuéntame de tu diversidad" de la EMSI en el año 2002.

Aunque ya tiene un cuantos años creo que es un buen día para recordarlo. Espero que os guste.


Ni una pizca de sal
Rocío Díaz








Nadie desea formar parte de una ficción
y menos aún si esa ficción es real.
Paul Auster

Los sueños de hoy serán las realidades de mañana.
José Martí.



Néstor. Enero 2001

Cuando mi Clarita salió con aquello de la barriga, supe que no podía demorar más la marcha. Lo supe. Mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón.

Cuántas veces habíamos  planeado la huida. Cuántas. Muchas. Y durante muchas tardes. Y durante mucho tiempo. Pero cuando no ocurría un contratiempo, ocurría otro y el viaje se iba demorando y demorando. “Y es que no es fácil, caballero... no es fácil dejar la isla”.



Clarita. Mayo 2001


Allí, en la capital rusa, nos esperaba la persona que tenía que recibir las cajas de puros, sin embargo el contacto, aquel que nos tenía que traer los papeles para que pudiéramos continuar el viaje hasta España, continuar y quedarnos, no llegaba. Yo partida de hambre y de cansancio le decía a Néstor: “Óyeme mi amor, se demora,  que no llega, no llega”, y no llegó.

Aquel tipo no llegó nunca.

Una sensación tan fría como aquel país lejano, se fue apoderando poco a poco de mi ánimo... La persona a quién habíamos llevado las cajas de puros de encargo, después de pasar mucho rato rogándole se apiadó de nosotros ¡Óyeme tu tienes que llevarnos a algún sitio, no puedes dejarnos aquí con este frío del polo, tiesos, sin entender nada...!. Aunque nuestra causa no le tocaba para nada conseguimos que al final nos acompañara hasta un hotel con un olor asqueroso de las afueras de  Moscú,  un hotel de prostitutas. 



Néstor. Enero 2001.

La madre de Clarita empezaba a mirarme de reojo... Pobrecita la vieja que le decía a su hija que tuviera cuidado conmigo y mis cuentos de abandonar el país: “¡Ay niña bájate de esa nube y ven aquí a la realidad! No te creas sus bobadas... no te embullas...!” “Na viejita que esos son chismes, ya sabes como les gustan aquí a todos los chismes,  pa que voy a yo embarcarme en esas historias...” y Clarita viraba la cara y seguía para lo suyo. Pero los dos sabíamos que a la viejita le daba tremenda tristeza pensar que Clarita cualquier día se le iba como ya se le había ido su otro hijo. A esa mujer tranquilita se le trastornaba la vida na más que de pensarlo...

Pero mi Clarita se había quedado embarazada y esos nueves meses eran la última posibilidad, el plazo final, no podía dejar que nuestro bebito naciera allí. Si eso llegara a ocurrir ya no podrían salir ni ella ni nuestro niño, de nuestra amada tierra donde tanta, tanta necesidad estábamos pasando.



Clarita. Mayo 2001.

Dos días estuvimos metidos en aquella habitación que “ni muerta chica” hubiera elegido, sin pegar ojo,  sin comer...  Néstor me secreteaba  en la oreja “No seas boba... no pasará nada, celebraremos una fiestona cuando lleguemos... mañana lo arreglaremos...” él intentaba endulzarme el rato pero le veía tan desmoronado como yo, tirado en aquella cama, mirando pal techo... Dos días sin comer, dos días sin hacer nada...

Dejé a Néstor en la habitación y me fui por ahí a dar una vuelta sola, a ver si  por lo menos me entretenía por ahí, caminando y se me olvidaba todo... Me dio por caminar y caminar... Hasta que llamamos a España para avisar a los parientes que nos esperaban, les contamos que no había papeles ni pasaportes ni más nada... Masticándonos el trauma tras los primeros momentos de incertidumbre y pesar resolvimos vender las cajas de puros que logramos pasar entre los equipajes. Resolvemos, conjugando el segundo verbo de la supervivencia en nuestra isla: inventar, resolver, escapar...



Néstor. Febrero 2001.

Hacía meses que no había sal, una isla rodeada de mar y mi Clarita no tenía ni una pizca de sal para echar al caldo. Hacía tiempo que no veíamos el aceite, y los alimentos que veíamos, “¡Ay m´hija que poco los veíamos!”

Con la cartilla de racionamiento mensualmente teníamos derecho a cinco libras de arroz, tres libras de azúcar parda, dieciséis onzas de granos (chicharos o lentejas), cuatro onzas de café, media libra de pescado cada dos meses... “¿leche? no mi amor aquí el café se toma muy negro y poco, muy poco; el culito de la taza no más.  Pero el poco que hay humeando en la cafetera se endulza con dos o tres cucharaditas de azúcar y deja escapar su olor por las ventanas siempre abiertas,  llamando a grito pelado con el aroma a los demás,  llenándose rápidamente la casa de vecinos y parientes, de voces y risas, de chismes compartidos... ”

El sistema gubernamental de distribución de los alimentos solo atendía a la mitad de nuestras necesidades. A partir de ahí todos inventamos comida, inventamos negocios. Con esos negocios semiilegales se gana más que con los trabajos estatales. Estuvimos un poco tiempo criando guarros, otros criaban pollos en los balcones de los edificios de la Habana. Nosotros engordamos puercos en el jardín de la casita. Aquella casita que teníamos malamente pintada, de piso de tierra prensada y techo frágil, que había que cuidar tanto pa que cuando se acercara el ciclón no lo arrancara y se lo llevara  volando como otros, como otras veces.




Clarita. Mayo 2001.

“Tremenda cosa aquellos días en Moscú” recordaría y repetiría a unos y otros Néstor meses después...  “¿Te acuerdas Clarita que solo comíamos pollo porque era lo único que nos parecía conocido...? Pero a mí no me gusta recordarlo, se me pone la carne de gallina cuando le escucho... Entonces... entonces,  aspiro hondo, viro de conversación  y se esfuman los deseos de llorar.

Quince largos días estuvimos malviviendo, malcomiendo en aquel hotel de las afueras. Yo recién embarazada apenas comía de los nervios y la preocupación que sufría. Néstor todos de cada uno de los días salía a vender puros para reunir el dinero suficiente que sumado al que aún nos quedaba, alcanzaría a duras penas para dos billetes de avión a Madrid. Mejor dicho, tuvimos que comprar dos billetes de avión Moscú-La Habana, que hiciera escala en Madrid, porque no podíamos quedarnos en España...


Néstor. Marzo 2001.

Al  tiempo que criábamos los guarros íbamos  poquito a poco ahorrando con otros trabajos, yo me dedicaba a cortar el pelo a los vecinos y Clarita montó un rudimentario salón de belleza en la casa. Siempre hubo algún vecino o conocido, o  conocido de conocido, que había viajado con la carta de invitación hasta España y le pudo traer pintauñas de mil colores y tremendo montón de potingues con que ampliar el surtido de su salón.

Por allá todo el mundo inventaba. Algunos inventaron cuartos adicionales para los turistas dividiendo aún más el espacio de la casita con sobras de la construcción. Otros vendían pizzas caseras, otros ropa usada, otros hacían improvisados motores para balsas gracias a un ventilador... todo el mundo inventaba porque “los cupones de racionamiento no dan para nada mi amor...  para nada. Si no,  ya sabes solo te queda agenciar en bolsa negra lo que te falte,  si aun te quedan pesos...”

En la isla conjugábamos los verbos de la supervivencia: inventar, resolver, escapar...



Clarita. Finales de mayo 2001.

Quince eternos días después de llegar a Moscú, logré montar en el avión en el que se suponía que volvía a mi país. Néstor se quedó en Rusia hasta reunir un poco dinero más para su billete.

Habíamos quedado que en Madrid, un pariente mío que trabajaba en el aeropuerto intentaría sacarme de la sala de tránsito antes de que tuviera que enseñar el pasaporte...
 




Néstor. Marzo 2001.

Mi Clarita con su piel morena y sus labios gruesos y su pelo negro ondeado... imagínensela bajo aquella luna redonda con unos aretes dorados en sus orejas chiquitas, tanto como sus ojos... Mi Clarita... que aquella noche que lo supo, mientras duró el apagón diario de electricidad me contó lo del bebito.

Decidí que no podíamos esperar más, no iba a permitir que nuestro niño creciera como un comemierda, como un comemierda  más...

Teníamos que intentar salir como fuera de allí, aunque nuestro corazón cubano se dividiera con la marcha y se quedara la mitad para siempre diciéndonos adiós desde el malecón, en la isla... o en la casa. Aquella que habíamos ido acondicionando poco a poco para los frecuentes cortes con otros inventos añadidos... Aquella que juntos habíamos ido apañando mientras Clarita soñaba con una cocina nueva y un teléfono como aquel de las telenovelas, uno que sonara en su casa para no tener que ir corriendo hasta la del vecino... mientras soñaba con apagar la luz cuando ella quisiera, con dar en la ducha al grifo de agua caliente sin cargar agua todas las noches... una ducha con tu pastilla de jabón a un ladito... en la cartilla de racionamiento teníamos derecho a media tableta de jabón de baño cada tres meses, y otra media tableta de jabón de lavar,  también cada tres meses...

Clarita había soñado durante mucho tiempo con escapar para reunir una buena cantidad de dólares que gastar... una buena cantidad para poder también enviar a los parientes que se quedaran, y además, porque soñar es gratis, tener unos ahorros y manejarlos  “...óyeme mi amor, ¿tú sabes lo grande que sería tener alguna que otra tarjeta de crédito...? me susurraba  con su acento dulzón de bolero caribeño.

Decidí que no podíamos esperar más, teníamos que intentar salir de allí como fuera para que Clarita tuviera todo aquello con lo que había soñado.



Clarita. Finales de mayo 2001.

Todo el viaje me lo pasé rezando a la Virgen del Cobre, patrona de la isla, diosa yoruba del sentimiento. No recuerdo cuánto se demoró el avión hasta que llegó a Barajas, pero fue mucho, muchísimo tiempo. Una vez allí no recuerdo como llegué hasta la sala de tránsito... debí ser la viva estampa del miedo de recién llegada a aquella sala, aquella donde en un santiamén me sentí atrapada y arrastrada por la persona que me esperaba. No recuerdo cómo recorrimos pasillos y salas y puertas del aeropuerto, ella volando entre ellos y yo amarrada a su brazo. Recorrimos y recorrimos hasta alcanzar la salida de nacionales de donde salí rodeada por los turistas que procedían de un vuelo de Canarias... como uno más... como uno más de ellos entrando, entrando ligera a Madrid.

No lo recuerdo. Pero estaba en Madrid. Bendita suerte. Al fin.

.....
Néstor. Abril 2001.

Delante de un plato de arroz con frijoles, sin vegetales, sin carne, conjugamos el verbo escapar... El sueño del paraíso americano era demasiado peligroso, habíamos conocido a muchos vecinos construyendo balsas en las terrazas. Balsas frágiles hechas de madera, llantas y plásticos en las que jugarse la vida persiguiendo el sueño. Balsas como cáscaras de nuez meciéndose con fragilidad de héroes, luchando, defendiéndose apenas de un Mar Caribe de enormes olas. Supimos de muchos vecinos embarcados al fin, en un viaje muy peligroso donde desistieron hasta de comer mareados por las corrientes. Solo algunos balseros muy afortunados llegaron a tierra, muchos naufragaron... si tuvieron suerte les rescató algún guardacostas, si no la tuvieron...  terminaron ahogados o devorados por los tiburones.

“No, de balseros mi vida no...” me decía Clarita acariciándose la barriga, “de balseros, no...” me decía bajito, bajito...

Los días siguientes fueron jornadas enteras dedicadas a resolver, atar todos los cabos para poder escapar. ¿Óyeme quieres que te haga el cuento de todos los sobornos, de toda la jodedera de aquellos días...?

Finalmente logramos tener un contacto en Moscú, una persona a quién le pagamos buena parte de lo ahorrado para que cuando llegáramos nos tuviera preparados unos pasaportes para poder viajar más tarde hasta Madrid. Teníamos unos deseos locos, tremendas ganas de vernos ya en el avión...

Hasta el último día no habíamos dicho nada a parientes ni vecinos, para que nadie fuera con el chisme y se estropeara todo... Esa mañana recién levantados fuimos anunciándoselo mientras nos despedíamos de ellos... Resultó cómico ir viendo las caras de unos y otros cuando Clarita les iba con el cuento de que nos íbamos... Después cuando ya nos creyeron,  todos nos fueron haciendo mandados, millones de notitas que atesoraban importantes encargos, grandes necesidades apretujadas en pequeños papelitos arrugados que Clarita guardaba cuidadosamente entre sus cosas: el dibujo de la plantilla de un pie infantil, el apunte de las dioptrías para unos espejuelos nuevos...



Clarita. Junio 2001.

Mi Néstor aún tardó varios días más en poder tomar otro avión hasta España.  También él subió al avión Moscú-La Habana, cómo había hecho yo semanas antes, Moscú – La Habana, escala en Madrid.

Con él no se podían volver a arriesgar tanto nuestros parientes, así que una vez transcurrido el vuelo, una vez en España pidió asilo político.

Y qué malo es eso de ser emigrante, que malo...




Néstor. Mayo 2001.

Moscú.

Nerviosos y tristes, después de despedirnos entre lágrimas de la familia, los vecinos, los amigos, conseguimos tomar el avión que nos llevaría hasta Moscú.

Entre el equipaje habíamos escondido varias cajas de puros, algunas que nos habían pedido el favor de hacérselas llegar a un familiar que vivía en Rusia, las demás por si necesitábamos venderlas para conseguir más dinero, “Porque óyeme mi amor,  nunca se sabe...”





Clarita. Junio 2001.

Todo el tiempo que estuve sin Néstor, estuve sin mí.  Todo me daba igual, me paseaban de un lado a otro por Madrid pero la vida me parecía dificilísima sin él, vivía con una nostalgia que pa qué... me paseaban pero no me fijaba en nada, recostada en un estado constante de idiotez, amarrada a mi pena... como un balsero a su cáscara de nuez.

Hasta que él llamó a mi hermano que fueran a buscarle a Barajas que al fin salía del aeropuerto. A mí nada me dijeron, fueron a por él y cuando estuvo ya en la casa, cuando se paró bajo la ventana,  silbó. Hasta que mi Néstor silbó y yo acerté a oírle... no respiré. Mi corazón al escucharle viró alegre como un mambo burlón y revivió de su letargo triste.

Imagínense... Yo a grito pelado y él esperándome en la puerta. Y los dos ya en Madrid y los dos escandalizando, escandalizando y pegando saltos como niños majaderos...



Néstor. Enero 2002.

Ahora ya hace tiempo que mi Clarita, sabor a isla, sabor dulzón,  paseó su tripa con cubana dejadez, demorando el vaivén por el centro de Madrid, de mi mano, siempre de mi mano. Ya hace tiempo que visitamos al fin, la puerta de Alcalá y la Plaza Mayor y todos aquellos lugares que soñamos visitar un día desde allá, desde nuestra tierra...

Ahora ya hace tiempo que Clarita disfruta de los probadores de las tiendas, poniéndose y quitándose trajes... mientras nuestro bebito la mira embobado... Hace tiempo que disfruta del tacto helado de la nieve deshaciéndose en las manos... ¡Ay m´hija y qué blanca y que fría...!... tiempo que juega a tirarse por ella y dar vueltas y vueltas y vueltas...

Ahora ya hace tiempo que va filmando y fotografiando cada lugar, cada momento, cada segundo de la sonrisa de nuestro bebito que un día, bendita suerte, será español. Muchas fotos para reunirlas y regalarlas en correos y cartas con destino allá, para los parientes, para su mami que volará a Madrid en cuánto pueda... Muchas fotos regalando sus días en España “... donde hay de todo caballero... donde se encienden más luces por las calles en Navidad que las que necesitan treinta pueblos como el nuestro para alumbrarse...”

Ahora ya se ha mecido apacible el tiempo, y ha llegado un mes y luego otro y después otro como olas de nuestro Caribe... y han pasado muchas desde aquella primera vez que mi Clarita se quedó sin su habla caribeña durante varios minutos, muda de la sorpresa... “Todos aquellos estantes mi amor, repletos de alimentos... todos esos pasillos llenos, llenos de comida y jabón y millones, millones de cosas al alcance de la mano...”

Aquella misma vez que Clarita, sabor a isla, sabor dulzón de plátano maduro frito, compró tremenda garrafa de aceite de cinco litros, porque si, porque su alma cubana se lo pidió, porque necesitaba ir de vez en cuando a la cocina y mirarla...

     ¡óyeme mi amor, solo mirarla...!



Rocío Díaz Gómez



Aunque el relato está ambientado en Cuba. La foto que encabeza esta entrada la hice yo en el año 2010 en Siria, más concretamente en Palmira, un lugar precioso.

Ahora da mucha pena pensar cómo estará... 

1 comentario:

  1. Hola, Rocío. Tenía pendiente leer tu relato desde hace días, y lo acabo de hacer. A medida que leía temía que tuviera un final triste, de una tristeza contenida y humilde como la de sus protagonistas. Pero no ha sido así. A mí me gustan los finales felices, o al menos esperanzadores.
    Siempre describes con mucho acierto este tipo de situaciones, con unos diálogos muy creíbles y naturales.

    Merecido premio, Rocío.

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