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lunes, 20 de octubre de 2014

2º Premio en el XIII Certamen de Narrativa Breve. Valencia



Qué díficil mantener ordenadas y al día todas las facetas de la vida... Siempre hay alguna que por falta de tiempo, que no de interés, se atrasa. Eso me pasa con el blog, y más concretamente con mis relatos en el blog.

Vamos a remediarlo ya.

Os dejo con una entrada dedicada a la entrega de premios de mi penúltimo premio. En el XIII Certamen de Narrativa Breve, organizado por la Concejalía de Bienestar Social e Integración del Ayuntamiento de Valencia, este septiembre pasado me han dado el segundo premio por mi relato "La vida, un buen tango, no más".

El tema del certamen era "La salud y el bienestar de las mujeres". Cómo decían las bases "Entendida como el completo estado de bienestar social, físico y mental, no solo como ausencia de enfermedad". En otra ocasión, cuando el tema era "Las mujeres en el arte", ya me llevé también el segundo premio en este certamen. Y en dos ocasiones más he quedado finalista. Me gusta presentarme a este concurso porque cada tema es un reto para la imaginación, y además conlleva siempre un fondo social que te hace detenerte y pensar en ello. Por otra parte el certamen está muy bien organizado en todas sus fases, y la entrega de premios la hacen en el hemiciclo del Ayuntamiento de Valencia que es un lugar precioso, y donde los organizadores te hacen sentirte muy bien tratada. 

Se presentaron 278 narraciones. De ellas el jurado eligió 15 trabajos, doce para publicación y tres premiados. 

Un lujo poder estar allí, la verdad. 



Éstas somos las tres premiadas de dcha a izda: Mª del Carmen Salgado (con chaqueta beige) que obtuvo el primer premio, yo en el centro con el segundo premo y Reis Lliberós que obtuvo el tercer premio con una narración en valenciano.


Aquí con mi amiga Marián que me acompañó en un viaje relámpago en una tarde hasta Valencia para recogerlo.

Bueno y os dejo con mi relato:




La vida, un buen tango, no más

Rocío Díaz Gómez


Primer paso: Pies juntos.
Cuando me dijeron que tenía que hacer de hombre, casi doy media vuelta, y me vuelvo a casa. Después de que mi marido me dijera que no podía acompañarme; después de cuánto había insistido en que, aunque él no fuera yo no dejara de hacerlo, que las clases no eran precisamente baratas; después de que me vi allí sola, con la desazón de no saber con quién me tocaría bailar, cuando el que se había empeñado en que nos apuntáramos a las dichosas clases había sido él y solo él, que hay que fastidiarse… Después de todo eso llego y ¡tengo que hacer de hombre! ¿Yo? Pero si es la primera vez que vengo, si no tengo ni idea de moverme, si no he bailado en mi vida… ¿De hombre? ¿Pues no son los hombres los que dirigen? Pero aquel profesor tenía las orejas de adorno, y solo usaba la boca: “Aprender a bailar el tango son ocho pasos. Primero: pies juntos”. Y sin darme ni cuenta, me vi enlazada a la que sería mi improvisada pareja de baile… 

Segundo: Paso a la izquierda.
“¡Hombres izquierda!” Me azuzó en voz baja el profesor. ¡Ah yo! No tenía asumido para nada mi reciente “cambio de sexo”. Qué papelón. Pobre de mí, estaba segura de que me miraban todos. ¿Pero por qué me dejé convencer? Que no puede, pues no pasa nada, otro día… Pero no, tenía que venir yo… ¿Y por qué no me he ido? Mejor estaría con la niña y sus ecuaciones. O con el pequeño recolocando haches en otro dictado. Mil y un dictados y serían pocos. Pero no, que mientras esperaba esa llamada laboral e ineludible, él se ocuparía de los deberes… Pero si no está acostumbrado, si no tiene paciencia, si es mi deber… Acabarán jugando y perdiendo el tiempo, lo sé. Ay si me viera mi madre: ¿No sería mejor aprender el papel de la mujer hija? Me diría. Y con toda la razón del mundo. Porque yo tampoco entendía nada ¿De qué me iba a servir a mí hacer de hombre? Y venga, venga, venga. ¿Me parecía a mí o iban tres veces que repetíamos el paso a la izquierda?

Tercer paso: Avance con pie derecho.
“¡Venga mujer…!” Insistía el profesor al pasar por mi lado. “¿Cómo que ¡venga mujer! ¿Pues no soy el hombre?” Protesté. Pero lejos de entrar en conflicto el profesor sonrió: “En el tango el hombre dirige los movimientos del baile con "seguridad y atrevimiento" y la mujer le sigue…”. Vamos que no solo tenía que hacer de hombre ¡sino hacerlo con seguridad! ¿Y qué más?¿Dejo de depilarme? “Avance con pie derecho” me sopló mi pareja. “¿Cómo dices?” le pregunté, cayendo en la cuenta de que mi improvisada pareja seguía ahí, a mi lado. Y sin querer, tropecé con otra frase materna: “Dónde estés hija, saber estar”. Mi madre y sus frases. Por cierto, a este paso comienza el “Pasapalabra”, y yo sin recordarle sus pastillas… “Que avances con el pie derecho…” me repitió mi pareja de baile con una sonrisa. “Lo siento, has tenido mala suerte” le digo. “¿Mala suerte?” “Sí, de que te tocara conmigo…” “No, no lo creo” “Ya te digo yo que sí ¿No ves que no tengo ni idea?” “De eso nada -contestó ella- tu mano está en mi espalda, llevándome con firmeza, sin clavarme en ningún momento los dedos “¿Ah sí? ¿Y eso es bueno?” “Eso es genial para ser un primer día, te lo aseguro yo, que soy la profesora de esta clase y ya me han regalado muchos cardenales con las yemas de sus dedos los hombres, los de verdad y los otros” –me dijo con un guiño. “Ah ¿Pero la profesora eres tú? ¿Y entonces él?” 

Cuarto paso: Se reúnen los dos pies.
“Él también es profesor, pero solo hoy… Sí, no pongas esa cara, aquí nos cambiamos los papeles. El intercambio de roles hace que se comprenda mejor al otro”. “Ah, ya veo, y claro entre profesor y alumno ¿entonces también?” “Eso es…” “Ah, mira, pues casi como lo que hemos hecho hoy en casa, mi marido se quedó haciendo los deberes con los niños y yo a bailar...” “Y muy bien que lo estás haciendo, no solo me llevas fenomenal, sino que improvisas y vamos por donde tú quieres” “¿Yo? ¿Querer? Solo intento seguir la música. Entre ella y los pasos… ¿No son estos los deberes?” “Y tanto, y que sepas que estás haciéndolos con nota…” “Ay pobre de mí, me veo como mi pequeño con las dichosas haches, las suelta donde le parece sin ton ni son, pues yo igual, llevo a mi cuerpo sin ton ni son… Anda que si me vieran con lo pesada que me pongo siempre con sus tareas” “¿Puedo preguntarte por qué eres tú siempre la pesada de los deberes…?” “Puedes, puedes. Pues no sé muy bien, supongo que porque tengo más paciencia… Mi marido prefiere ir a los recados, salir a la calle. Yo soy más perezosa para salir, pero más firme con los niños. En fin, no sé muy bien, pero lo cierto es que sí, tenemos esta división de tareas” “¿Y no es rutinario hacer siempre las mismas actividades?” “Pues, un poco sí, no te voy a engañar, pero…” “Ya veo, perdona mi atrevimiento, recién nos conocemos, pero yo te aconsejaría que alguna vez cambiarais, se pone uno en el lugar del otro, y se aprende mucho, de verdad. Cómo habéis hecho hoy…” “Bueno, hoy es que salto de improvisación en improvisación, a él le ha surgido una cuestión del trabajo y no podía venir, así que vine sola.” “Ah pensé que venías sola porque querías.” “Pues querer, querer… Más a regañadientes que nada, la verdad, pero vine, ya ves…” “Ya veo sí y te has hecho la dueña de la pista…” “Sí ¡menuda dueña! Aquí no lo soy ni de mis actos. Fíjate lo que te digo. Si siento hasta que mi cuerpo va solo… Increíble. Y además ¡bailando hasta con la profesora…! Ni me reconozco, con lo que necesito yo tener las cosas estudiadas y requetestudiadas antes de hacerlas…”

Quinto paso: Pies cruzados
“Como buena alumna. ¿Y con quién mejor ibas aprender que con la profesora? ¿O te arrepientes de haber venido?” “¿Que si me arrepiento? pues…” “Espera, espera un momento no me contestes todavía- me interrumpió- ¿Tú te has dado cuenta de que llevamos bailando casi tres cuartos de hora?” Miré entonces mi reloj y, sin dejar de bailar, moví mi cabeza de un lado a otro con una sonrisa, admitiendo sin palabras que no, ni cuenta. “Pues aunque ni nos hemos enterado, él - dijo señalando al improvisado profesor- iba diciendo los pasos y nosotras le seguíamos:

Sexto paso: avance hacia el centro con el pie izquierdo y el peso descansado en el pie derecho. Séptimo: avance con el peso descansado en el pie izquierdo y… Octavo paso: pies juntos. 

“¿Te das cuenta? Ha sido de forma tan fluida que hasta dejaste de martirizarte con lo de hacer de hombre. ¿Y sabes por qué?” “¿Por qué al fin asumí que necesito un cambio de sexo?” “Nooo, pero me alegra ver ese cambio, pero de humor. No, simplemente porque sentíamos el movimiento mientras conversábamos…” “¿Eso es bailar? ¿Sentir?” “Sí. Eso es bailar, pintar, escribir, todo eso que nos apasiona y nos hace sentir/sentirnos bien con nosotros mismos. ¿Acaso no te has sentido bien? 

La clase terminó y no llegué a contestar si me arrepentía de haber ido. Lo cierto era que la había disfrutado tanto que olvidé que mi marido estaba haciendo los deberes con los críos y ya casi era la hora de los baños. Olvidé incluso repasar las pastillas con mi madre. Necesito siempre estar atenta. Olvidé todas las obligaciones y todos los resquemores, hasta olvidé mi dichoso cambio de sexo… Todo estaba bien. Aquella conversación, mi cuerpo, mi vida… yo. ¿Arrepentirme? Me sentía tan en paz, que ni tan siquiera sentí la obligación de contestar. 

Pero en cambio, mientras volvía a casa, sí pensé que quizás no estaría nada mal que a la semana siguiente tampoco pudiera acompañarme mi marido… Y me regalé una sonora carcajada.

©Rocío Díaz Gómez



 

4 comentarios:

  1. Bravo, Rocío. Oye, ¿tú no has pensado en reservar en casa una habitación para trofeos tipo la del Real Madrid o algo así?

    Cuando vaya luego a casa me lo leo en el tren. De momento te envío mi enhorabuena. Sigue así, campeona.

    Un beso

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  2. Jajaja. Iñaki, primero tendría entonces que reservarme otra casa ¡con más habitaciones! si reservo una para trofeos en la que tengo, me quedo sin alguna pieza esencial de la casa... Me ha hecho gracia. Es un relato escrito especialmente para este certamen intentando hacer algo que se ajustara a las bases y hablando con mis compañeros del desayuno del trabajo de las clases de baile salió este relato. Muchas veces se sorprende una misma de lo que inventa. Muchas gracias por estar ahí detrás y por tus comentarios siempre tan amables. Un beeeso grande

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  3. De nada, Rocío. Es un placer. Aprendo mucho contigo, ya te lo he dicho alguna otra vez.
    Está muy bien el relato. Tu manera de escribir es muy natural, muy fresca, consigues que el lector entre enseguida en la historia, como si participaras en ella. Y eso tiene mucho mérito.
    Muchas gracias a ti por compartir tus escritos.

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  4. Jajaja, me gusta acompañarte (cual madre de la Pantoja), siempre se aprende algo. ¡¡¡¡En breve a por el próximo!!!!, un beso gigante.

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