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lunes, 15 de marzo de 2010

Romper una canción de Benjamín Prado



“Fuimos a Praga a romper nuestra amistad. Estábamos tan seguros de que aquel viaje era un error que el día antes de salir, los dos tuvimos el teléfono en la mano para llamar al otro y decirle: “Mira, mejor lo dejamos ¿Vale? No es el momento adecuado, no va a funcionar y voy a decepcionarte”. Pero en esa ocasión hicimos más caso de mi epitafio que del suyo, y nos subimos a aquel avión que iba a la República Checa y quién sabe a qué más. Lo de los epitafios viene de lejos, como casi todo entre dos personas que se conocen desde hace casi treinta años y han hecho juntas cosas tan divertidas que la mitad de ellas no se pueden contar. El caso es que un anoche, cuando todo el mundo se había ido y nosotros nos habíamos quedado tomando la última copa solos, como tantas otras veces, discutíamos, vayan ustedes a saber por qué, cuál sería…”

Así comienza el libro “Romper una canción” de Benjamín Prado. Desde febrero tenía pendiente con vosotros un comentario un poco más extenso de este libro. Estoy viendo que me termino el que estoy leyendo ahora mismo y no lo he hecho.

Así que de hoy no pasa. ¿Cuántas veces tenemos que decirnos esto para arrancar con las cosas pendientes…?

“Romper una canción” es un libro sobre la amistad. Yo creo que ese sería el tema principal. Pero también es un cuaderno de viaje, de un viaje a Praga de 8 días. Supongo que ya todos habréis leído en mil sitios que Joaquín Sabina se encontraba en un estado de “felicidad doméstica” y así no había forma de escribir nada, entonces le propone a su amigo Benjamín Prado que acaba de tener una ruptura amorosa que se fueran juntos a escribir unas canciones aprovechando su desánimo. Y eso cuenta el libro la aventura de escribir un disco. Porque después de esos ocho días, continuaron escribiéndolo en Rota y en Madrid, y así hasta llegar a terminar algunas en el mismo estudio de grabación. Siete meses en total.

Por eso mismo el libro se divide en tres partes: Praga, Rota y Madrid. Y dentro de esas partes en los títulos de algunas canciones, según las compusieran en uno u otro lugar.

El narrador es Benjamín Prado, es autobiográfico, aunque siempre lo hace dirigiéndose a los lectores, haciéndoles de esta forma cómplices inmediatos de cuánto cuenta. Y aunque comienza de forma lineal, todo el libro está salpicado de anécdotas de antes y después que hace que en la historia se rompa muchas veces la unidad de tiempo, dando lugar a un relato entretenido, interesante, curioso. Al menos en los dos libros que yo he leído de Benjamín Prado “Mala gente que camina” y éste, el autor sabe cómo contar una historia de forma ágil, amena, de forma que te atrape sin remedio.

Por supuesto este libro es para seguidores de Joaquín Sabina o de Benjamín Prado. Porque ellos disfrutarán muchísimo con todas sus curiosidades. Sabina suele levantarse tarde, de mal humor y desayuna ostras, caviar y escargots. Tiene afición por las antigüedades y algunos días se levanta con tan pocas ganas que dice que tiene que “quedarse en talleres”, y no se puede hacer carrera de él.

Pero sobre todo a mí este libro me ha gustado por lo que encierra de creación literaria. He disfrutado con esas "peleas" que cuenta Prado que tienen los dos al escribir cada verso. “Ni uno ni el otro nos pasábamos una, pero siempre desde el respeto”. Prado utilizaba los “corralitos”, un círculo con una gallina dentro donde escribía las palabras que se le ocurrían a Joaquín y que a él no le gustaban. Sabina, en cambio, usaba el “no comprar”. Pero daba saltos de alegría gritando “Comprar, comprar” si le gustaba.

“Solían observarnos desde detrás de la barra, dándose codazos, soltando risitas y manteniéndose atentos a nuestros vasos, para rellenarlos en cuanto se vaciaban, cosa comprensible si tenemos en cuenta que cobraban las copas a tal precio que estoy seguro de que si solo nos hubiéramos bebido la mitad de las que nos bebimos, con la otra mitad podríamos haber comprado el hotel y montar en el sótano nuestra propia destilería. En cuanto a los codazos y las risitas, se debían a que, desde el primer instante en que nos vieron trabajar, estuvieron completamente seguros de que éramos una pareja gay. Pues, claro, ¿y qué iban a pensar? Imagínense que son ellos y que cada noche aparecen en su local dos tipos a quienes no conocen de nada, que se sientan en una mesa, sacan unos papeles y se ponen a discutir en un idioma extraño, hablando tan alto como si uno de ellos en lugar de esta allí estuviese en Polonia. De pronto, parece que se enfadan, uno tacha lo que ha escrito el otro en esos cuadernitos que llevan siempre en la mano, vayan donde vayan, y en los que a menudo hacen extraños dibujitos; otro se levanta, le monta un gesto airado con la mano a su compañero mientras le grita que no, que no y que no, se va y a los dos minutos regresa y vuelve a sentarse. A veces, incluso, da la sensación de que lloran. Y, de repente, gritan como si su barco estuviese entrando en un puerto y eso les hiciera muy felices, se levantan, se abrazan, se besan y hacen un extraño baile, al que llaman tregua y catala, (la danza de los famas de Julio Cortazar, según explica Benjamín Prado: “Los famas bailan tregua y catala delante de los cronopios y las esperanzas, que se sienten irritadas y los atacan…” Del cuento Costumbres de los famas incluido en el libro Historias de cronopios y de famas de Julio Cortazar, Punto de lectura 2007) y que consiste primero en levantar los brazos y moverlos con los puños cerrados igual que si levantaran unas pesas invisibles y después en ponerse en jarras y menear las caderas…”
Así durante las once canciones que escribieron juntos. El disco tiene tres más, alguna con Los Pereza y otra de Joaquín Sabina solo.

Este libro cuenta sobre todo eso, cómo escribían a cuatro manos, cómo tachaban y tachaban versos, como viajaban y reían mientras componían. Como son amigos pues salen otras personas conocidas de su círculo: Ángel González, Luis García Montero, Almudena Grandes, Antonio García de Diego, Pancho Varona, Fernando León de Aranoa… y sus mujeres, por supuesto. Subrayando repetidas veces que cada canción ha tenido cinco o seis versiones antes de la definitiva. Y eso es sobre todo lo que a mí más me ha gustado del libro, todo lo que tiene de taller literario, el poder ver cuánto Sabina trabaja cada canción, y de que modo tan literario lo hace.

Quizás parezca un libro comercial, un libro para vender Prado y para vender Sabina, que yo creo que ni falta que les hace, sobre todo al segundo, pero de paso también para hacer propaganda de todos los amigos y locales que frecuentan, como Los Diablos Azules, del que según se cuenta en el libro es socia la novia de Sabina. Quizás lo parezca y quizás lo sea. No digo yo que no. Pero más allá de esto, yo lo recomiendo, por supuesto a los seguidores de ambos artistas, pero también y sobre todo a cuántos lectores sean también escritores. A todos esos, que como yo, hemos leído y releído mil veces una frase y la hemos tachado y la hemos vuelto a escribir y reescribir, dándole mil vueltas hasta que nos sonaba más o menos bien, pidiéndole siempre un poquito más a la imaginación para que se luciera. Sobre todo puestos a recomendarlo, se lo recomiendo a éstos últimos, porque se van a sentir muy identificados con lo que aquí se cuenta.

Aquí, donde se cuenta cómo se escriben versos tan redondos como éste: "Si hay que pisar cristales que sean de Bohemia".
Vinagre y Rosas

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