Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

viernes, 12 de junio de 2009

Hoy comienzo este blog

Hoy, 12 de junio de 2009, comienzo esta aventura en forma de blog.

Me gustaría poder inventarme un país propio. Uno sobre palabras y relatos, la literatura y sus protagonistas.

Y creo que la mejor forma de presentarme es hacerlo con uno de mis relatos. Uno sobre el escribir y el pánico a la página en blanco. Se titula "Con un salvavidas bajo el asiento" y fue premiado en el año 2007 en el II Certamen Artístico del Ministerio de Medio Ambiente, en la modalidad de Narrativa.

Y dice así,

Con un salvavidas bajo el asiento


El personaje, aunque iba a morir, se alegró de su fatal destino. Se alegró por él y por su autor, y lo hizo con una sonrisa que no le habían inventado. Una sonrisa de oreja a oreja que le salía de dentro, de la euforia que no lograba retener su alma de DIN A-4, la misma que subía atropellada por su cuerpecillo de papel, esa misma que intentando escapar por alguna abertura curvaba sus labios en una sincera y estirada sonrisa ficticia. Su autor le había imaginado serio, y con la boca contraída, por eso sentirse así, saberse así, le hacía experimentar una alegría aún mayor. Por lo demás, iba tal y como su autor le había imaginado: sentado, con un chaleco salvavidas bajo el asiento y un cinturón de seguridad que no se podría quitar hasta que las luces del techo no se lo indicaran.

El autor, afanoso aspirante a escritor, no se alegraba nada del trágico destino de su personaje. No era capaz, por más horas que dedicaba, por más comienzos que iniciaba, de inventarse una historia que arropara a aquel personaje destinado al fracaso. La inspiración no le rozaba con su varita mágica. La pesadilla de la hoja en blanco recurrente y recurrente delante de él, se había transformado en una extensión blanca y blanda donde se hundían sin remedio sus pies de escritor, donde naufragaba cualquier atisbo de argumento. Su frágil autoestima de incipiente inventor de historias chocaba una y otra vez contra aquella pauta, se perdía en aquella ingrata pauta, que en un principio le había parecido tan sugerente, pero que ahora era un páramo enorme y estéril.

“Escribir para la semana siguiente un poema o relato en el que “al protagonista” le sucede algo que tiene que ver con él sentado en un avión”.

Y no le costó a nuestro autor más que un par de segundos imaginarse a su personaje dentro del avión, sentadito, con un chaleco salvavidas bajo el asiento y un cinturón de seguridad que no se podría quitar hasta que las luces del techo no se lo indicaran. Y durante aquel par de segundos hasta pudo sentir sus oídos taponados, el frío del que intentaba resguardarse con la frágil mantita, su desagrado ante el olor que emanaba de la bandeja de comida que le había traído aquella esbelta azafata...

Pero poco más. Nada más. El olor, el frío, sus oídos taponados. Eso era todo. Los argumentos volaban a su alrededor como moscas pesadas que no lograba cazar. Su zumbido de saberlas ahí pero no poder apresarlas, le iba poniendo nervioso y nervioso y nervioso. Los folios mil veces empezados, tatuados con apenas cuatro o cinco líneas que hablaban de aviones y compañías aéreas, de azafatas y chalecos salvavidas, iban siendo desechados, rotos en pedazos, arrugados como una bola o tirados al vacío sin más... Y poco a poco se amontonaban, desbordaban la papelera y se derramaban a sus pies, obligando a los personajes que los habitaban a huir a cuatro patas de la basura o la quema, hacia un final incierto.

El autor, afanoso aspirante a escritor, harto de no lograr meter a su personaje en un avión de forma fantástica y creíble, se rindió. Suspiró. Dejó el bolígrafo en la mesa. Y casi sin darse cuenta cogió el ultimo folio en blanco del que llevaba apenas escritas cuatro o cinco líneas y empezó a doblarlo por la mitad, dobló después sus esquinas, lo dejó como una capucha, estiró, volvió a doblar las puntas, volvió a doblar, estiró e hizo con él un avión de papel que resignado echó a volar.

El personaje, aunque al igual que sus compañeros iba a morir, se alegró de su fatal destino. Volaba, estaba volando al fin. Y se alegró por él y por su autor, y lo hizo con una sonrisa que nadie le había inventado.
Rocío Díaz Gómez

2 comentarios:

  1. Enhorabuena, Ro. Por fin va el mundo y no solo unos pocos privilegiados ocasionales, a poder disfrutar de tus relatos, de tu sensibilidad y de tu humor. Lo bueno es que soy el primero en escribir aquí, así que espero no tener que hacer cola en futuras ferias del libro o similares, para que me dediques alguno de tus cuentos. Viva!!!

    Besos Xosé Cuns

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  2. ¡Xosé! muchas gracias. Y yo espero encontrarte muchas veces entre mis comentaristas, que me hace mucha ilusión cuando te descubro. Un beso viajero para Santiago, Rocío

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