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jueves, 15 de marzo de 2012

"El olvido que seremos" Hector Abad Faciolince




"Han pasado casi veinte años desde que lo mataron, y durante estos veinte años, cada mes, cada semana, yo he sentido que tenía el deber ineludible, no digo de vengar su muerte, pero sí, al menos, de contarla. (...) Es posible que todo esto no sirva de nada; ninguna palabra podrá resucitarlo, la historia de su vida y de su muerte no le dará nuevo aliento a sus huesos, no va a recuperar sus carcajadas, ni su inmenso valor, ni el habla convincente y vigorosa, pero de todas formas yo necesito contarla. Sus asesinos siguen libres, cada día son más y más poderosos, y mis manos no pueden combatirlos. Solamente mis dedos, hundiendo una tecla tras otra, pueden decir la verdad y declarar la injusticia. Uso su misma arma: las palabras. ¿Para qué? Para nada; o para lo más simple y esencial: para que se sepa. Para alargar su recuerdo un poco más, antes de que llegue el olvido definitivo" (Págs. 254-255).


En la memoria de los libros que voy leyendo, éste del que os quiero hablar hoy lo leí hace dos historias. Ahora estoy en la novela negra de Suecia, pero entonces pase una temporada en Colombia, donde transcurre "El olvido que seremos".

¿No os habéis leído este libro? Pues hacedme el favor y hacéroslo de leerlo. Qué historia tan entrañable, además de cierta. ¿Qué más se puede pedir como lector?

Es uno de esos libros que te dejan huella.

En agosto de 1987, cuando Abad Faciolince aún no había escrito ni un libro, su padre fue asesinado en su ciudad natal, a manos de un par de sicarios frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, cuyo primer verso dice: "Ya somos, el olvido que seremos".

El autor del libro, su hijo, necesitó veinte años para escribir estas memorias. Estas memorias que son también una novela sobre su padre. Sobre el amor filial.

El padre fue una persona que había sido amenazada varias veces, pero aún así seguía batallando con su compromiso social, luchando por los desprotegidos. Era médico, y pensaba en otra idea de la medicina. También era un padre amoroso, que pensaba que a los hijos hay que hacerlos lo más felices posible, porque ya viene después la vida a demostrarles lo dura que es. Un padre que confiaba en el amor, en la paz, en la justicia. Un padre que carcajeaba y lloraba a raudales al mismo tiempo. Un padre que amaba el arte. Y que cuando atravesaba malos momentos se encerraba en su despacho a escuchar música clásica y a llorar a solas.

Está contado de forma cronológica. Comienza cuando Hector Abad es un niño, el único hijo con cinco hermanas. Y termina 28 años después cuando el padre muere. Pero hay algunos saltos en el tiempo anticipando acontecimientos.



Es también un libro sobre la sociedad de Colombia en ese tiempo, sobre la violencia que había, sobre el nacimiento de grupos paramilitares que no tienen ninguna contemplación en quitar de enmedio a quiénes les molestan.

En fin... La historia de una familia, de una sociedad. Una biografía, unas memorias, que hay que saborear despacio. No es un libro ñoño, es un libro emotivo, sentimental. Habla del amor, de la vida, de la muerte con detenimiento, con un detalle que te hace sufrir, es cierto. Pero también con una prosa sencilla, delicada, tocando los temas sin caer en la sensiblería.

"Yo recordaba que muchas veces mi papá me había dicho que todo ser humano, la personalidad de cada uno, es como un cubo puesto sobre una mesa. Hay una cara que podemos ver todos (la de encima); caras que pueden ver algunos y otros no, y si nos esforzamos podemos verlas también nosotros mismos (las de los lados); una cara que sólo vemos nosotros (la que está al frente de nuestros ojos); y una cara oculta a todo el mundo, a los demás y a nosotros mismos (la cara en la que el cubo está apoyado). Abrir el cajón de un muerto es como hundirnos en esa cara que sólo era visible para él y que solo él quería ver, la cara que protegía de los otros: la de su intimidad..."




Un libro intenso, que conmueve.


EL OLVIDO QUE SEREMOS
Hector Abad Faciolince


“Amaba a mi padre por sobre todas las cosas... Amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo”.

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